En 2012, luego de una pregunta por Twitter, Diana Salazar y Joanna Prieto crearon lo que, en 2016, se convertiría en Geek Girls Latam. Una organización que apuesta por reducir las brechas entre mujeres y hombres en las carreras de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas.
Diana Salazar y Joanna Prieto no tienen una formación en alguna rama de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (Stem, por sus siglas en inglés). Sin embargo, hace una década decidieron unirse con una meta: promover una mayor participación de las mujeres en estas áreas.
Así nació, en 2012, lo que ahora es Geek Girls Latam, una ONG que promueve que, desde temprana edad, niñas y jóvenes conozcan sobre estos campos.
“Ninguna de las dos viene de las ciencias exactas, de los Stem puro y duro. Diana es diseñadora y yo vengo de la educación”, dice Joanna, “pero eso es algo que, definitivamente, ha distinguido a Geek Girls desde el inicio”. Y, según los cálculos que hacen ambas, el impacto directo anual de la organización es de alrededor de 400 niñas y mujeres que se suman a alguna de las iniciativas que realizan.
Un trabajo que realizan a través del modelo Inspira, Empodera y Conecta que, como explica Joanna, busca que las mujeres tengan “desde temprana edad hasta el último de los días una solución y un acompañamiento en este camino”.
Poner la conversación sobre la mesa
Fue por un tweet del que fue el ministro de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) entre 2010 y 2015, Diego Molano. En 2012, luego de un evento en Estados Unidos, el político preguntó dónde estaban las ‘geek girls’ en Colombia. “Fue la primera vez que escuchamos el término y nos gustó un montón. Empezamos a preguntar quiénes eran las mujeres colombianas en tecnología”, relata Joanna.
Así, comenzaron a reunirse varias mujeres, incluyendo a Diana y Joanna, para discutir sobre su participación en las áreas Stem, realizando, por ejemplo, encuentros y conferencias. El 1 de agosto de 2016 se conformaron como una organización no gubernamental. Sin embargo, desde antes, cuenta Diana, tenían clara su misión: “Conectar a niñas, jóvenes y mujeres con la industria científica para perseguir sus sueños, generar prosperidad y contribuir a los objetivos sostenibles en relación con la equidad de género”.
Ha sido un proceso que ha consistido, sobre todo, en “poner la conversación sobre la mesa, porque cuando iniciamos, ni siquiera nosotras éramos tan conscientes de las brechas que había”. Brechas que se evidencian en las cifras que ellas han recolectado.
En el mundo laboral, 8 de cada 10 mujeres tienen jefes hombres; 9 de cada 10 mujeres han manifestado su preocupación por la falta de más mujeres en el campo de la tecnología, y solo 1 de cada 5 organizaciones están comprometidas con la contratación y el avance del liderazgo de las mujeres en tecnología. Y en educación, 2 de cada 10 mujeres estudiantes de una carrera Stem desisten en los tres primeros semestre
Las estrategias de Geek Girls con niñas y mujeres
Diana explica que, para revertir esas tendencias, han diseñado una serie de estrategias. La primera es Apropia, que busca el “fortalecimiento de competencias digitales en niñas y adolescentes, basado en la apropiación social de la tecnología. Porque eso es mentira que ahora las personas nacen con el computador bajo el brazo”.
Luego está el Steam Program: “Un programa vocacional para que las adolescentes encuentren qué les gusta, son las carreras Stem trazadas por el arte”, lo que explica la A, que también viene de la formación profesional de las dos. Un ejemplo de esta iniciativa es mostrarles a las adolescentes que quieren ser diseñadoras de vestuario o de moda la existencia de los ‘wearables’, prendas de vestir combinadas con elementos tecnológicos.
También está la Cátedra Geek Girls Latam, dirigida a mujeres que comienzan su formación a estas áreas y el Programa Talentos Geek Girls, que busca conectar a esas mujeres con las necesidades de la industria.
Por último, está la Escuela de Seguridad Digital 360, que se enfoca en un público más joven, pues es para niñas y también niños entre los 9 y los 14 años, así como para padres, cuidadores y docentes para que aprendan sobre temas de seguridad en internet.
“Es muy chévere lo que hemos hecho. Nuestro sueño sí es poder tener toda la ruta, que una niña pase por todas las etapas y llevarla hasta el final”, dice Diana, para explicar que para 2022 la meta es que alrededor de 600 niñas y mujeres participen en los programas.
El impacto
Para ambas mujeres, la mejor forma de explicar el trabajo que han realizado durante la última década es con las anécdotas que más las han marcado. Diana asegura que se trata de conseguir que “a través de lo que hacemos, haya paz, educación y conectemos con las realidades de las niñas y mujeres con las que trabajamos”.
Esa reflexión la cuenta luego de explicar cómo, en un evento, llevaron a un grupo de adolescentes en situación de vulnerabilidad, pues venían de contextos en las que habían sido abusadas, a “un Tech Day en una empresa grande”.
“Una de ellas se estaba quejando de que le dolía el brazo, al preguntarle qué le pasaba, me dijo ‘es que ayer me apuñaló ella’”, señalando a una de las otras adolescentes que estaban allí. Diana, con el acompañamiento de la trabajadora social que estaba en la visita, intervino en la situación.
“Cuando resolvimos el tema del dolor, llegamos a un taller que se les daría para programar chatbots y en el que tenían que formar grupos. Pudimos hacer la conversación entre la chica que la agredió y la agredida. Ambas, que habían tenido este conflicto, estaban trabajando y conectando con un propósito”, concluye.
Por su parte, Joanna recuerda que, en 2016, invitaron a un grupo de niñas afrodescendientes, indígenas y en condición de pobreza a un taller de tres días en Corferias en el que aprendían, entre otros temas, de robótica, para construir su propio robot, con fichas de Lego.
Aprovechando que estaban allí, “las llevamos visitar toda la feria y cuando llegaron de nuevo al stand, la instructora les preguntó qué tal les pareció y una de ellas le respondió que ‘vimos un robot’, a lo que la instructora le respondió que ellas también habían hecho uno. A mí se me salieron las lágrimas al ver la cara de ellas, dándose cuenta de que ellas también lo podían hacer”.
A la final, concluye Joanna, se trata de eso, del impacto que pueden generar en niñas y mujeres que, quizá por su contexto, sienten que hay objetivos inalcanzables: “Es sembrar la curiosidad, ‘rayarles’ la cabeza”.