Con representaciones de casas tradicionales y de la primera iglesia bautista, así como de la fauna y flora de la isla, las artesanas de San Andrés buscan fortalecer la identidad raizal.
Cuando Mixie Stevens era una niña, recuerda que una buena amiga de sus padres, Iris Abraham, solía llevarla en largos paseos por la isla de San Andrés. Durante sus caminatas, Iris recogía retazos de madera o pedazos de palma de coco caída, haciendo que Mixie se preguntara por qué recogía basura.
“Ella era muy creativa y fue la que me enseñó a bordar y hacer manualidades, así como a inquietarme. Siempre me preguntaba: ‘bueno, qué podemos hacer con esto’, y yo lo veía como basura, pero ella con eso hacía cosas maravillosas”.
De ahí que Mixie, que lleva haciendo artesanías más de 30 años, trabaje siempre con materiales reciclados y de la naturaleza.
Con los fósforos con los que antes se prendían los fogones de su cocina, y que guardaba en una botella luego de usar, Mixie comenzó a fabricar pequeñas representaciones de las casas tradicionales de San Andrés con el objetivo de recuperar la memoria arquitectónica de la isla. Para ella, esta parte de la identidad raizal se ha perdido casi por completo.
Como ella, Martha Forbes, también artesana hace décadas y miembro a la asociación Da Fi Wi Maché, que agrupa a 15 artesanas raizales, fabrica diversas artesanías de la fauna y flora de la isla con fibras vegetales que extraen de plantas nativas.
Así como Mixie, Martha aprendió a hacer manualidades cuando era niña.
“Yo nací siendo artesana”, cuenta, para luego añadir que desde muy pequeña sintió un impulso por hacer cosas con las manos: “Me gustaba mucho hacer cosas con barro, que luego pintaba con los pintauñas de mi mamá”.
Ella y su abuela, así como sus dos hijos, son también dados a las manualidades. Sus predecesoras siendo artesanas y sus descendientes trabajando como diseñadores. A sus nietos, que no pasan de los seis años, también les fascina hacer cosas con las manos.
Hoy, luego de una vida en su oficio, Martha dirige Da Fi Wi Maché, organización con la que ha participado en distintos procesos y eventos con Artesanías de Colombia, buscando siempre exaltar la cultura nativa de la isla.
“Tengo esa idea de siempre hacer mis productos a partir de cosas que nos identifiquen”, dice.
Artesanías que hablan de tradición
Mixie ya no usa fósforos para fabricar sus casas tradicionales pues, cuenta, su costo se ha duplicado y su calidad ha disminuido. Ahora utiliza mezcladores de café. Siempre, eso sí, con madera, el material que se usaba antes en la isla para la construcción.
“Las nuevas generaciones no tienen ni idea de cómo eran nuestras casas antes, ni porqué eran así, y eso me inquieta un poco”, dice Mixie, sosteniendo una de ellas en sus manos.
Entre otras cosas, con sus representaciones, Mixie quiere que los jóvenes sepan que antes, las ventanas y las puertas se abrían hacia afuera y no hacia adentro, para evitar filtraciones de agua a causa de la lluvia y la intensa brisa isleña. También, los techos solían ser altos y empinados para facilitar la recolección de agua, un recurso que en la isla escasea, así como para hacer más frescos los hogares.
Además, antes las casas estaban construidas sobre pilotes por encima del suelo para así evitar inundaciones y tener espacio para guardar la leña o el coco seco.
Era, entonces, una arquitectura en armonía con las dinámicas de la isla, su clima y sus recursos. Ahora, sin embargo, poco la tienen en cuenta los arquitectos: “Ahora medio llueve y las casas se inundan, no entra casi brisa y hace más calor, también porque ahora todos quieren construir edificios de seis o siete pisos sobre la playa, entonces eso nos bloquea la brisa a los que estamos adentro y se ha calentado la isla”, asegura Mixie.
Y agrega: “Quiero que los jóvenes sepan cómo se hacía antes y que veamos los errores que estamos cometiendo ahora”.
Martha, por su parte, trabaja con fibras como el ‘wile pine’ y el ‘graz boun’, dos plantas nativas de la isla que extraen las mujeres de las zonas pantanosas, machetilla en mano y vestidas de manga larga a causa de los brotes que pueden causar en la piel cuando están frescas.
Luego de tres días de secado sobre la terraza de Martha, las plantas están listas para hilar y tejer. De cada hoja, Martha extrae ocho hilos muy resistentes: “Nos morimos todos y eso sigue ahí”, cuenta. Con ellas fabrica cestería, individuales, paneras, joyeros, aretes y otros accesorios.
“El tejido y estas fibras, que son de plantas particulares de la isla, es algo de nuestra identidad, nos identifica como raizales”, asegura Martha quien, también, hace representaciones de la fauna y flora de la isla con papel maché, como las ‘blue lizards’, una especie de lagarto nativo, de color azul, que está en vía de extinción, o las flores cayenas, que aunque no son nativas, sí abundan.
Además de todo eso, ambas artesanas fabrican representaciones de la Primera Iglesia Bautista o ‘Iglesia de La Loma’, uno de los lugares más característicos de San Andrés y un punto de gran importancia para la comunidad local.
Allí, en la montaña más alta de la isla, bajo un árbol de tamarindo, fue que los ingleses enseñaron a leer a los nativos. Con ello introdujeron el baptismo, un movimiento evangelista que comenzó a principios del siglo XVII y que hoy es el principal credo en San Andrés, Providencia y Santa Catalina. En esa loma, está la primera iglesia.
“Hacemos la iglesia porque es algo nuestro, ahí comenzó nuestra historia”, dice Martha.
“La artesanía es como mi gasolina”
Eso dice Mixie cuando responde la pregunta por la relevancia que tiene la artesanía para ella. Riendo, agrega: “Es mi vicio. Me desestresa, me entretiene, es primordial para mí”.
A todos lados, dice, lleva un juego de agujas e hilo para tejer mientras está en reuniones que la aburren o mientras espera ser atendida en alguna cita. Además, claro, aunque reconoce que ha habido periodos en los que las artesanías generaban mayor rentabilidad que ahora, dice que siempre han sido una gran alternativa económica con la que ha podido mantener a su familia: “Siempre me ha ido bien”.
Con ella coincide Martha, quien asegura que la artesanía la ‘trasciende’.
Además de representar ingresos para su hogar, ha servido de catalizador para procesos comunitarios como el de Da Fi Wi Maché, la asociación con la que ella y las otras 14 mujeres han podido acceder a espacios educativos, así como a convocatorias y estímulos para financiar sus insumos, además de los eventos con Artesanías de Colombia.
Asimismo, Martha ha usado el tejido como una herramienta de transformación social, pues ha creado talleres con jóvenes habitantes de ‘La Zona’, un barrio marginal de la isla, inmerso en condiciones de pandillismo, sicariato y consumo de drogas.
“Con el tejido, y la artesanía en general, los he incentivado. Vendo los productos que ellos hacen, o se los compro yo para luego donarlos, y aunque no es mucho, con eso tienen con qué comprarse un jugo. Dejan de andar tanto en la calle y vienen a mi casa a estar acá en las artesanías”.
Así, y por todo lo que han significado las manualidades en las vidas de Martha y de Mixie, ambas coinciden en que les gustaría que cualquier persona que esté interesada en aprender a hacerlas, las contacte y se deje encantar por esta tradición.