El cómic colombiano también narra las vidas en el conflicto

La narrativa gráfica ha sido un medio para hablar del conflicto en Colombia, denunciarlo y reflexionar. Pablo Guerra, editor de Cohete Cómics, habla sobre el proceso para realizar cómic documental.

Sin mascar palabra: por los caminos de Tulapas, y La Palizúa: ustedes no saben cómo ha sido esta lucha son dos novelas gráficas que surgieron por iniciativa del Centro de Memoria Histórica en 2018. Narran los hechos violentos a manos de las AUC, que llevaron a la desintegración de las comunidades y despojo de tierras en lugares como Tulapas, región geográfica del Urabá antioqueño, o en los municipios Chibolo, Sabanas de San Ángel y Plato, en Magdalena.

El proceso de investigación y las conversaciones con los sobrevivientes del conflicto fueron llevados a un guion, viñetas y secuencias gráficas por Pablo Guerra, editor y guionista, que trabajó de la mano con artistas como Camilo Aguirre y Camilo Vieco.

Páginas de La Palizúa: ustedes no saben cómo ha sido esta lucha, Centro Nacional de Memoria Histórica (2018)

El reto de construir memoria histórica con viñetas

Para Pablo, “la idea es dejar imágenes que te cuestionen y que te dejen pensando”. Aquí cobra importancia la sutileza de poder narrar en imágenes, sin exigir evidencias explicitas para darle validez a un testimonio.

Páginas de La Palizúa: ustedes no saben cómo ha sido esta lucha, Centro Nacional de Memoria Histórica (2018) / FOTO: Cortesía Pablo Guerra

Desde el colectivo El Globoscopio, al cual pertenecen Guerra, Aguirre y Vieco, le apuestan a una cercanía mayor con la comunidad en el proceso de la creación de imágenes, en la que ellos estén vinculados desde un primer momento para conocer a las personas, observar su realidad y entender cómo quieren ser representadas en esas nóvelas gráficas.

Justamente, en otro proyecto, la novela gráfica Caminos condenados, que aborda también la problemática del paramilitarismo, esta vez en Montes de María, el colectivo encontró respuestas al visitar a las comunidades:

“Cuando llevamos el boceto general y legible, se hizo evidente en lo qué estábamos trabajando y ahí hubo mucho más retroalimentación desde dos dimensiones: lo que se cuenta y lo que se muestra. Lo que se cuenta habla de cómo se ordena una cronología, lo que está pasando y lo que solo conocen los que viven en la comunidad. Y la otra dimensión, lo que se muestra, está enfocada en cómo se representan los sitios, las personas y, lo más importante, cómo se elige plasmar la vida de los campesinos colombianos», cuenta Guerra. 

Escuchar, coordinar, dibujar:

El proceso y desarrollo de un cómic documental involucra a un grupo multidisciplinar y, también, de acuerdo con el autor, dinámicas de poder complejas: comunidades en situaciones vulnerables, instituciones académicas o tradicionales, investigadores, un equipo de apoyo psicosocial y el equipo creativo. Ante lo cual “debe haber mediación que para mí es una guía clave, desde la idea que sea todo en términos horizontales”, agrega Guerra. De esa forma el diálogo es abierto y cada parte tiene en cuenta lo que quieren lograr en conjunto

El equipo de trabajo de Caminos Condenados (2016): Diana Ojeda, investigadora e historiadora; Henry Díaz, ilustrador; Pablo Guerra, guionista y editor; Camilo Aguirre, ilustrador. 

El equipo creativo generalmente trabaja con registros de los procesos de investigación, fotografías, testimonios grabados, expedientes y descripciones, luego llega lo que Guerra llama el “momento para pensar y construir esas narrativas”.

A la hora de plantear la representación gráfica, Guerra agrega: “Uno les debe honestidad y sinceridad a las comunidades y debe ser justo con lo que conoce. En esa dimensión de producir imágenes, siempre será muy importante pensar en qué hay que dibujar mirando hacia la realidad. Es pasar de dibujar estereotipos, a dibujar gente que conocemos y que hace parte de una experiencia mutua de encuentro”. 

El poder de la imagen

«El dibujo tiene una capacidad de permitirle a las personas revisitar pasados a los que no puede regresar o habitar futuros que son dolorosamente improbables», dice Guerra. 

Sobre el recibimiento a su trabajo y la opinión general de las comunidades después de recibir las copias y los libros, Guerra menciona algo clave: “Hay un indicador que es chévere para mí y es encontrar libros en reuniones de comunidades u organizaciones campesinas. Todo eso termina representando a otras personas que dicen ‘en mi pueblo pasa esto’; ‘en mi región sucede esto mismo’; esto nos sirve para visibilizar o hablar sobre ciertas situaciones”.

En estos ejercicios, entonces, las historias logran otro alcance al ser más próximas a las comunidades a través de la ilustración o del lenguaje propio, al tener en cuenta las decisiones y su forma de ser representados. Y se convierten en una alternativa para salir de espacios académicos e institucionales en los que se habla de las víctimas, pero estas no son las que narran los hechos.

El cómic documental en Colombia

En el país,  no es la primera vez se crean cómics para documentar la historia de las comunidades. En la década de los sesenta, en Colombia, el sociólogo Orlando Fals Borda se unió a Ulianov Chalarka, un artista de la ciudad de Montería, para retratar en historietas la vida de los campesinos, su lucha ante el despojo de tierras y el surgimiento de los primeros sindicatos en la región bananera. 

El método de Fals Borda implicaba relacionarse directamente con las comunidades y permitirles contar sus historias. Así ambos se involucraron de lleno en el trabajo de campo y la investigación y de esta forma surgieron cuatro cómics, entre los que se destaca Felicita Campos: la mujer campesina en lucha por la tierra

Ahí el cómic comenzaba a ser un medio para el registro de denuncias, luchas colectivas y memoria en las regiones del país.

Páginas de cómics documentales: Lomagrande, Ulianov Chalarka (años 70);  Viñetas negras, José Campo (años 90); Transparentes, Javier de Isusi (2021); En el ombligo, diarios de guerra y paz, Gala Rocabert Navarro (2021).

Pablo destaca también el trabajo de José Campo, en los años noventa, quien creó Viñetas Negras, “una o dos páginas por entrega en las que hablaba muy puntualmente de hechos de violencia en Cali”, menciona.

Recientemente, en Colombia se han publicado otras nóvelas gráficas para abordar la memoria como lo son ‘En el ombligo. Diarios de guerra y paz’, de la autora Gala Rocabert Navarro, en la que recoge la historia de excombatientes tras la firma del Acuerdo de Paz, o ‘Transparentes’ de la Comisión de la Verdad, que narra el exilio de colombianos a causa del conflicto. 

Así, Guerra espera que “estos trabajos generen más obras. Yo sí me sueño con que uno pueda dejar unos insumos, procesos de trabajo, unos puentes abiertos, para que se sigan creando cómics que revisen lo que ya se hizo, que respondan o que les permitan a las comunidades seguir contando lo que les pasa”.

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