En Tunja, un matrimonio apasionado por el cine, convirtió su vocación en un proyecto social que hoy forma a jóvenes boyacenses en el séptimo arte.
En 2016 Yasmín Gómez y Ricardo Castañeda, un matrimonio de docentes con vocación cultural y una fuerte pasión por el cine, decidieron unir sus saberes para crear La Pirinola Fílmica. Su idea inicial era sencilla: que los estudiantes no fueran solo espectadores de películas, sino creadores capaces de relatar su realidad desde la gran pantalla.
“Queríamos que los chicos pudieran contar sus propias historias, que entendieran que el cine no está lejos, que también se puede hacer desde aquí”, recuerda Yasmín. La primera cámara llegó prestada y los talleres arrancaron en un aula escolar, sin grandes recursos, pero con una metodología lúdica que buscaba romper la rigidez de la enseñanza tradicional.
Es así como, poco a poco, la propuesta se fue consolidando. Con el apoyo de colegas, amigos y voluntarios, los talleres comenzaron a crecer y a convocar a más jóvenes. “Nuestro trabajo empezó con un taller pequeño, con una cámara prestada, pero con una idea clara: dar a conocer el cine”, afirma Castañeda.
Educación y cine en Boyacá

El contexto no era sencillo. Boyacá enfrenta retos importantes en materia educativa: Según datos del DANE, a 2022 apenas el 35.3% de las escuelas educativas rurales del departamento cuentan con internet, incluso, no todas las instituciones cuentan con energía eléctrica, la cobertura llega al 97.8%.
En cuanto a cine, el panorama también es limitado. La región carece de una infraestructura robusta de salas: la mayoría de los municipios no tienen espacios de exhibición y en Tunja solo funcionan dos complejos comerciales que brindan el acceso a las pantallas, además, la ausencia de circuitos alternativos reduce el acceso a la cultura audiovisual para los jóvenes.
En ese escenario, La Pirinola Fílmica llenó un vacío al llevar proyecciones y talleres a colegios, barrios y veredas. La pantalla blanca improvisada en un muro o en un salón comunal se convirtió en la oportunidad para que los jóvenes vieran y crearán un cine propio, cercano y con su voz.
Una metodología propia
El método de La Pirinola Fílmica se basa en el juego y la creación colectiva. Cada encuentro arranca con dinámicas que despiertan la creatividad y la confianza, antes de pasar a la escritura de guiones, el manejo de cámaras o la dirección de escenas. “Lo que hacemos es que los chicos aprendan jugando, que se rían mientras filman, que pierdan el miedo a expresarse”, explica Gómez.
En los talleres, todos los roles cuentan. Unos se convierten en actores, otros en sonidistas o camarógrafos, y algunos más descubren la magia de la edición. Esa división de tareas fortalece el trabajo en equipo y el respeto por los oficios que hacen posible una producción audiovisual.
El proceso se completa con la exhibición de los cortos realizados. “La primera vez que vimos nuestra película en una pantalla grande fue increíble, porque era algo nuestro, de nuestra realidad”, recuerda Gabriel Mejía, participante del proyecto.

Para llegar a las veredas, el equipo adapta su trabajo a las condiciones del territorio. Cargan cámaras, micrófonos y una pantalla portátil en transporte público o en vehículos particulares, y muchas veces improvisan las salas de cine en salones comunales, escuelas rurales o incluso al aire libre. “Nosotros llevamos el cine hasta donde estén los chicos, no al revés”, comenta Castañeda.
La metodología también incluye el diálogo previo con las comunidades, buscando que los temas de los cortometrajes surjan de sus propias preocupaciones y vivencias. Así, los procesos audiovisuales abordan realidades locales como el cuidado del agua, las tradiciones campesinas o la migración, convirtiéndose en un espejo que refleja y da voz a las comunidades.
Ideas que se escuchan
Los jóvenes son protagonistas del impacto de la Pirinola. “Gracias a la Pirinola aprendí que no necesito ser actriz famosa para contar lo que siento. Ahora escribo mis historias y las grabo con mis amigos”, asegura Laura Castañeda, actriz participante del proyecto,
Para Emelie Sandoval, directora del corto: “El rollo de la vida” el cine se convirtió en un espacio de confianza y crecimiento personal: “Al principio no hablaba mucho, pero con los talleres aprendí a expresarme y a trabajar en equipo. Eso me sirvió incluso en el colegio”, afirma.
Estas experiencias muestran cómo el cine se convierte en vehículo de autoestima, diálogo y participación. En un territorio donde muchas veces las opciones de formación cultural son limitadas, la Pirinola abrió un espacio distinto y cercano a las juventudes.
Un impacto que trasciende

Más de 600 estudiantes han pasado por los talleres de la Pirinola Fílmica en instituciones educativas de Tunja y municipios cercanos. Para muchos, fue el primer contacto con una cámara de video, pero también con la posibilidad de narrar sus vivencias en un formato colectivo.
“El cine se vuelve una excusa para hablar de lo que les preocupa: la violencia, el medio ambiente, la falta de oportunidades. A través de las películas construimos memoria y comunidad”, explica Ricardo.
El proyecto ha fortalecido habilidades técnicas y también competencias blandas como la comunicación, la confianza y la cooperación. Así, la Pirinola promueve que el cine pueda ser al mismo tiempo arte, educación y transformación social.
Su trabajo ha sido reconocido en escenarios culturales y académicos. Han participado en festivales de cine comunitario en Colombia y recibido menciones en espacios como la Red de Cine Alternativo y la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, que destacan su aporte a la educación audiovisual en la región.
De esta forma, resultado de su trabajo, fueron seleccionados y representaron a Colombia, entre 16 países de América, Europa y Asia, en el programa de pedagogía del cine: “Le Cinéma, cent ans de jeunesse” (El cine, 100 años de juventud) de la Cinemateca Francesa, en París, Francia, para el edición 2019/2020.
El futuro en pantalla
Hoy, La Pirinola Fílmica busca consolidar una red departamental de cine escolar que articule colegios, colectivos juveniles y organizaciones culturales. La meta es crear un circuito propio de exhibición y formación que supere las barreras de acceso actuales.
El colectivo también gestiona alianzas para llevar sus producciones a festivales nacionales y espacios alternativos. La idea es que los cortos realizados en aulas boyacenses circulen y se reconozcan más allá del territorio.
“Nos interesa que el cine no sea solo entretenimiento, sino herramienta de transformación social”, concluye la fundadora. Mientras tanto, en un salón prestado o en una cancha comunal, un grupo de jóvenes prepara la próxima toma, convencidos de que desde Boyacá también se pueden contar historias universales.