Por sus posibilidades de expresión, por la musicalidad de las palabras, para escribirle a su tierra y honrar su tradiciones. Por eso, y más, estas personas usan la poesía para hablar de sus vivencias.
Diego Castro – Barrancabermeja, Santander
Cuenta Diego que desde niño fue un gran apasionado por la lectura. De la primara, que estudió en Ibagué (Tolima) luego de salir de su natal Puerto Boyacá por el asedio paramilitar que allí vivió, se escapaba a la biblioteca pública a leer en una pequeña sala de música que había.
Fue su madre quien desde pequeño le inculcó el gusto por la lectura y por la escritura. Ella llegaba casi a diario con nuevos libros que Diego devoraba.
Cuando cumplió 16 años se graduó de bachillerato y se mudó a Barrancabermeja (Santander) a estudiar Ingeniería Ambiental. En la universidad participó en un club de lectura y allí comenzó a escribir. Con el club publicó algunos de sus escritos en un libro conjunto que se llamó Los Colores del Cielo. Allí, también empezó a escribir poesía.
“Me encanta cómo se adorna la palabra a través de metáforas, imágenes poéticas. Siendo muy honesto, pero no transparente, desnudarse sin ser directo”, explica Diego.
Asimismo, sostiene que la poesía ha sido una herramienta para el desahogo. Dice que es una persona que se carga mucho con los horrores que suceden en el mundo externo y que al escribir poesía logra desprenderse de todas esas emociones.
Y es que, cuenta, el traslado a Barrancabermeja fue difícil. Fue difícil adaptarse al clima, a la ciudad y la cultura en general. Sumado a eso, la ciudad pasaba por una particularmente intensa crisis económica a causa del fracaso de la modernización de la refinería. A raíz de ello, cuenta Diego, comenzó una fuerte ola de suicidios y “era muy impactante ver a la gente ahorcada sin más. Entré en una crisis existencial muy fuerte”.
Sin embargo, en la ciudad también vivió experiencias positivas que lo marcaron: “A eso se sumó un elemento muy bello de Barranca, que yo nunca había visto y al que no estaba nada acostumbrado, que son los atardeceres, el río, las ciénagas. Es un lugar donde a las seis de la tarde salen babillas, iguanas y chigüiros. Eso me enamoró y me ayudó a superar la crisis, al tiempo que me inspiró”.
Así, comenzó a escribir Susurros de madrugada, una antología de poemas del que logró imprimir 100 unidades que financió por sí mismo vendiendo arroz con leche en la universidad. Con la plata que se ganó al vender esos poemarios hizo una pequeña gira de presentación del libro en Ibagué y en Barrancabermeja.
En 2020 sacó la segunda edición impresa, así como una edición digital con Amazon, que se encarga de imprimirla y enviarla a sus compradores alrededor del mundo.
Jorge Rojas – Soacha, Cundinamarca
Nacido en Bogotá en 1999, Jorge Rojas es un joven poeta radicado en Soacha (Cundinamarca). A los 16 años comenzó a interesarse por los versos y desarrolló una particular curiosidad por el movimiento Nadaísta y por su mayor exponente: Gonzalo Arango.
Al leerlo se dio cuenta de que existía una poesía lejos de aquella ‘conservadora’ y tradicional que le habían enseñado en el colegio. En ese sentido, en el Nadaísmo encontró “una nueva forma de decir las cosas y de poder decir otras, encontré la libertad de expresar opiniones y descontento”.
Así, más que influenciar su voz poética, el Nadaísmo amplió su visión de lo poético y le permitió explorar y encontrar por sí mismo una voz. Así, explica, ha experimentado con diversas formas de expresión como el verso libre, pero también aquella forma más ‘tradicional de hacer poesía’: los sonetos y las décimas, entre otros estilos.
“No me he encajonado en un solo lugar”, dice Jorge y agrega: “La poesía es la manera más bella de expresar opiniones, pero no es bello solo por lo lindo que pueden ser las palabras, sino por lo amplio y así maravilloso que es explorar el lenguaje, jugar con él a través de la poesía”.
De esa manera, Jorge asegura que para él la poesía es libertad, pues le permite decir y expresar todo tipo de opiniones, así como explorar el lenguaje y construir sus propias maneras de decir las cosas: “Jugar con el lenguaje me da una sensación de libertad y de reto”.
Por eso, escribe mucho acerca del contexto social y político de Colombia. Su poesía, cuenta, se ha tornado particularmente política desde el Paro Nacional de 2019. También le escribe una ‘difícil cotidianidad’ que viven muchas personas y de la que él también ha sido parte: “Le escribo a las dificultades de estos tiempos, al hambre, a la calle, al sur”.
Alfredo Vanín - Guapi, Cauca
Natural de Puerto Saija, un corregimiento perteneciente al municipio de Timbiquí, en el Cauca. Cuando era niño, los padres de Alfredo Vanín se mudaron a Guapi buscando mejores oportunidades laborales y de estudio para sus hijos.
Fue allí donde Alfredo comenzó a escribir sus primeros poemas, influenciado por “el mundo natural líquido que me rodeaba, así como por la tradición oral de nuestra gente afropacífica, que me cautiva por la musicalidad de las palabras”.
Y dice que fue desde allí, desde su cultura y sus costumbres que, sin darse cuenta, la poesía lo escogió a él. Fue esa musicalidad su iniciación primera en el mundo de lo poético, que además alimentó con literatura universal que desde niño leía.
Cuenta que sus padres tenían una pequeña biblioteca de la que sacaba libros y leía en la sala de su casa. En el colegio también le regalaban libros por ser buen estudiante y con regularidad iba a la biblioteca a ver qué cosas nuevas habían llegado.
“Y me volví lector”, que, dice, es la condición más importante para ser escritor.
Fue leyendo que descubrió formalmente la poesía y encontró en ella una forma de narrar lo que siempre fue más cercano a él: el territorio.
Por esta razón, ese elemento está siempre retratado en su poesía y se refiere con frecuencia a él a través de las distintas figuras literarias que construye. Habla de los paisajes y del agua en particular, que “como fondo vital está muy presente”.
También le escribe al amor, a la vida, a la muerte, al aniquilamiento y lo social. Y es que, para él, la poesía y la literatura en general son resistencia: “La poesía nos permite reelaborar la historia, proponer nuevos caminos de sensibilidad. Y aunque no es la herramienta para transformar el mundo, un buen poema ayuda a que esta humanidad se reconozca más en su propia desgracia o en su propia felicidad. La poesía nos hace más humanos”.
Luz Marina Gámez – Arauca, Arauca
Como una mujer “extremadamente llanera, de piel dorada por el sol de las sabanas, araucana de corazón”, se describe Luz Marina Gámez, quien dice, además, que es una “soñadora de primera”.
La poesía es como una vitamina para ella. Aprendió a leer ‘tardecito’, como a los nueve años, “porque cuando uno vive y mantiene en el campo, uno va tardecito a la escuela”, por eso recuerda con exactitud el primer libro que su madre le llevó a ella y a sus 14 hermanos.
‘Lecturas Integrales’ recuerda que se llamaba y cuenta que no salía de su casa sin él, aunque ya lo hubiera leído repetidas veces. “Tenía muchos poemas de Rafael Pombo, y muchas lecturas bellas en las que me perdía en el paisaje que narraban allí”.
Pero, dice, su pasión por la poesía viene sobre todo de la música, que acompaña sin falta al llanero desde que nace hasta que muere. Comenzó escribiendo canciones, no solo llaneras, sino también baladas, tangos y rancheras; pues dice que, a diferencia de sus coterráneos, que con frecuencia se enfrascan únicamente en la música de su región, “yo me considero universal”.
Aun así, su querido Llano, al que define como un baúl de historias hermosas, está siempre presente en su poesía, y es su mayor inspiración. “Cada día me enamoro más del Llano y de la poesía que en él habita: de las noches de Luna, los atardeceres, la aurora de la mañana, ver nacer el Sol. Eso me alimenta el alma y el entusiasmo poético”.
En últimas, Luz Marina dice que cuando escribe poesía le escribe a la libertad, y que el Llano es precisamente eso. Le gusta pararse sobre el prado y no ver final alguno, y contrasta este con el paisaje del Valle del Cauca, que alguna vez visitó. “Es bonito, pero limitado, está entre cerros y yo me sentía encerrada. En el Llano tengo la mirada libre”, explica.
Además, escribe también esperando encontrar una manera de hacer entender a las personas lo bella que es la vida.
Y es que en un departamento como Arauca, donde la violencia se ha ensañado en contra de la comunidad, Luz Marina dice que la poesía es “como una ventana por la que se suelta tanta presión, tanta carga que tenemos nosotros acá. Uno plasma el sentir de un ser, de su angustia o de su alegría, pero usted no se imagina lo gratificante que es escribir, es como soltar una maleta que queda en el viento”.
Jorge Gámez – Puerto Inírida, Guainía
“Mi cuna fue una palmera, pero la selva me arrulló en primavera”, dice Jorge Gámez cuando cuenta que nació en el Meta, pero que a los 13 años llegó a Guainía, donde desde entonces ha vivido.
Es poeta y cantautor y en su tierra lo apodan ‘el embajador’. Fue una de las dos personas que escribió el himno de Puerto Inírida, la capital del departamento, y con sus poemas y canciones ha creado referentes culturales y patrimoniales en el territorio, particularmente alrededor de la flor de Inírida, a la que le compuso canciones y le dedicó poemas y que hoy es símbolo del municipio.
Su interés por la poesía comenzó estando en el bachillerato, que retomó en Inírida luego de que tuviera que abandonar sus estudios a los 11 años.
Estudiaba en las noches y recuerda con particular cariño a un grupo de maestros que comenzaron a incentivar su interés por las letras y la literatura. Pero lejos de hacerlo de una manera tradicional, sus métodos no se quedaban solo en las aulas y, por el contrario, muchas veces llevaban a sus alumnos, entre ellos Jorge, a hacer recorridos nocturnos por el municipio.
“Nos decían que todo lo que percibiéramos, viéramos, escucháramos: las estrellas, la Luna, los aromas nocturnos de la ciudad, lo describiéramos y que intentáramos escribirlo usando el idioma de manera elegante, intentando no repetir palabras, para adornar la vivencia”.
Desde entonces se enamoró de la lectura y de la escritura, así como de la musicalidad que le brindaba la poesía. Comenzó a leer poetas recomendados por sus profesores y a intercambiar favoritos con sus compañeros.
Y aunque en un momento su escritura se vio truncada y confundida por la teoría de la poesía que lo obligaba a emplear hipérboles, símiles, metáforas y otras figuras literarias, encontró consuelo y libertad en las palabras de un profesor que le dijo: “No, no escriba desde la técnica, deje que le fluya, deje que le llegue y usted después acomoda el resto. Lo importante es que cuando le llegue, comience a escribir, entonces tenga a mano siempre un lápiz y un cuaderno o algo, pero no deje pasar ese momento”.
Ese consejo lo ha seguido desde entonces, y es el que le ha permitido no solo escribir poemas, sino también canciones, que es otro tema que le apasiona.
Además, dice que de joven encontró también en la poesía la posibilidad no solo de escribirle a la belleza, al amor, a la naturaleza, sino de “abordar aspectos sociales de lo que sucedía en nuestro territorio, en Colombia y en toda América Latina”.
Así, por ejemplo, recuerda de memoria un pequeño verso que escribió en su juventud:
"Nunca puede haber justicia, donde no existe el amor.
Para una paz verdadera hace parte reflexión
Hagamos un solo frente armado de gran valor,
Acabemos la ignorancia quien es culpable mayor."
De esa manera, dice que la poesía es una herramienta muy poderosa de comunicación, que no solo permite contar cosas, sino interpelar a partir de la belleza, de la crudeza y de las emociones en general.