‘El Video’ es el nombre del corto y, también, del lugar real donde sucede la historia. Lejos del estereotipo, la pieza audiovisual relata una historia de amistad y empatía entre migrantes.
Cuando estaba haciendo su maestría en escritura audiovisual en la Universidad del Magdalena, de donde también se graduó en el pregrado del programa de Cine y Audiovisuales, Ómar Ospina se enteró de la existencia de un lugar llamado El Video.
Durante la realización de su tesis de pregrado, para la que hizo un cortometraje de fantasía llamado Hay una sirena bajo la cama, que es una historia de “las dinámicas femeninas que se viven en un hogar donde las mujeres son cabeza y la presencia masculina estuvo siempre ausente” y que protagoniza su familia, Ómar contrató a un grupo de migrantes venezolanos para que le ayudaran con la escenografía.
Se volvieron amigos y, tiempo después, ya en la maestría, Ómar se encontró con uno de ellos. Estaba “en una situación difícil física y mental, enfermo, con problemas de drogas”. Entonces, lo ayudó a recuperarse y eso profundizó su amistad, así como con el grupo en general.
“Yo siempre les escuchaba hablar de un lugar ‘El Video’, que mire que tal persona viene del Video, que vamos pa’l Video y no sé qué. Un día les pregunté qué era y resultó ser un lugar en el centro de Santa Marta para encuentros sexuales de hombres y que estos chichos se estaban rebuscando allá para sobrevivir”, cuenta.
Ese fue el escenario de su más reciente producción, El Video, un cortometraje que estará dentro de la selección del Festival BFI Flare de Londres, uno de los festivales de cine LGBTIQ + más importantes del mundo, que se llevará a cabo entre el 16 y el 27 de marzo.
El Video
Ya desde que le habían mencionado lo que era, Ómar sabía que El Video era un buen lugar para encontrar una historia. Así, entonces, comenzó un proceso de investigación que consistió, entre otras cosas, en ir al lugar con el director de arte, director de fotografía y, claro, con los muchachos venezolanos para encontrar la mejor historia.
“Era un lugar sórdido, denso. No cumplía con ninguna norma de higiene o de sanidad. Estaba lleno de señores adultos escondiéndose de su realidad o viviéndola de la manera más intensa, y allí estaban estos muchachos, que no tenían más de veinte años, prostituyéndose para sobrevivir”.
Sin embargo, cuenta Ómar, con todas las posibilidades para contar una historia trágica o violenta, “por encima de todo lo que era el lugar, había algo muy positivo que sobresalía: la amistad y la empatía que había entre ellos”.
Así, entonces, El Video relata la historia de tres amigos migrantes en Santa Marta, que ante la imposibilidad de encontrar oportunidades de estudio o de trabajo, acuden a este lugar para obtener algún ingreso. Allí, conservan una fraternidad entrañable con la que se entienden y se reconocen, sin juzgarse nunca, en sus papeles de migrantes, con todo lo que eso ha significado.
“Es muy interesante y muy poderoso; porque, por encima de todo lo negativo del espacio, sale a relucir el amor entre ellos y eso es lo más importante de todo”, explica.
El director
Ómar nació en Santa Marta y cuenta que siempre tuvo una vena artística. Recuerda que de pequeño estuvo involucrado en todas las actividades del colegio que tuvieran que ver con artes: pintura, danza, actuación, etc. Además, dice, desde que tiene memoria ha sentido una gran pasión por contar historias, “rememorar esa tradición tan caribeña de la oralidad y contar relatos a través de diversas posibilidades narrativas”.
Su familia, y particularmente su mamá, trabajaba con empresas de producción audiovisual en la Costa, y siempre supo que su hijo iba a ser un artista. Un día, Ómar se presentó a un casting para una telenovela y esa fue la introducción al mundo de lo audiovisual.
Más tarde entró a la universidad y en el pregrado terminó de enamorarse del cine “por sus posibilidades de comunicación y su poder de transformación”.
“Por eso me doy cuenta de que el cine, desde el discurso del director, puede hacer que un público pueda transformarse, pues las películas no terminan en la sala de cine, sino en la almohada y la memoria”, agrega.
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