El profesor y biólogo colombiano, galardonado con el Premio Whitley, se ha dedicado por más de 20 años a la investigación y protección del mono araña café, un primate amenazado por la ganadería y la agricultura expansiva, en el Magdalena Medio.
Andrés Link cambió el ruido de las aulas de ingeniería por el susurro delicado del bosque. Lo hizo no por cálculo, sino por asombro: un viaje a la Serranía de la Macarena cuando estaba en los últimos semestres de ingeniería industrial, en la Universidad de los Andes, le hizo repensar su futuro.
La naturaleza, con su belleza indescifrable y compleja, le mostró que lo suyo no era diseñar procesos industriales, sino entender cómo la vida se adapta y sobrevive en su forma más libre. Entonces se convirtió en biólogo de la misma universidad.
“Me hizo pensar como nada”, recuerda, refiriéndose a aquel primer contacto con el mundo natural que cambiaría su destino. Curioso por saber cómo viven las especies, empezó a tomar clases opcionales de biología. Luego vino la decisión radical: abandonar la ingeniería como camino de vida, pues aunque terminó su pregrado, decidió entregarse del todo a una carrera que lo ha llevado a recorrer selvas, trepar árboles y observar, por horas, a unos animales que hoy conoce como a sus amigos: los monos araña café.
Lo que comenzó como una fascinación estética por «el movimiento ágil y armónico de estos primates al desplazarse entre ramas», menciona, se convirtió en una pasión científica. El mono araña café, que esta dentro de las 25 especies de primates mas amenazadas, dejaron de ser un simple sujeto de estudio para convertirse en individuos con historias propias, rostros únicos, relaciones complejas y jerarquías con afectos y conflictos: un entramado social que Link se dedicó a estudiar con una mezcla de rigor y ternura.

Sus primeros pasos cerca del mono araña café —que anteriormente se pensaba como una subespecie del mono araña amazonico— fueron en la Macarena, donde trabajó como asistente de campo de su colega y hoy amigo Pablo Stevenson. Hasta que el conflicto armado lo obligó a salir en 2001, pues la extinta guerrilla de las FARC tomó el control de cerca de 42.000 kilómetros cuadrados en lo que conocimos como la Zona de Despeje, otorgada por el presidente de aquel entonces, Andrés Pastrana.
«Yo me iba a quedar toda la vida», recuerda Andrés, pero El Catatumbo y toda la zona se comprometieron y obligaron a que la estación de investigación cerrara. Sin embargo esto apenas era el inicio de una vida dedicada a entender y proteger; siguió buscando oportunidades y más personas que compartieran sus intereses. Así fue como llegó a la Amazonía ecuatoriana, donde Anthony DiFiore le propuso hacer un doctorado en antropología biológica en la Universidad de Nueva York.
Con el tiempo, y de regreso en Colombia, en 2005, junto con Gabriela de Luna, su compañera de vida y ciencia, inició la Fundación Proyecto Primates, que se constituyo legalmente en 2010. Allí, desde Bocas del Carare, Cimitarra y otras poblaciones de la región, la investigación con monos araña café se convirtió también en un trabajo de construcción social.

Comenzaron con talleres para niños —donde pocos asistían al principio por desconfianza—, pero con los años fueron tejiendo una red de afecto y colaboración con pescadores, profesores, mujeres cocineras, finqueros y la comunidad en general. “Se volvió una relación de confianza y de amistad donde hoy en día nos acogen con mucho cariño”.
El proyecto ha crecido hasta convertirse en un referente nacional de conservación comunitaria e investigación. «Se han formado más de 200 estudiantes de mas de 20 universidades, muchos de ellos hoy líderes en diferentes regiones». Junto con su equipo de cerca de 15 personas han construido también corredores biológicos, conectando fragmentos de bosque y sembrado algo más que árboles: esperanza alrededor de la conservación comunitaria.
Link habla de reconciliar la ganadería y la agricultura con la naturaleza. Por eso, ha adelantado estrategias de reforestación que hoy dejan un saldo de 45.000 árboles sembrados. “Restaurar es válido, pero es muy costoso. Si cada persona pudiera conservar lo que tiene hoy, estaríamos haciendo una acción increíble”, asegura.
Sin embargo reconoce las complejidades de conciliar el sustento con el fin. Aunque hay muchos finqueros que han sido los principales interesados en ceder parte de sus terrenos para conservar el bosque, hay algunos que no han sido abiertos a concebir el territorio de una manera diferente.

Para Andrés, hoy tenemos una niñez y una población en general desligada de la naturaleza, que no conoce su entorno y por lo mismo no lo valora. «Yo creo que hay una necesidad grandísima de empezar a generar espacios donde la gente pueda dejarse maravillar, si conocieran lo maravilloso de nuestro mundo seguramente habría mas empatía por lo que es de todos».
Ese trabajo, y esa visión, llevaron a Andrés a ser reconocido en 2025 con el Premio Whitley, uno de los más prestigiosos en conservación. Sin embargo, lo que más lo enorgullece no es el galardón, sino lo que representa: el esfuerzo colectivo de estudiantes, campesinos, comunidades y colegas. “Es un premio de cientos de personas”, dice con convicción.
Hoy, además de ser profesor en la Universidad de los Andes —institución que ha sido clave para impulsar el proyecto—, sigue yendo al campo, maravillado como la primera vez. “La biología me encanta porque es tratar de descubrir cómo funciona el mundo. Pero también es una forma de vida. Llena de aventuras. De sorpresas. De belleza”.