En Dibulla, los pescadores se convirtieron también en guías turísticos

Con relatos de altamar, tejidos de atarrayas y gastronomía tradicional, los pescadores del corregimiento de la Punta de Remedios consolidaron un proyecto turístico para contar las tradiciones que perduran a través de su oficio.  

A 40 minutos de Palomino, en el departamento de La Guajira, se encuentra el corregimiento de Punta de los Remedios, un pueblo pesquero por tradición. / FOTO: Ángel Castañeda

El corregimiento de la Punta de los Remedios, del municipio de Dibulla en La Guajira, es un pueblo pesquero por excelencia. De madrugada salen los pescadores al mar Caribe a bordo de sus canoas y con sus atarrayas, en busca de su principal sustento económico y alimenticio.   

Pero más que un oficio, la pesca es una tradición, con todo lo que eso significa: conocimiento ancestral del territorio, del mar y de las distintas técnicas pesqueras, de las especies de peces y de cuándo y cómo pescar para garantizar su conservación. 

Igualmente, de cómo tejer y lanzar una atarraya estando en una canoa inestable por el movimiento de las olas.  

“Es algo que te lleva a soñar con lo que hacía tu abuelo, tu tatarabuelo, a preguntarte cómo hizo para sobrevivir, cómo era el tiempo de antes, y ese entrelace te posiciona en un lugar en donde tú eres parte de la esencia cultural de tu tierra”, cuenta Ángel Castañeda, pescador del corregimiento fundador de la Asociación de Pescadores de la Punta, Aspescar.  

Fue a partir de ese conocimiento y esa riqueza cultural que en Punta de los Remedios comenzó a articularse un proyecto de turismo comunitario.  

Noche de faena, relatos de un pueblo de pescadores 

El nombre que le dieron los pescadores de la asociación Aspescar al proyecto es Noche de faena, que ofrece hoy cuatro actividades principales. 

La primera es una tertulia a la orilla del mar en la que los pescadores relatan su oficio: cómo iniciaron, quién les enseñó, qué tipos de pesca hay y qué significa esta para ellos y para la comunidad, entre otras cosas.  

Por otra parte, ofrecen unos talleres en los cuentan la historia de la atarraya, la infaltable compañera del pescador y el elemento que lo identifica como tal. Un patrimonio de su cultura, en palabras de Ángel, a quien su padre le enseñó a tejerla cansado de que le rasgara la suya con los palos de los arroyos.  

Entre otras actividades, durante las Noches de Faena se realizan una serie de demostraciones de lanza de atarraya en tierra, para que los turistas aprendan su técnica. / FOTO: Fundación Iguaraya

Y como Ángel cuando era niño, los turistas aprenden a hacer el nudo con el que se teje la red para luego aventurarse también, en tierra, a lanzarla. 

Tejer la atarraya es, según Ángel, “como un éxtasis de deleite, tiene algo de una emancipación, un secreto. Así como hacen las olas del mar cuando te dejas llevar de ellas, que es como un vaivén, así también siente uno cuando teje”. 

Posteriormente, realizan una actividad musical en la que al son de coplas y versos, los pescadores relatan experiencias que han vivido en el mar: naufragios, encuentros con tiburones y caimanes aguja, pescas gigantes, tormentas y otras aventuras de altamar.   

Asimismo, y con ayuda de la Asociación de Mujeres Procesadoras y Transformadoras de Productos Marinos (Aspromar), han venido trabajando, entre otras cosas, en temas de recuperación de la gastronomía local al preparar platos tradicionales de la región para terminar la jornada.  

Turismo, desde las comunidades 

Las Noches de faena surgieron de la mano de la Fundación Iguaraya, cuyo trabajo consiste en articular proyectos con locales para constituir alternativas económicas y, con ello, contribuir al mejoramiento de su calidad de vida, enfocado también en la preservación de la cultura y la identidad de las comunidades.  

Así, cuenta Gabriela Grisales, quien trabaja en la fundación, decidieron articular una iniciativa que hiciera frente a la situación turística de otros municipios, como Palomino o el Parque el Tayrona.  

“Son lugares donde hubo un crecimiento espontáneo, acelerado y muy desorganizado del turismo. Entonces los propietarios de los hostales no son los locales, sino personas de otros países o ciudades, por lo que muchas veces los locales se ven desplazados, se encuentran en el último eslabón de la cadena turística y se benefician muy poco o nada de la industria, que además deja mucha basura y altera las dinámicas culturales”, explica Gabriela. 

Pero para comenzar con el proyecto fue necesario realizar antes un proceso de concientización en la comunidad, acerca del valor detrás de su cultura y su potencial para consolidar una industria turística más allá de la venta de productos terminados, como las artesanías. 

El tejido de la atarraya es una tradición que por generaciones ha estado en la comunidad, y que ahora usan como herramienta turística para su beneficio. / FOTO: Fundación Iguaraya

“Para ellos el turismo era ir a venderle el pescado al turista que está en la playa, porque no sabían que sus tradiciones, sus saberes, tienen un valor enorme, que no todo el mundo los conoce y que la gente quiere saber de ellos y están dispuestos a pagar para hacerlo”, dice Gabriela. 

Así, y con el apoyo del Ministerio de Cultura, realizaron una recopilación de tradiciones, saberes, oficios, artes y demás, a partir de la cual surgieron cuatro proyectos turísticos, uno de ellos: las Noches de faena.  

El futuro  

Los niños y los jóvenes también se involucran en algunas actividades, con el objetivo de fortalecer arraigo cultural por las tradiciones y para que cuando crezcan sean ellos los que lideren el proyecto. / FOTO: Fundación Iguaraya

Pero, a pesar de que la comunidad y la fundación han consolidado ya esos productos y servicios, agregan que, muchas veces, las condiciones del departamento, como los problemas de alcantarillado, pueden desincentivar al turista.  

Gabriela sostiene que, aunque esa situación, “no nos ha impedido desarrollar los procesos de base con la comunidad, sí pueden ser, a largo plazo, factores que impidan que los turistas quieran quedarse más tiempo, o que no quieran venir sino hasta Riohacha o Santa Marta, por cuestiones de comodidad». 

De toda formas, la llegada de turistas es todavía ocasional, pues están terminando de construir su estrategia comercial. De hecho, en este momento, los temas administrativos y de ventas los maneja la Fundación Iguaraya, que ha establecido alianzas con agencias de viajes para vender a sus clientes el paquete turístico en Dibulla.  

Los protagonistas del proyecto se están formando de la mano de la fundación para comenzar a dirigir, ellos mismos, el proyecto en su totalidad, y están trabajando en el fortalecimiento de determinados hábitos que no son parte de su cotidianidad por la diferencia con la que funciona el tiempo en sus comunidades, como por ejemplo, el manejo del tiempo de las actividades y a la organización de las reservas.  

Además, con el apoyo de la Fundación Iguaraya y el Ministerio de Cultura, la comunidad está empezando a articular una escuela de formación para jóvenes, que se capacitan para liderar la experiencia.