Mónica Pacheco transformó radicalmente su proyecto de vida y, en alianza con la comunidad 20 de Julio de Puerto Nariño, fundó un emprendimiento que promueve la preservación de las tradiciones indígenas.
En 2017, Mónica Pacheco tomó una decisión. Necesitaba alejarse de su cotidianidad y, con esa idea, viajó unos días al Amazonas, específicamente a Puerto Nariño, a 1.000 kilómetros de distancia de Cali. Sin embargo, esa experiencia no fueron solamente unas vacaciones, sino que se convirtió en la semilla de Onitano, una iniciativa que busca preservar los conocimientos de los pueblos indígenas a través del intercambio cultural.
Luego de ese viaje, Mónica regresó a Cali con una idea imposible de ignorar: dejar su trabajo en mercadeo y comenzar, con la comunidad de 20 de Julio, en Puerto Nariño, un emprendimiento destinado al “intercambio cultural para compartir ideas y nuevas formas de aprendizaje”, como ella lo explica. Para eso, Mónica siguió viajando constantemente al municipio amazónico.
El concepto central del proyecto es que los viajeros que lleguen a 20 de Julio, donde conviven indígenas de los pueblos Tikuna, Yagua y Cocama, vivan una inmersión completa en la comunidad para que puedan “tener una experiencia más intensa con el local y que haya un aporte de conocimiento”.
Con esta idea en mente, Mónica y los habitantes de Puerto Nariño se presentaron al Fondo Emprender del SENA en 2018. La propuesta resultó ganadora y con eso consiguieron los recursos necesarios para construir una maloca. Mónica la define como “un centro cultural en la zona más central de la comunidad, hecha con arquitectura artesanal, que sirve como punto de encuentro para todos los que quieran participar”.
El origen de Onitano
En su primer viaje, Mónica tuvo una experiencia que, entre risas, define como ‘mágica’. Cuenta que en la noche, cuando ya estaba en la habitación del hotel en el que estaba hospedada, un animal entró a su cuarto. Atemorizada pidió ayuda en la recepción y quien la acompañó de vuelta a su habitación fue su guía, Tananta, del que habla como “mi primer amigo de la selva”.
Ellos se dieron cuenta de que un búho había entrado; pero no porque todavía estuviera allí, sino porque encontraron sus heces. Mónica comenzó a hablar con su guía, quien le contó varias historias ticunas, pueblo del que es originario, relacionadas con “una niña y un búho”. Durante la conversación, Tananta la invitó a su comunidad: 20 de Julio.
Mónica aceptó la invitación y fue hasta dicho lugar, donde primero tuvo que hablar con el kuraka (una autoridad indígena) de entonces, Edinson Paima. “Él me preguntó qué estaba haciendo en el Amazonas y entendió mi visión emprendedora, y que quería conocer su cosmovisión. Entonces me dice que soy bienvenida y me pide que hagamos una reunión comunitaria, a la que asisten la mayoría de las 60 familias de 20 de Julio”, cuenta la caleña.
Después de ese encuentro con los habitantes de la zona empezó Onitano, cuyo significado es unidad. Cuando se construyó la maloca, Mónica tomó una decisión radical: irse a vivir del todo a Puerto Nariño, donde fue ‘adoptada’ por una yagua y un ticuna que no tienen hijos. “Llegué a trabajar con ellos y a escribir proyectos”.
El segundo proyecto inició con una convocatoria del Ministerio Cultura. De esa propuesta resultó una serie web, en la que se resaltan las dos principales labores de las tres comunidades indígenas que habitan este territorio: la artesanía y la cocina. “Empezamos a contar esas historias, en su mayoría de mujeres, porque nos interesa aportar para que se mantengan vigentes”, explica Mónica.
Además, gracias a Onitano, los turistas que viajan hasta esta parte del Amazonas tienen la oportunidad de asistir a talleres dictados por artesanas locales, en los que también conocen las lenguas y las tradiciones propias de los habitantes que han hecho de ese territorio su mundo. Según Mónica, “nos interesa que el local no pierda su lengua y eso se fortalece enseñándoles a los viajeros”.
Para qué una casa creativa indígena
Mónica cuenta que estos cuatro años no han sido de un trabajo sencillo, sino que “son procesos que requieren de mucho tiempo y al nacer de la selva y ser de mucho contexto social, abarcan muchos frentes al tiempo”.
Y dice que en la actualidad hay un tema que le preocupa, pero al que a su vez le busca una solución: “Después de la pandemia hay mucho ocio entre los jóvenes, no están estudiando, hay un poco de conflicto social”. A eso se suma que “los procesos internos no tienen mucha fuerza y los planes muchas veces se quedan como pañitos de agua tibia. Por eso estoy viendo de dónde conseguimos más recursos para seguir trabajando”.
Aún así, nada de eso la frena a ella ni a las personas con las que soñó y creó Onitano: “Debo seguir trabajando. En todas partes me decían que era imposible y ha habido muchos retos, pero es que al final acá estamos haciendo algo bueno, entonces por eso he sido muy persistente y, así sea lento, vamos a seguir armando proyectos”.
“Tengo fe y perseverancia en el sentir de que, si se tiene ganas de seguir, esto se convertirá en un proceso que podrá ser una muestra para que se replique en otras comunidades con procesos productivos. Eso es lo más lindo de este trabajo”, concluye.