Con 12 años, Sara es una de las 35 niñas que en agosto viajaran al Space Center de la Nasa en Houston, una aventura con la que espera derrumbar estereotipos acerca de las niñas y las mujeres.
A Sara le encanta hablar. La timidez nunca fue algo que desarrolló. Ella misma lo dice: “a veces me dicen que hablo mucho, que tengo que dejar hablar a las otras personas pero es que a mí me gusta contar las cosas que sé”.
Su mente funciona como la de cualquier otra niña de su edad. Es infinitamente curiosa y los pensamientos nunca paran de llegarle. Siempre con cada idea que va verbalizando, su cerebro crea alguna asociación que la lleva a introducir un nuevo tema y así sucesivamente. Una cadena casi infinita de la que es difícil sacarla.
Sin embargo, aunque pueda parecer caotico, Sara tiene sus ideas muy claras. Una en particular es que está cansada de los estereotipos que los hombres se inventan de las mujeres. “Los hombres nos invaden la cabeza con cosas que no son, estereotipos de nosotras mismas: que no voy a poder, que solo puedo sacar malas notas. Nos invaden y a veces uno se lo cree. Pero no. ¡No creamos lo que los niños nos dicen!”
Para hacerle frente a esos estereotipos, Sara está desarrollando una iniciativa que bautizó ‘Programadoras del futuro’, en el marco del proyecto que deben realizar las ‘tripulantes’ que en agosto visitarán por una semana el Space Center de la Nasa en Houston, gracias a una alianza entre esa institución y la Fundación She Is.
A grandes rasgos, cada tripulante debe enfrentar una problemática presente en su comunidad usando las materias STEAM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Artes y Matemáticas, por sus siglas en inglés). Así que con ‘Programadoras del futuro’, Sara quiere precisamente, acabar con las barreras de género en su comunidad a la hora de estudiar temas relacionados con ciencia y tecnología.
“¿Cómo así que en Colombia de las personas que estudian ciencia y tecnología, solo el 30 % son mujeres?” se pregunta, algo molesta. “Es muy loco pero es cierto. Y eso se debe a los estereotipos de la sociedad que no permiten que una mujer sea científica o ingeniera de tecnología o inspectora de computadores. Pero vamos a acabar con eso”, asegura.
En ese sentido, ‘Programadoras del futuro’ es una escuela de programación para niñas de su colegio, que ya está funcionado y que Sara dirige.
“Yo tengo conocimientos de robótica, programación y esos temas porque todos los sábados mis papás me llevan a la escuela de robótica de San José del Guaviare y lo que hago es traerme esos conocimientos y enseñárselos a las niñas de mi colegio para que se interesen y aprendan”.
“Quiero tener un perrito y no quiero hacer aseo”
Sara nació en la inspección de La Libertad, jurisdicción del municipio de El Retorno, en el departamento del Guaviare, en cuyas tierras se encuentra el final de la espesa selva amazónica y comienza el interminable llano de la Orinoquía.
De sus padres, Santiago Mondragón y Orlinda Castellanos, ambos campesinos, heredó un profundo amor por la tierra y los oficios que a su alrededor tienen lugar.
Desde los dos años la llevan a la finca, donde se dedican a la cría y venta de ganado, y allá se siente libre como en ningún otro lado: “voy de un lado a otro, no tengo que cumplir reglas, puedo gritar, saltar, correr, cualquier cosa y no pasa nada, molestar con los becerros y cuando me canso voy y corto un pedacito de caña y me lo como”.
Recuerda, además, un becerro que tenían sus padres y con el que se encariñó profundamente. “El becerrito se llamaba perrito, iba detrás de mi todo el tiempo: cuando iba a darle comida a las otras vacas él me acompañaba. Era muy mansito, me le subía y no hacía nada, lo molestaba y no hacía nada. Pero por temas de economía, nos tocó venderlo” dice, bajando la mirada con tristeza.
La finca es su lugar favorito de La Libertad, aunque confiesa que también le gusta mucho ‘el caño’, una caída de agua natural a donde suele ir a bañarse y de donde los campesinos de la zona sacan agua para darle a sus animales.
Le gusta mucho el baloncesto y está en el equipo del colegio. La preocupa, sin embargo, que los Intercolegiados están cada vez más cerca y no ha podido volver a entrenar a causa de sus clases preparativas para el viaje a la Nasa, por el que está, de todas formas, “súper emocionada”.
Está feliz, sobre todo, de conocer a sus compañeras pues dice que lleva tres meses pegada a una pantalla y ya está comenzando a dudar de si en realidad existen o si son como aparecen en los recuadros de las videollamadas. “¿Será que me engañaron?”
Para ella, el viaje es una herramienta para acabar con esos estigmas que la molestan tanto. Y continuando con ese propósito dice que quiere estudiar medicina y aviación. Por la primera, dice que siente profunda atracción desde que era pequeña, tanto que dañaba las camisas de su papá para convertirlas en batas y jugar a que era doctora.
La segunda le parece rara y por eso le gusta. «No conozco muchas mujeres piloto y me gustaría viajar por el mundo, conocer muchas personas. Además, cuando le dije a mi papá, me dijo que era también su sueño ver a su hija de pilota”.
Aun así y entendiendo que su vida apenas comienza, tiene clara la infinidad de posibilidades que puede traerle, por lo que también considera, por ejemplo, la pedagogía como proyecto de vida, a causa de la experiencia que ya ha cultivado en ‘Programadoras del futuro’.
Y aunque Sara es capaz de soñar en grande, como dice que todas las niñas deberían hacer, también tiene sueños más pequeños, concretos.
“Quiero tener un perrito porque mis papás no me dejan tener uno en la casa y no quiero hacer aseo porque no me gusta lavar las ollas”, cuenta riendo.
Conocimiento libre para todos
Sara cuenta que tiene una obsesión por aprender cosas nuevas desde que tenía siete años. Cuando no entendía algo se metía al internet a buscar soluciones. Tanto que de vez en cuando madruga a las cinco de la mañana a ver videos de cómo resolver algún problema matemático para poder llegar y hacerlo en el salón.
Y es que, aunque fue sobre todo gracias a sus aptitudes escolares que fue seleccionada para formar parte de ‘Ella es astronauta’, dice que suele demorarse en entender las cosas, pero “le meto todas las ganas y cuando ya entiendo, nadie me para”.
Recuerda, por ejemplo, que cuando se postuló al programa de She Is, “un niño muy grosero que cree que es más inteligente que todo el mundo porque es bueno para las matemáticas, me decía que no iba a poder y yo ‘cuál que no voy a poder, mijo’”.
Estudió, hizo todas las pruebas y al final pasó.
“Ese niño a veces es muy fastidioso” dice, pero “la verdad es que es muy bueno, es muy estudioso y hasta buena gente. Hoy es un gran amigo” dice Sara, con una sonrisa que es prueba de que entiende que no es con odios o rencores que va a lograr acabar con los estigmas hacia las mujeres, sino educando y trabajando de manera articulada.
Tanto así que luego de que sus compañeros se dieron cuenta de que había creado ‘Programadoras del futuro’, se le acercaron a reclamarle que solo estaba teniendo en cuenta a las mujeres y que ellos, niños, también querían aprender.
“Y sí, pues ellos también tienen derecho, entonces les estoy enseñado pero aparte, porque el grupo de ‘Programadoras del futuro’ sí es solo para niñas”.
Por lo pronto, y mientras enseña a sus compañeros a programar, Sara seguirá preparándose para su viaje a la Nasa que, además de emocionarla personalmente, le parece un excelente motivo para que las personas dejen de asociar a su departamento con cultivos ilícitos, grupos armados y delincuencia, y que “se den cuenta de que acá en el Guaviare hay cosas muy buenas y muy bonitas también”.