Cada año, desde la costa pacífica, un viaje mar adentro promete la posibilidad de presenciar el salto de estos gigantes marinos, en un encuentro que llena de emoción y asombro a quienes tienen la fortuna de ser testigos.
Eran las 8:00 de la mañana, el sol comenzaba a ganar altura y el clima cálido y húmedo, característico del Pacífico colombiano, nos envolvía. La brisa traía consigo el aroma del océano y el sonido de las olas marcaba el inicio de lo que sería una experiencia inolvidable, tanto por los gigantes que nos aguardaban, como por el esfuerzo comunitario que hay detrás.
Desde el Muelle Flotante de Buenaventura, el único para transporte de pasajeros con destinos turísticos, inicia el recorrido hacia el avistamiento de ballenas que nos llevaba hacia La Barra, playa del Parque Nacional Uramba Bahía Málaga. Las aguas reflejaban el azul del cielo mientras la expectativa crecía. La biodiversidad de estas costas es algo inigualable, un recordatorio de que Colombia es un país de maravillas naturales.
Llegar hasta donde las ballenas jorobadas se encuentran toma una hora de navegación, mar adentro, rodeados por arena dorada y palmeras que se mecen lentamente. «Las negras más hermosas de Buenaventura» como las suelen llamar los locales, visitan cada año la región buscando aguas cálidas para aparearse y dar a luz a sus crías.
Gabriel Riascos García, guía turístico profesional, comenta que «el turismo es una alternativa que permite aprovechar la riqueza natural sin afectar el equilibrio ambiental». Es vital recordar, agrega, que los mamíferos se encuentran protegidos y los lancheros mantienen una distancia mínima de 200 metros, para no interferir con su espacio. Valga decir, sin embago, que hay ocasiones en las que se acercan más de lo esperado; es cuestión de suerte, de tener el alma vibrante y de estar en el momento y lugar indicados.
Durante el trayecto, los lancheros capacitados y certificados por instituciones como El Portal Marítimo de Colombia (Dimar) y la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), siguen estrictas normas para asegurar la protección de las ballenas. Cada embarcación tiene un límite de pasajeros y está equipada con chalecos salvavidas y guías que explican, entre otras cosas, sobre la importancia de mantener silencio para no alterar a los animales. Según Gabriel, «las ballenas empiezan a llegar en marzo, pero el avistamiento formal comienza en julio y es fundamental recomendar a los turistas, no arrojar basura al mar». Su visita, agrega, se extiende hasta octubre e incluso hasta noviembre.
De pronto, una silueta rompe la superficie del agua, el corazón se acelera. A lo lejos, una madre emerge, acompañada por su ballenato y otra más adulta. La emoción es indescriptible. Cada salto provoca una sensación de asombro y gratitud; cada movimiento exalta la fuerza y la belleza de la naturaleza, recordando lo pequeña que es nuestra presencia en este vasto ecosistema.
Una emoción que es posible gracias a la labor del Comité Interinstitucional de Ballenas que se encarga de regular y proteger el avistamiento, y que está conformado por la Dimar, la CVC, Parques Nacionales, La Policía Ambiental y los consejos comunitarios de distintas zonas de Buenaventura que han encontrado en el turismo comunitario y de naturaleza una nueva manera de generar desarrollo territorial.
Hasta el año 2016, según los registros de la Secretaria de Convivencia para la Sociedad Civil, existían en Buenaventura 47 consejos comunitarios, 33 se mantienen actualizados; además, se tiene cuenta de 76 organizaciones de base legalmente constituidas, varias de ellas, como Yurumanguí, Raposo, Anchicayá, Mayorquín, Alto y Medio Dagua, Córdoba, San Cipriano, Calima, Río Naya, Cajambre, La Gloria, La Plata Bahía Málaga, dedicados a esta actividad.
Estos son conformados, entre otros, por lancheros que reciben capacitaciones anuales sobre la normativa internacional, asegurando que las embarcaciones no permanezcan más de 30 minutos cerca de las ballenas. Antes, cuentan, se dedicaban a otras actividades como la pesca extractiva, la construcción o el cultivo del pancoger.
Ahora, con el turismo comunitario han encontrado una nueva fuente de ingresos que además de transformar la economía local e impulsar el desarrollo de la región genera un enorme impacto educativo. A fin de cuentas, las escuelas locales también reciben periódicamente charlas sobre la importancia de proteger a estos mamíferos, creando conciencia de conservación, llevando a que las propias comunidades implementen jornadas de sensibilización y acciones de rescate cuando estos animales se ven amenazados.
«Hasta ahora los lancheros han sido muy cautelosos» asegura Gabriel, agregando que es eso lo que ha permitido que el turismo crezca sin afectar al ecosistema marino y sus habitantes.
Para aquellos que deseen vivir esta experiencia, es recomendable viajar con agencias autorizadas por la Secretaría de Turismo de Buenaventura, como Travel Mar, que garantizan que los viajes cumplen con todas las normativas, asegurando un avistamiento responsable y respetuoso.
No sobra reiterarlo: proteger a las ballenas es crucial para el equilibrio del ecosistema del Pacífico. Estos mamíferos juegan un papel vital en la biodiversidad y su presencia en dichas aguas no solo atrae turistas; también refuerza la identidad cultural y ambiental de la región.
Esta experiencia conecta a los visitantes con la naturaleza pues, como dice Gabriel «las ballenas son un regalo de la naturaleza que debemos cuidar».