Conservar, reproducir y difundir semillas. Este oficio le apuesta a la producción de alimentos más sanos mientras se protegen los oficios y a las familias que hay detrás de ellos.
“Las semillas” cuenta Velma Echavarría “son patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad. Son alimento del cuerpo y del alma”.
Tiene 50 años y vive en el sector Tumbabarreto, del resguardo indígena Cañamomo Lomaprieta en Riosucio, Caldas. Allí tiene un pedazo de tierra donde cultiva diversas variedades de maíz, frijol, hortalizas, aromáticas y otros productos criollos para garantizar su soberanía alimentaria y, también, para conservar y proteger a sus semillas, labor que tiene particular relevancia para ella.
Desde hace 12 años, Velma es parte de la Red de Custodios de Semillas, una organización nacional dividida en sub redes regionales cuyo propósito es conservar, reproducir y distribuir semillas criollas y orgánicas, libres de cualquier tipo de modificación u otro proceso químico, así como impulsar prácticas agroecológicas en el territorio para generar una agricultura más sana y justa.
Es ingeniera agrónoma de profesión, pero dice que después de egresada se dio cuenta de que lo que había aprendido era “todo lo que no se debe hacer en la agricultura”. Para ella, el modelo que le enseñaron en la facultad no es más que una réplica del modelo de la ‘Revolución verde’, un proceso de intenso incremento de la productividad agrícola, primero en Estados Unidos y después en varios otros países del mundo, a raíz de la implementación de nuevas tecnologías para la agricultura que, sin embargo, perjudicaron y en muchos casos extinguieron varias prácticas tradicionales agrícolas.
Fue a causa de eso último que para Velma, el tiempo universitario no fue muy enriquecedor. Al contrario, años después cuenta que tuvo que «desaprender para volver a aprender», acerca de esas prácticas tradicionales que la modernidad y su afán por la producción tilda de ‘inoperantes’ e ‘ineficientes’.
Fue así, en últimas, que terminó vinculada a la Red de Custodios de Semillas, en donde trabaja desde la sub red del ‘Eje de la biodiversidad‘, que hace referencia al Eje Cafetero pero que rebautizaron de esa manera porque “acá no solo hay café sino muchísimas cosas más”.
Además de esa, existen otras en Caribe, Sucre, Córdoba, Bolívar, Cauca, Valle del Cauca, y otra en Nariño, que es la más grande en términos de miembros, de volumen y variedades de semillas; además de una que recién empieza en Boyacá y Cundinamarca.
Desde allí, los custodios de semillas trabajan por proteger las tradiciones agrícolas autóctonas, así como todo el conocimiento y beneficios que hay detrás de ellas y, claro, las semillas que las hacen posibles.
La resistencia a la revolución
Como cuenta Velma, la llegada de la ‘Revolución Verde’, cuyo propósito fundamental fue hacer frente a la crisis de hambre que había en diversos países del ‘tercer mundo’, introdujo prácticas como la fumigación con herbicidas, fungicidas e insecticidas, algunos de ellos tóxicos para los humanos, así como el uso exacerbado del monocultivo, entre otras cosas que tenían como objetivo dejar atrás prácticas agrícolas tradicionales por su baja productividad.
Eso, agrega, permeó hasta el más fundamental elemento de la agricultura: la semilla y «a raíz de esa intención de producir cada vez más y cada vez más rápido, comenzaron a aparecer versiones supuestamente ‘mejoradas’, semillas híbridas que solo se pueden sembrar una vez y ya; los transgénicos, hicieron que comenzaran a desaparecer muchísimas semillas nativas en todo el mundo”.
Y agrega: «hay muchos agrónomos e ingenieros que creen que esa es la solución, que es el camino porque permite producir alimento de manera más rápida, aumentar los rendimientos y así calmar el hambre, pero no ven el contexto más amplio de lo que significa: riesgos para la salud, riesgos para el medio ambiente, empobrecimiento de las comunidades y una institucionalidad a su alrededor que no reconoce ni valora o respeta a las comunidades que defienden otro tipo de prácticas”.
Por eso, decidió darle un vuelco radical a la manera en que le habían enseñado a entender las prácticas agrícolas y en ese proceso se encontró con el Movimiento Agroecológico Latinoamericao y del Caribe (Maela), una organización dedicada a defender, como lo indica su nombre, los principios de la agricultura tradicional, campesina, sostenible y autónoma.
Más tarde se vinculó a ‘Semillas de Identidad’, un proyecto que tiene el objetivo de promover la siembra y la conservación de semillas nativas y criollas en distintas regiones, liderado por Swissaid Colombia, una oenegé suiza que trabaja por el desarrollo rural en el país.
Con ambos procesos, Velma ‘tuvo una nueva escuela’ y comenzó a aplicar la Agroecología en su parcela, así como a recibir y cultivar diversas semillas nativas en su parcela en el resguardo.
“Desde ese momento comencé a ser guardiana de semillas y llevo 12 años en esto”, cuenta.
Conservar, reproducir, distribuir
Esos son los tres principios que guían la labor de Velma, que según dice, parte del hecho de ese intenso proceso de pérdida de la enorme riqueza y diversidad de semillas que había en el planeta, en gran medida acelerado por la Revolución Verde y su principal apuesta por el monocultivo a gran escala.
“Se dice que a nivel mundial se han perdido alrededor del 90% de las semillas que había hace 60 años, antes de la Revolución” cuenta Velma.
Además de ello, en Colombia no está permitida la venta de semillas que no estén certificadas por el Instituto Colombiano de Agricultura, ICA, así lo estipula la resolución 970 del 2010 expedida por esa institución. En ella restringe la comercialización únicamente a aquellas semillas que hayan obtenido una certificación de calidad, con el objetivo de prevenir enfermedades.
Para poder controlar eso, el ICA diseñó un sistema en el que define lo que es una ‘Semilla Certificada‘: aquellas que “se hayan producido a partir de la semilla básica o registrada y sometida al sistema de certificación”.
Por su parte, la ‘Semilla Básica’ es aquella que “se ha producido bajo la supervisión de un programa técnico aprobado por el sistema de certificación”.
Es decir, la producción y comercialización de semillas en Colombia está restringida a aquellas que hayan sido producidas bajo las condiciones específicas que estipula el ICA y eso, a su vez, significa que las semillas nativas y criollas que los campesinos en todo el país han cultivado y reproducido de manera tradicional, familiar y comunitaria son, desde 2010, ilegales así como su comercialización y distribución.
Tanto así que se han destruído toneladas de semillas ‘no certificadas’ como, por ejemplo, las 60 toneladas que el mismo ICA destruyó en el 2011 en Campoalegre, Huila, como se lee en el quinto punto de este comunicado que publicó al respecto esa misma institución.
Eso, dice Velma, es particularmente grave porque las semillas “no son solo un grano que se siembra y ya, es un ser vivo, es una historia: somos hijos del maíz y de frijol. La semilla es todo ese legado histórico y cultural de generaciones pasadas que se han dedicado a conservarlas y reproducirlas. Y, claro, es el alimento”.
De ahí entonces, su afán por conservar, reproducir y distribuir la mayor cantidad de semillas posibles.
Una apuesta política y económica
Por todo lo que significa la semilla, en la medida en que no es, como dice Velma, “solo un grano que se siembra”, sino que representa las tradiciones y las historias de pueblos enteros y es, en ese sentido, parte de las identidades y subjetividades de esos, la protección de semillas es un acto político. Y lo es, también, en la medida en que desde la Red esperan llevar la agroecología a un plano nacional para que sus principios sean incluidos en planes de desarrollo departamentales e incluso, nacional.
Es también, sin embargo, una apuesta económica para generar recursos para la red y los custodios con el objetivo de reconocer y retribuir su trabajo de protección. La distribución de las semillas, entonces, no se hace a través de donaciones «porque no tenemos un sustento que nos permita hacer eso», sino que se venden. Para ello, sin embargo, hay que garantizar su calidad.
La casa de Velma durante la pandemia se adecuó con equipos y materiales para convertirla en una de las múltiples Casas de Semillas que hay en todo el país y donde se realizan las actividades de las Red. Hoy en día, llegan otros custodios a vender sus semillas para que allí sean sembradas, conservadas y de nuevo distribuidas a quien quiera comprarlas.
Y es que, según dice Velma, «la mejor manera de conservar una semilla es que esté viva y sembrada, no tenerla en un frasco o un congelador”.
La Red de Custodios entonces, creó una serie de protocolos de calidad que ejecutan a través de un sistema participativo al que llamaron ‘Nuestro aval de confianza’ y que es reconocido por instituciones locales como alcaldías y gobernaciones, el Ministerio de Agricultura y Agrosavia, la institución que se encarga de la investigación de semillas en Colombia. A todas les han vendido semillas.
“Es una certificación propia que hacemos nosotros para garantizar la trazabilidad de la semilla y de esa manera poder asegurar su calidad. Con ello aseguramos que las semillas que salen de nuestras casas son de excelente calidad”.
Así, no solo cumplen con los estándares de calidad que exige el ICA, que tienen que ver con el rendimiento de la semilla, su producción, que esté libre de patógenos y no produzcan enfermedades, sino que también aseguran otros sellos de calidad: su origen agroecológico, nativo y así libre de cualquier “químico tóxico»; su reproducción por ser semillas de polinización abierta y, además, que son producto de un proceso organizativo y comunitario que es la Red de Custodios.
Se buscan herederos
Uno de los grandes retos que tiene en este momento la Red es lograr ‘enamorar’ a los jóvenes del proceso que realizan. Cuenta Velma que el oficio de custodiar semillas necesita un relevo generacional, pues las personas que en este momento lo ejercen «son ya de edad».
Por ello, otro de los proyectos que ha surgido a partir de la red son las escuelas de formación que hay en todas las regiones donde la Red tiene presencia.
Velma explica que esas escuelas, que operan en las Casas de Semillas, y su modelo curricular surgen de “todos estos años de trabajo. A partir de ello diseñamos una serie de módulos y de metodologías para transmitir todos esos conocimientos”.
La escuela por su parte, consta de cuatro encuentros de cinco días durante un año donde los 30 estudiantes que la conforman realizan trabajos prácticos en las parcelas y al interior de las organizaciones a las que deben pertenecer para participar: “uno de los criterios de selección es que pertenezcan a organizaciones que sean o hayan sido cercanas al proceso de la Red de Custodios, entonces inicialmente lo hemos hecho sobre todo con los familiares de los custodios”.
En el caso de la escuela del ‘Eje de la biodiversidad’ cada uno de esos encuentros se realiza en uno de los departamentos que conforman esa red: Caldas, Risaralda, Quindío y Antioquia, con el objetivo de generar apropiación por la escuela en todos los territorios. Además, a los encuentros también asisten funcionarios de las administraciones locales, precisamente con el objetivo de comenzar a dar a conocer estos modelos de agricultura en la administración pública.
Además y gracias a la gestión de José Humberto Gallego, director del Jardín Botánico de la Universidad de Caldas y profesor de agroecología en el programa de Agronomía, consiguieron que esa institución certificara como un diplomado al proceso que se realiza en las escuelas de la Red de Custodios.
Es así, entonces, que desde esa organización se apuesta por la conservación, la reproducción y la distribución de semillas nativas y criollas con el objetivo de generar una agricultura más rica, más diversa y más justa con quienes producen las semillas, con la tierra en donde se producen y, también, con quienes consumen lo que de ellas germinan.
“La semilla es conectarse con el planeta y con la vida, nosotros también somos una semilla” concluye Velma.