En la Amazonía oriental de Colombia, indígenas cubeo siembran árboles frutales y maderables para revitalizar la naturaleza que tanto quieren y necesitan. A su vez, la reforestación se convirtió en una alternativa económica.
A diferencia de territorios como Caquetá, Guaviare y Meta, que son los principales focos de deforestación en el país, Vaupés, un departamento ciento por ciento amazónico, no ha sido afectado por ese flagelo con la misma intensidad.
Según datos de Global Forest Watch, entre 2002 y 2021, el área total de bosque primario húmedo en el Vaupés disminuyó un 0,61%, que corresponde a un total de 31.100 hectáreas. En sí misma esa cifra puede parecer bastante alta, pero comparativamente no lo es tanto.
Durante el mismo periodo, Guaviare experimentó una reducción del 5,6% de su área de bosque primario, equivalente a 276.000 hectáreas; Caquetá, una del 7% o 474.000 hectáreas, y Meta, del 13%, que corresponde a 350.000 hectáreas.
Por su parte, el Plan Integral de Gestión de Cambio Climático en Vaupés indica que, entre 1990 y 2020, en el departamento se deforestaron 26.551 hectáreas de bosque, siendo las inmediaciones de los ríos Vaupés, Apaporis, Papuri y Querari los principales focos del fenómeno.
Justamente allí, sobre la orilla del primero de esos ríos, a dos horas en lancha desde Mitú, capital del departamento, se encuentra la comunidad de Trubón. Sus habitantes, todos indígenas cubeo, se organizaron para mitigar los efectos de la deforestación, que aunque es baja en su departamento, tiene efectos directos a nivel local.
Hoy, en articulación con Saving The Amazon, una ONG dedicada a reforestar la Amazonía de la mano de sus habitantes, y la financiación de marcas como Club Colombia, de la empresa Bavaria, la comunidad ha sembrado más de 10.000 ejemplares de varias especies de árboles frutales y maderables. Con eso, además de revitalizar la selva de la que dependen y desde allí contribuir al fortalecimiento de su identidad indígena, han logrado consolidar un sustento económico estable y útil.
“Tenemos el fin de que se mire monte y monte por acá”
Unas cuantas casas de madera, una escuela del mismo material, una cancha de fútbol y, claro, una maloca, conforman la comunidad de Trubón, donde viven alrededor de 27 familias del pueblo indígena cubeo.
Al interior de la maloca, dos mesas con una variedad de manjares amazónicos: quiñapira, que es una especie de caldo de pescado reposado por días, al que se le va agregando más pescado para reforzar el sabor; casabe, que es una especie de arepa de almidón de yuca brava o fariña y que es la principal ‘guarnición’ de los platos amazónicos, y chicha de pupuña, que es como le dicen al chontaduro en esa región.
Además, piñas frescas, caña de azúcar en trozos y frutos como el ibacaba y el patabá. Esos últimos cosechados recientemente de algunos de los árboles que sembraron en el marco de su alianza con Saving The Amazon.
Es costumbre recibir a los invitados con alimentos, cuenta Henry García, capitán del asentamiento: “Cada vez que yo voy a una casa en otra comunidad, me reciben con esto. Esto es lo que hacemos nosotros los indígenas y lo hacemos gracias a la selva”.
Allí viven los cubeo, y tantos otros pueblos indígenas amazónicos, desde el principio de los tiempos, cuando llegaron a la tierra como hijos de una enorme anaconda que con su paso iba formando los ríos y que les asignó el pedazo de tierra – o más bien, de selva – al que llaman hogar.
Viven en ella y de ella, de los frutos y animales que también están ahí; haciendo uso de los recursos que provee y respirando el oxígeno y el agua que produce.
“Sin ella no seríamos nada”, dice Arturo Hernandez, anterior capitán de la comunidad.
A pesar de su importancia, la comunidad ha sido testigo de la disminución del bosque a causa de factores como el aumento de la población local, que Henry dice está descontrolado, “mire esa cantidad de niños, eso repercute”, así como por procesos de colonización y por acciones de la comunidad misma.
“Antes, para cosechar el fruto de un árbol, nuestros abuelos subían a las copas y recogían la fruta, ahora nosotros los tumbamos”, cuenta Henry.
Incluso, hace unos años la comunidad intentó introducir algunas cabezas de ganado con el fin de diversificar su dieta y su economía, pero fue un rotundo fracaso por la imposibilidad de procesar el producto y comercializarlo, así como por el impacto que tuvo en términos de deforestación.
De ahí, entonces la intención que tienen en Trubón de recuperar su territorio para que “se mire monte y monte por acá”.
Antes de trabajar con Saving The Amazon, la comunidad había tenido algunas experiencias de reforestación con otras organizaciones que, según cuenta Henry, funcionaban como sencillos pagos por servicios ambientales: plantar árboles y conservarlos a cambio de una suma de dinero. La tarifa estándar era de 800 pesos por árbol sembrado, que no les parecía mucho pero “era algo”.
Hace alrededor de once años, sin embargo, llegó Saving The Amazon a la región y luego de una conversación con la entonces autoridad de Trubón, mediada por un par de totumos de chicha, como indica la tradición, comenzó el primer piloto con la organización.
Se sembraron 20 árboles de especies nativas como el copoazú y el ibacaba, por un pago de 3.000 pesos por árbol, que luego se complementa con otro de 140 pesos por cada árbol conservado al mes. A cada beneficiario se le asignan al menos 500 árboles y el pago por su conservación se entrega semestralmente. Desde entonces han sembrado más de 10.000 árboles en la comunidad.
“Acá no tenemos entrada de recursos económicos, entonces esta alianza ha sido muy valiosa porque hemos podido conseguir recursos para suplir necesidades básicas como los útiles escolares de los niños, ropa o anzuelos para la pesca” dice Arturo.
Con él coincide, Erick Sánchez, también habitante de Trubón, quien asegura que “acá se estaba muriendo el bosque, se puede ver todavía pedazos donde no hay ni árboles, pero con esto hemos podido reforestar esta selva que es nuestro pulmón”.
Además, asegura que el dinero que recibe también le ha permitido comprar enseres para la casa y comida, entre otras cosas, así como fortalecer su economía principal: la cosecha de frutos amazónicos para la venta y para consumo propio, así como la venta de madera, de gran demanda en la cabecera municipal de Mitú.
Sembrar para conservar el ambiente, pero también la identidad
Durante nuestra visita fuimos testigos de diversas prácticas tradicionales como las danzas del carrizo y del mabeco, que reciben su nombre de los instrumentos que suenan al realizarse. También hubo regalos de parte de los locales, artesanías tejidas con fibras vegetales y pintadas con pigmentos como el carayurú, que también usaron para hacer dibujos sobre nuestros rostros simbolizando al jaguar, el árbol de wasay y las estrellas, y que se usa tradicionalmente como elemento de protección.
A primera vista parecería que la cultura tradicional es vigorosa y prospera, sobre todo porque la lengua nativa, el cubeo, es la primera de todos los habitantes por encima del español, pero lo cierto es que se encuentra en un acelerado y muy preocupante proceso de extinción.
“Hoy a los jóvenes poco les interesa lo que es de nosotros. Más que la cultura, les atraen los celulares y los equipos de sonido, y mientras eso pasa, los viejos sabedores van falleciendo y cuando uno se da cuenta, no hay quién enseñe acerca de cómo éramos antes, cómo vivíamos, cómo eran nuestras costumbres”, dice Henry, sentado en la maloca.
En Trubón, el último sabedor murió a causa de la pandemia y como nunca tuvo un aprendiz, con él se fueron milenios de conocimiento. Sin embargo, por encima del desinterés de los jóvenes, Henry tiene nombre propio para el responsable de la pérdida cultural.
“Eso lo destruyeron las primeras personas que supuestamente nos civilizaron, que fueron los curas”, asegura con molestia en su voz, “nos rechazaron la chicha, nos prohibieron las danzas, botaron todo a la basura diciendo que eso era del diablo, y ahora vienen diciendo que tenemos que preservar, pero ¿dónde está su responsabilidad? Si nos hubieran dejado quietos, hoy estaríamos fuertes”.
Agrega que al territorio han llegado varias ONGs, instituciones y asociaciones de todo tipo con «el cuento» de que van a ayudar a preservar la identidad y la cultura del territorio, y proponen proyectos desde afuera que en ningún momento consultan las necesidades o los intereses de los locales y que además no terminan teniendo ningún impacto real.
“Llegan, hacen una actividad, un almuerzo, nos enredan con palabras y otras vainas, pero en la comunidad no queda nada. Hacen todo tipo de proyectos en nuestro nombre, con nuestra mitología y nuestras leyendas, investigaciones y no sé qué, pero acá no queda nada. Todo se lo llevan. Sacan y no devuelven”.
Por ello, Henry valora el trabajo que se ha hecho con Saving The Amazon, que, dice él, es la primera organización que ha generado un impacto real en la la comunidad a través de los pagos por servicios ambientales.
Un impacto que no ha sido solo económico, sino cultural. La siembra de árboles nativos, y con ello la revitalización de la selva, ha sido también un elemento que ha servido en la lucha por mantener con vida sus tradiciones indígenas: los ha volcado de nuevo a la alimentación tradicional donde los frutos amazónicos son parte fundamental, han dejado de tumbar los árboles para cosechar y han retomado los usos tradicionales de la tierra.
En general, concluye Henry, “con este ejercicio recuperamos lo que es de nosotros. Recuperamos nuestro territorio, que hace parte de nosotros como indígenas”.