El reconocido antropólogo y etnobotánico canadiense, y hace poco nacionalizado colombiano, Wade Davis, estuvo en la FILBo hablando de su libro Magdalena. En Colombia Visible charlamos con él acerca de los ríos, la diversidad y la paz en el país.
Wade Davis llegó por primera vez a Colombia en la década del 70, siguiendo los pasos de su mentor, amigo y reconocido etnobotánico, Richard Evan Schultes.
Desde entonces, y de una manera en la que pocos lo han hecho, Davis ha recorrido las selvas, los ríos, las montañas y las llanuras de Colombia en busca del conocimiento y la sabiduría que, está convencido, en ellas habita, tanto en las personas y las culturas, como en las plantas y animales.
En Colombia su nombre cobró particular importancia luego de que escribió El Río, un relato acerca de las expediciones e investigaciones que comenzó Schultes en la selva Amazónica y que luego él retomó de la mano de su colega y amigo Tim Plowman.
Enamorado de Colombia, se nacionalizó en el 2018, mientras adelantaba la investigación que lo llevó a escribir su más reciente obra: Magdalena, river of dreams (Magdalena, río de sueños).
En sus propias palabras, Wade ha sido siempre “un ‘tipo’ de ríos, me han fascinado siempre”. Por eso, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo), participó de un conversatorio conjunto con el cantautor Carlos Vives acerca del río Magdalena, protagonista tanto de su libro como de ‘Cumbiana’, la obra del samario.
En Colombia Visible charlamos con Davis acerca de estos cuerpos hídricos y de su papel como sujetos para el bienestar, así como de diversidad y construcción de paz.
¿Por qué dice que el Magdalena es el 'río de los sueños'?
Es interesante, porque el libro en español tiene un subtitulo distinto: “historias de Colombia”.
Yo quería enviar un mensaje al mundo de que Colombia no es un lugar de drogas y violencias, y todos esos clichés; sino que, de hecho, es un lugar que solamente un pueblo como el colombiano hubiera podido sobrellevar después 50 años de guerra.
Al mismo tiempo, los colombianos han tenido una amnesia colectiva con respecto al río que hizo posible el país, incluido yo: lo crucé mil veces sin verlo. Pero el Magdalena es el río de Colombia: es la fuente de la cultura y del comercio, es la única manera en la que Colombia, probablemente uno de los lugares más complejos en términos geográficos, podía establecerse.
Una buena parte de las ciudades grandes de Colombia están en las montañas, entonces existe esta increíble inversión geográfica en la que, para que esas zonas metropolitanas tuvieran algún contacto con el mundo exterior tenían que acudir al río. Así, todos los pueblos que fueron creados inicialmente como estaciones de los vapores se convirtieron en los puertos de esas grandes ciudades en el río.
Entonces, quería descubrir el río que hizo posible a esta nación, y para mí fue una revelación.
Y, en ese sentido, ¿cómo cree usted que el país pueda superar esa amnesia y ‘reconciliarse' con sus ríos?
Es algo que está pasando. La única cosa buena que ocurrió en el conflicto es que, durante 50 años, vastas zonas de Colombia estuvieron, dada la guerra, fuera de los límites del ‘desarrollo’.
Así, mientras en naciones como Ecuador tomaron decisiones en los setenta que llevaron a la violación total de sus bosques: petróleo, oleoductos, colonización, ganado, ‘desarrollo’; la Amazonía colombiana, en contraste, y aunque ahora en profunda amenaza, permanece virtualmente intacta.
Colombia tiene esta oportunidad increíble de tomar decisiones sobre su futuro, informada por 50 años de investigación científica acerca de la importancia de la diversidad, tanto biológica como cultural, que simplemente no existía en los setenta cuando Ecuador tomó esas decisiones.
La pregunta es: ¿ahora qué hará Colombia con eso?
Pero entonces, en su opinión, ¿qué tiene que pasar para que las personas comiencen a entender los ríos como los sujetos para el bienestar que son?
Cuando los Mamos indígenas dicen que la sangre del cuerpo humano no es distinta al agua en un río, dicen la verdad. Es decir, cuando uno se muere, el 80 % del cuerpo, que es agua, termina siendo parte de los ciclos hidrológicos de la Tierra, y de manera muy similar el agua de un río fluye hacia el océano.
Por eso, yo siempre digo que los mensajes de los Mamos no son triviales, no son decorativos, deberíamos estar escuchando lo que nos están diciendo, tenemos que hacerlo.
Lo emocionante acerca de los ríos es la manera tan destacable en que pueden recuperarse, lo único que toca hacer es dejar de botarles basura.
Mira el ejemplo del Támesis en Londres. En 1967, el Museo de Historia Natural del Londres lo declaró biológicamente muerto, literalmente sin oxígeno, y ahora hay delfines y cientos de especies de peces.
Y fue algo que vimos también durante las primeras semanas de la pandemia del covid-19 con la narutaleza en general: todas estas increíbles imágenes de jabalíes salvajes en Barcelona, Flamingos en Mumbai y todas esas imágenes.
Con ellas vimos dos cosas: el poder enrome de la resiliencia de la naturaleza, pero también el impacto increíble que estamos teniendo como humanos. No sé si esa lección persistirá, pero sí es algo en lo que definitivamente deberíamos estar pensando.
Yo siempre digo que, si alguien dice que la economía y el dinero son más importantes que la ecología, deberías sugerirle que se ponga una bolsa de plástico ajustada en la cabeza y comience a contar su dinero.
En entrevistas pasadas usted ha dicho que la topografía colombiana habla mucho del espíritu de su población: a veces tranquilo, como un valle, o a veces volcánica y violenta. ¿Qué cree que tienen que decir los ríos acerca de ese espíritu?
Esta es una tierra de ríos, por eso el Macizo es un lugar tan increíble: el Patía, el Magdalena, el Cauca, el Putumayo y el Caquetá, todos esos ríos nacen en ese lugar. Uno puede caminar un día en Puracé y literalmente tocar el lugar de nacimiento de todos esos ríos increíbles.
Creo que como los ríos, los colombianos deben entender que tienen un lugar de procedencia común que deben cuidar.
En sus libros, y en esta charla, usted ha hablado acerca de la importancia de la diversidad, tanto cultural como biológica y ha elogiado a Colombia por poseerlas en una magnitud que existe en pocos lugares en el mundo. ¿Cómo cree usted que esa diversidad puede ayudar en el contexto de intento de construcción de paz, en el que se encuentra el paísen este momento?
Yo creo que, al final, todo se reduce a legalizar la cocaína. La tragedia es que el proceso de paz y el Acuerdo de La Habana fueron logros increíbles; pero, aun así, nunca habrá una paz completa y estable mientras haya cocaína ilícita.
Es tiempo ya del golpe de limpieza de la legalización y de dejar que los países que han consumido la droga por toda la historia, que son los causantes de la agonía de Colombia, lidien con las consecuencias de ello.
La realidad es que la guerra contra las drogas continúa porque ninguno de los bandos quiere ganar: a la DEA no le importa ganar, no tiene ningún interés en terminar la guerra, pues les significaría una reducción de 60.000 millones de dólares de presupuesto anual. Los carteles tampoco quieren la legalización, porque perderían todas sus ganancias.
Entonces la llamada ‘Guerra contra las Drogas’ no llegará a su final hasta que las personas nos enfrentemos tanto a los carteles como contra la DEA y su equivalente en Colombia.
Millones de personas en Colombia han sido víctimas inocentes de una guerra con la que nunca tuvieron que ver, y esa guerra no habría durado un segundo sin la cocaína.
Durante décadas usted ha recorrido Colombia como pocas personas, y se enamoró de ella al punto de convertirse en ciudadano. ¿Qué lugar lo ha impactado de manera particular, o recuerda con especial cariño?
La Sierra Nevada de Santa Marta, sin duda. Hace poco fui, por una semana, con los Mamos y ellos me recordaban el momento en que hace 48 años los visité por primera vez. Hoy me llaman un ‘mamo occidental’, pero su sabiduría y su conocimiento no deja de asombrarme.
De hecho, hace poco me enteré de que un Mamo legendario de la Sierra, llamado Agustín, se reunió con Simón Bolívar en un momento de su vida y lo aconsejó. Luego, cuando Bolívar estaba muriendo, se decía que iba a zarpar hacia Europa, pero no lo hizo, y decidió ir a Santa Marta.
La pregunta, entonces, es ¿por qué? Yo creo que iba a consultar a los Mamos antes de su muerte.
En general, he conocido muchos lugares y mucha gente increíble en Colombia, con tanta esperanza y deseo de hacer cosas grandes. De eso se ha tratado todo siempre.