‘Cantos que inundan el río’ retrata la vida y trabajo de Oneida, una cantaora de Pogue en Bojayá, que usa alabaos para superar las tristezas de la guerra.
En 2014 Germán Arango, también conocido como Luckas Perro, llegó a Bojayá invitado por la Universidad de Antioquia y el Centro Nacional de Memoria Histórica, para que, con su conocimiento como antropólogo y realizador audiovisual, acompañara los procesos de memoria de las poblaciones del río Bojayá que habían sido gravemente afectadas por las violencias de la guerra.
Entre las muchas historias que se pueden encontrar en estas zonas, ocultas tras el dolor de las heridas de la pérdida, Luckas llegó a un pueblo especial llamado Pogue, un lugar enclavado en la selva al que solo se puede acceder por el río Bojayá, donde el canto era su principal herramienta para cohesionar a la comunidad, mantener las tradiciones y hacer una denuncia armoniosa y poética sobre lo que estaba pasando en ese momento.
Con la gente de Pogue, Luckas trabajó un tiempo haciendo cortos sobre su día a día, antes de proponerles la realización de un largometraje. La idea era que la población, con todo su poder musical, le compusiera una canción al río Bojayá, pero en medio de esa apuesta sonora, la comunidad confesó que para ellos era más fácil cantarle a la masacre que cantarle al río porque era un dolor que seguía estando arraigado.
“Ahí me doy cuenta que esa dificultad de ellos para hablar de lo cercano, también es una dificultad para hablar de sí mismos, desde la subjetividad. Por eso decidí no contar una historia de todo el grupo de cantaoras del pueblo de Pogue, sino hacer un relato más biográfico de una de ellas que es Oneida”, explica Luckas, el director. De esa forma nació ‘Cantos que inundan el río’.
Oneida aprendió desde niña a cantar alabaos, cantos fúnebres con los que las comunidades afro despiden a sus muertos para que tengan un buen retorno al lugar de las almas. Tras la masacre de Bojayá, donde más de 100 personas fueron asesinadas en la iglesia del pueblo, Oneida resolvió volverse compositora y usar las melodías de los alabaos tradicionales para elaborar nuevas canciones que narraran los horrores vividos por su gente.
Luckas la conoció en 2014 y, la primera vez que llegó a Pogue, tuvo una conexión instantánea con ella. Allí empezaron muchos años de largas conversaciones, con y sin cámaras, con esta mujer que a los ocho años perdió su pierna izquierda por la mordedura de una serpiente, pero que a través del canto de su pueblo demuestra su fortaleza y su resiliencia.
“Uno se estremece profundamente al escuchar los cantos de esta comunidad. Es como si el cuerpo acogiera un ritmo muy antiguo que te abre como un canal de conexión con la ancestralidad. Yo tuve la oportunidad de escuchar a más de 60 mujeres cantando en medio de la selva en un velorio y recuerdo que cuando decidí irme a dormir, esa noche no sonaba ni el río, ni los pájaros, solo ellas cantando. Podías escucharlas a kilómetros, así de potente era ese coro de voces. Es como entrar a una dimensión espacio-temporal distinta y eso también lo logra la película”, cuenta Ana María Muñoz, la productora.
Para Luckas escuchar la música de Oneida es, primero, encontrar un vínculo místico entre letras y campo, “que le da un valor hierático, como de antigüedad, de mística a lo que ella hace”, y segundo, ver ese lazo entre narrador y narradora, que le gusta mucho al director, porque le permite ver cómo el creador toma la realidad y la vuelve un canto, un cuento o una película.
“Una premisa de la película fue poder viajar a la mente de una compositora, una creadora, en este caso Ana Oneida, para ver cómo en su cabeza se transforma lo real en lo creado, en la representación artística que un tercero podrá luego escuchar o ver”, aclara el director.
En el proceso, la productora considera que estas cantaoras tuvieron que hacer las paces y negociar con sus propias tradiciones, porque la guerra transformó tanto la concepción de la muerte, que los alabaos de hace 100 años no son suficientes para acompañar el dolor que se vive actualmente.
“Ninguno sus alabaos fue creado ancestralmente para acompañar una masacre, un cuerpo desmembrado o la muerte de una mujer en embarazo. Los alabaos que tenían se quedaban chiquitos. Muchas veces era necesario crear nuevas canciones para acompañar este nuevo dolor, esos muertos que nunca han podido velar porque no aparecieron y no se enterraron. Ahora, esos alabaos se están renovando y tienen un sentido en el proceso de reconciliación con la muerte que es necesaria en contextos de guerra”, aclara Muñoz.
Cantos que inundan el río es un largometraje que ha participado en el Festival Internacional de Cine Documental, HOT DOCS, en Canadá, el Festival Internacional de Cine en Guadalajara, México, el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias y el Festival de Cine de América Latina de Toulouse, Francia, donde ganó el Prix Documentaire.
«La película no es sobre la guerra, es sobre amor, resistencia y sobre la fuerza de un grupo de mujeres que han sabido acompañar esos duelos de una manera muy sanadora”, dice la productora, para quien Oneida y las cantaoras de Bojayá son embajadoras de Colombia y de los procesos étnicos y de paz del país.
El lanzamiento de la película en Colombia se dio en el marco de la conmemoración de los 20 años de la masacre de Bojayá. El film se exhibió en varias poblaciones del río Bojayá, donde se encontró un llamado muy importante de la gente por generar un espacio que protegiera las tradiciones del canto.
Con eso en mente, la película también tuvo una campaña asociada para crear una casa del canto en Pogue, sobre todo para que ellas tengan un lugar para ensayar, salvaguardar sus cuadernos y albergar los semilleros de alabaos.