Luisa Herrera, estilista y activista de 43 años, trabaja junto a la fundación Amigos del Mundo Diverso para construir un Estado que cuide a las personas diversas sin discriminación. Cuarta entrega de nuestro especial de liderazgo diverso en las regiones.
Desde pequeña, Luisa Herrera intuía que era una mujer. Cuenta que le gustaba más jugar con niñas y que nunca le atrajeron sus amigas. Nació en Corozal, Sucre, pero su familia se mudó a la isla de San Andrés cuando era niña. Allí ha vivido la mayor parte de su vida.
Cuenta que nació en una buena época, pues durante su infancia el bullying no era “tan pesado como hoy”. Sin embargo, mientras estudiaba su bachillerato los profesores del colegio pidieron a sus padres meterla en terapia porque no se explicaban por qué su hija pasaba más tiempo jugando ‘juegos de niñas’.
Según cuenta, tuvo “tres psicólogos, dos hombres y una mujer. Los dos hombres eran tan machistas que ni te digo. Uno de ellos tenía una reglita con la que me pegaba si levantaba el dedo meñique para beber algo, o si cruzaba las piernas”.
“Que un hombre no levanta el dedo, un hombre no cruza las piernas, un hombre camina con las piernas abiertas”, le decía el psicólogo durante sus sesiones.
“A pesar de ello, yo nunca he sido de las que traga entero. Yo soy como soy, como me siento, y así me expreso”, dice.
Fue cuando tuvo esa tercera terapia que su experiencia cambió. La psicóloga le dijo algo que Luisa ya sabía: que era una mujer. De hecho, Luisa recuerda que recibió con felicidad la noticia que le entregaron a sus padres de que un presunto recuento de hormonas indicaba que ella tenía más hormonas ‘femeninas’ que ‘masculinas’, una anécdota que la validó en medio de su proceso de aceptación.
Y aunque Luisa le había contado a su madre que no le gustaban las mujeres, fue la psicóloga quien le habló a sus padres la verdad sobre su identidad de género. “Mi familia me aceptó muchísimo, a pesar de que son una familia conservadora de la costa, que además era machista. Mi madre me dijo que ya lo sabía y que Dios me había enviado así. Ella me compraba mis útiles, estaba pendiente de mí y en algún momento sentí miedo de defraudarla, pero lo trabajamos y me así me quiere”.
Sin embargo, la historia fue distinta con la sociedad sanandresana.
La Transición a una isla más justa
Para Luisa, San Andrés era una sociedad hermética y conservadora en donde fue duro asumir su identidad, en aquel momento, como un hombre gay, y más tarde como una mujer trans.
En el 2000 fue a estudiar peluquería a Medellín. Allí comenzó su transición y volvió a San Andrés con la frente en alto siendo una de las pocas mujeres trans de la isla. “Cuando yo me devolví a la isla, había quizás dos personas más que abiertamente se reconocían como mujeres trans”, cuenta.
Dice que las violencias por parte de la Policía, el sistema de salud y algunos funcionarios del Gobierno local eran recurrentes en ese momento. Y fue entonces cuando con un grupo de amigas y amigos, entre tragos, bebidas y música, decidieron crear la Fundación Amigos del Mundo LGBTI, hoy llamada Amigos del Mundo Diverso.
“Fuimos escalando peldañitos grandes. Hoy podemos decir que nos aceptan y respetan más. Unimos fuerzas con la Secretaría de Desarrollo Social de todos los gobiernos para diseñar rutas de atención diferencial, consejos de atención y convocatorios. Nos ha tocado muy duro, porque entidad a la que llegamos, entidad a la que debemos resetearles el chip”, cuenta la activista.
Fue así como la Fundación empezó a trabajar con la Fiscalía, la Policía y otras entidades que deben cuidar a toda la ciudadanía sin discriminación alguna. Lo que la fundación se dedica a hacer en sus talleres es exponer las violencias que vive la población LGBTIQ+ y explicar cómo debería ser la atención diferencial que requieren sus casos.
Las violencias vivían en las palabras y en los actos. De hecho, Luisa recuerda que “en una ocasión sufrí un accidente. Me corté y fui al hospital. Me miraron y con su mirada me decía ‘este bicho raro de donde salió’… Y les grité que dejaran de chismosear, que por favor me atendieran, que era una persona como cualquier otra y que necesitaba de su ayuda. Esas son las situaciones que vivimos y por las que trabajamos para que no ocurran más”.
A pesar de ello, Luisa no siente odio o rabia. Al llegar a las entidades a realizar su labor pedagógica, incluidas aquellas que han violentado a la población LGBTIQ+, lo hace con cariño y con el deseo de que ellos aprendan a cuidarla, y a cuidar a otras personas diversas.
“A veces me siento impotente porque no se me dan las cosas, pero una coge calma y actúa. En la fundación creemos en que la educación quita cualquier barrera. En tantos talleres no falta el que sale con groserías, pero con una sonrisa y palabras amables respondemos”, cuenta.
Hoy, Luisa sigue trabajando por sus derechos y los de las demás personas de San Andrés. Enseña, junto con sus compañeros y compañeras, a otras personas de la población LGBTI+ a cuidarse. Y siempre porta su cabeza en alto, orgullosa de ser quien es.
“Yo siempre digo que yo en San Andrés soy reina y señora. Acá la gente de la comunidad no entraba a una discoteca, casino o restaurante, seguro por discriminación. Hoy, yo entro a cualquier lugar”, concluye.