En Boyacá se encuentra ubicada la villa ecológica Proyecto Gaia, una comunidad autosuficiente que gira alrededor del cuidado de la naturaleza y que quiere seguir sumando integrantes.
Lo que en un principio era un proyecto de un par de personas decididas a demostrar que la mejor manera de proteger la naturaleza es desde adentro, hoy ya alberga 20 unidades familiares distribuidas en 1.000 metros cuadrados.
Uno de los fundadores de Proyecto Gaia, Betto Gómez, recuerda que todo comenzó como un colectivo de artistas que hacían intervenciones culturales y activismo alrededor del cuidado de la naturaleza. También recuerda que, una vez decidió trasladarse, duró 3 años viviendo en carpas en el bosque antes de construir toda la infraestructura comunitaria del territorio.

“Pese a que logramos adelantar varios trabajos en la ciudad, debíamos proteger el territorio de las multinacionales; proteger las semillas, el agua y ayudar a que allí aflorarse de nuevo la biodiversidad», explica Gómez, publicista de profesión y líder de proyectos de turismo comunitario en el departamento de Boyacá.
Su compañera en la fundación del proyecto, Tatiana Pereira, se dedica a la pedagogía ambiental, bioconstrucción y geometría sagrada. Entre los primeros proyectos que realizaron, recuerdan el Gaia Móvil, un cine ambulante que llegaba a comunidades apartadas en un Renault 4.
En la Villa Ecológica Proyecto Gaia, ubicada a tres horas de Bogotá, en lugar de mitigar los impactos medioambientales negativos, desean producir sus bienes ecológicos, capaces de mejorar la calidad de vida (el abono, por ejemplo, lo producen en una biofabrica). También sus propios alimentos.
Con el fin de incentivar una alimentación consciente, la comunidad siembra todos sus alimentos y produce lácteos como yogures o cuajada, con ello buscan reducir la huella que produce el transporte de alimentos y, al mismo tiempo, incentivar la agricultura local.
Aquí, Betto, recalca la importancia de la autonomía del país en sus cultivos. Colombia, aunque produce maíz en 21 de sus 32 departamentos, importa 6 millones de toneladas del producto. Una paradoja que podría solucionarse si el capital se invirtiera en potencializar y modernizar el campo.

“Estando aquí uno se da cuenta de que lo necesario es transportar el capital para invertirlo en el campo. No se trata de reemplazar la energía fósil por energía solar si sigo teniendo cientos de electrodomésticos en casa; eso incentiva la minería para dicha producción”, comenta Betto.
En el proceso de búsqueda del terreno para construir la Villa, tuvieron que preguntarse cuál sería el propósito de la tierra que pretendían habitar. Concluyeron que sería la autosuficiencia. Para ello necesitarían un punto con variedad de pisos térmicos, entre los 1.800 y 2.000 metros sobre el nivel del mar.
Betto comenta que, después de tantos años en el campo, algunas prácticas o elementos característicos de la ciudad pueden llegar a ser chocantes. Un caso que lo ejemplifica les ocurrió a los niños de la comunidad con los baños. En la Villa se utilizan baños secos, en los cuales se separan los residuos líquidos de los sólidos (los líquidos se pueden utilizar como fertilizantes). El sistema en la ciudad, sin embargo, es bastante diferente.
La primera reacción de los más pequeños, recuerda Gómez, fue preguntarse por qué se utilizaba el agua, que es para tomar, para bajar la cisterna, lo cual demuestra los valores medioambientales que el proyecto ha logrado sembrar en ellos. Cabe resaltar que, al jalar la palanca de una cisterna, se consumen 10 litros de agua potable. Por eso los baños secos son una alternativa muy común dentro de la Villa.

“Mi objetivo central era, y sigue siendo, cuidar la naturaleza por encima de cualquier cosa, pero con el tiempo uno se da cuenta de que esto termina siendo un acto de resistencia y de pedagogía”, explica Betto.
Para él, el proceso de desapego de la vida en la ciudad debe darse con calma. También menciona, en tono jocoso, que es necesario dejar de mirar estos asentamientos como una aldea idílica y feliz donde todos danzan agarrados de la mano. En realidad, cada uno se acopla a las actividades donde se sienten más cómodos. Existe mucha privacidad, autonomía e independencia, pese a que, como grupo comparten un valor fundamental: procurar el cuidado de la naturaleza con sus acciones cotidianas.