Andrea Guzmán y Milton Chaguala decidieron preservar y visibilizar las diferentes tradiciones del país a través de la venta de artesanías.
En Colombia hay aproximadamente 87 etnias o grupos indígenas, distribuidos en 710 resguardos, ubicados a lo largo del país en 27 departamentos. Se hablan más de 67 lenguas diferentes y al menos el 5% de los colombianos pertenece a una comunidad indígena.
Andrea Guzmán y su esposo Milton Chaguala fueron testigos de esta multiculturalidad nacional gracias a unos viajes laborales que debían realizar por toda Colombia, en donde, además, entraron en contacto con diversas comunidades.
“Siempre nos han llamado la atención los trabajos manuales y artesanales. En nuestros viajes cuando conocíamos cosas que a nuestros ojos tenían un gran valor, por ejemplo, la manera cómo se hace un abanico, quisimos que los demás colombianos pudieran descubrir todo esto, porque si no conocemos lo que tenemos, no lo vamos a valorar”, comenta Chaguala.
Así nació la idea de crear Cada hilo tiene su pueblo, una marca que busca mostrar, dentro de un solo lugar, diferentes piezas artesanales que son representativas a lo largo y ancho del país.
“Nosotros pretendemos acercar a la gente a ese trabajo que han hecho los artesanos durante toda su vida y que son procesos que les han sido heredados de generación en generación”, aclara Guzmán.
De igual forma, por medio de su emprendimiento desean que las nuevas generaciones, como por ejemplo su hija, conozcan el legado que las comunidades indígenas y artesanales del país, “porque eso nos representa”, dice Chaguala.
Y continúa, “nosotros, a nuestra edad adulta, no conocemos ese legado cultural y tradicional. Queremos que eso cambie. Quisimos tener resumida la concepción cultural, toda la parte de pensamiento de la cosmología de cada comunidad y verla interpretada en algo tan sencillo como una cosecha, lo que recogieron en el camino o simplemente las cosas que se necesitan”.
El nombre Cada hilo tiene su pueblo salió de una idea que plantea Gabriel García Márquez en un libro que estaba leyendo Guzmán en ese momento.
Según él, las personas suelen creer que los pueblos son los que tienen un río, cuando en realidad son los pueblos los que pertenecen al río, ya que estos se forman alrededor de aquellos.
“Pensando en eso, leyendo y escuchando historias de artesanos, entendimos que ellos no tienen una idea clara de cuándo inició el hilo o el material con el que están trabajando sus productos, pero el hilo siempre estuvo allí, en la vida del abuelo, el bisabuelo y demás. Por eso llegamos a la conclusión de que no son los pueblos los que tienen los hilos, sino que los hilos y materiales casi los que forman un pueblo”, resume Guzmán.
En el proceso también descubrieron que cada hilo tiene una historia, que marca culturalmente a la comunidad.
Para Guzmán, como diseñadora de modas, esto fue muy significativo, ya que mientras cursaba la universidad siempre intentó que las piezas de sus proyectos tuvieran una historia, enfocándolas en la personalidad de la gente.
“Pero, cuando empecé a ver la labor de los artesanos entendí que esa era la verdadera historia y la que a mí me interesa que los demás conozcan. Esta no es una historia sobre quién es el comprador, sino sobre quién hizo lo que uno lleva”, dice.
Entre las historias más lindas que han podido descubrir se encuentra la de las mochilas de los pueblos de la Sierra Nevada.
Según Chaguala, los arahuacos, a quienes él considera los líderes en cuanto al conocimiento de las mochilas, creen que estas son un espacio en el cual se lleva lo que es necesario para la vida.
“Desde que nacen los niños sus madres tejen mochilas para ellos y se las entregan cuando ya puedan cargarlas, con la única condición de que ahí solo llevarán lo que es necesario para la vida y que sea bueno. Por lo tanto, ellos no creen que en la mochila se pueda llevar algo que haga daño, por ejemplo, armas”, aclara Chaguala.
Si esto se llevara a un plano urbano, más ubicado en la realidad diaria de quienes viven en la ciudad, y si, por ejemplo, en algún punto algo tan común como el celular le estuviera causando daño a una persona, entonces, según la ideología de los arahuacos, no debería llevar este objeto en su mochila.
“La otra concepción de ellos es que tú no escoges la mochila, sino que ella te escoge a ti. Hay que dejarse llevar, para que cada mochila encuentre a su dueño”, cuenta igualmente Chaguala.
Colombiano compra colombiano
Chaguala recuerda que cuando aún estaba en el colegio siempre se tenía el concepto de que todo lo extranjero tenía un valor superior.
Si alguien tenía unas zapatillas extranjeras, estas eran mejores que las colombianas. La ropa importada era mejor que la nacional. Y siente que toda una generación creció pensando que lo de afuera es mejor.
“Por eso, nos pareció importante mostrarle al mundo que hay muchas técnicas, productos, historias y conocimientos colombianos que han sido pasados de generación en generación, muchas veces oral ni siquiera escrito, y a los que debemos darles valor. Queremos mostrar nuestras raíces y tener un sentido de pertenencia y de orgullo por lo nuestro”, comunica.
Por eso, a través de Cada hilo tiene su pueblo quieren preservar estas tradiciones, dar a conocer, cuidar y apoyar a las comunidades, ser un emprendimiento por medio del cual se visibiliza su quehacer y se les impulsa a que compartan su conocimiento.
Más allá del consumismo desbordado
Según aclara Guzmán a veces es bastante complejo tener contacto con las comunidades que hacen las artesanías.
Por ejemplo, hay artesanos que en la zona donde viven ni siquiera tienen señal y la única manera de contactarlos es a través de un familiar que vive en el pueblo cercano y al que sí se puede llamar.
“Por eso consideramos importante ir y conocer a la comunidad. De esa manera uno genera un vínculo con ellos, además de poder buscar con los artesanos una manera de conseguir la mercancía. No en todos los territorios o comunidades hay celulares o señal, hay quienes que ni siquiera tienen aplicaciones como WhatssApp”, explica.
Esas dificultades en la comunicación también hacen que los tiempos de espera y de trabajo sean más largos.
Por si fuera poco, la creación de un solo bolso puede tardar más de lo que se considera normal en las ciudades, ya que se trata de productos cien por ciento manuales.
Por ejemplo, según explica la pareja, si se pide una pieza a los artesanos que hace mochilas ellos no llegan inmediatamente a sus casas a hacer el pedido. «Primero deben cosechar la fibra, hacer el proceso de la hoja, rasparla y buscar las semillas para hacerlas decolorar».
“Los productos tienen muchas historias y una gran cantidad de trabajo”, dice Guzmán.
Chaguala comenta que esto a veces genera un fuerte choque cultural con los clientes, ya que se suele tener una «mentalidad muy consumista, en la que se quiere tener todo de manera inmediata”.
“Los tiempos de creación y de entrega de los productos pueden ser muy largos, porque, además, los artesanos conciben sus artesanías y productos de forma distinta a la nuestra”, comenta.
Y continúa “por ejemplo, si tejen cinco mochilas no hacen ninguna otra hasta no haber vendido esas cinco. O en el Amazonas si hacen un remo utilizan ese mismo hasta que se dañe. No van a hacer 100 remos solo porque es un buen producto que se está vendiendo bien, porque ya tienen el que necesitan. Esa forma de ver la vida es muy enriquecedora”.
Por eso, esperan que los clientes entiendan estas particulares de la labor artesanal y sepan apreciar, al igual que ellos, el esfuerzo que hay detrás de cada hilo.