Recogiendo testimonios de mujeres rurales y hablando de su propia experiencia, estas cuatro jóvenes campesinas rescatan la memoria femenina del campo, destacan su importancia e incursionan en un género protagonizado por hombres.
Mucho se habla de Jorge Velosa o Eduardo Villamil cuando se mencionan a los más destacados precursores de la carranga. Velosa, por su parte, fue considerado como uno de los pioneros en hacer sonar a la carranga, un género músical respetado por la tradición campesina del altiplano cundiboyacense, en radio. Sin embargo, está tan estimagmatizada que su nombre viene de una expresión que se usaba en Boyacá para referirse al animal que muere sin ser sacrificado, así como a los desperdicios de las carnicerías.
‘Carranguero’ era el insulto que usaban contra alguien que vendía carne en mal estado o a quien se dedicaba a recoger los animales muertos y vender su carne.
Y aunque su trabajo ha sido fundamental para dar a conocer el género y para hacerlo respetar,a poco se conoce de otros referentes como La Comadre Ena y sus Ahijaos, cuyas canciones no faltan dentro del repertorio de campesinos paperos luego del jornal.
Son pocas las veces que se mencionan nombres de mujeres en la tradición carranguera, un género que ha sido tradicionalmente protagonizado por hombres, así como de las historias y la memoria de ellas en la ruralidad.
Pensando en ello fue que nació El son del Frailejón, un grupo carranguero conformado por Valentina Ospina, Daniela Mancera, Gabriela Peña y Carol Mora, cuatro jóvenes oriundas del municipio de Guasca, Cundinamarca, que aunque no son músicas de profesión, ven en ella y particularmente en la carranga una herramienta para “contar cosas bonitas del campo desde la voz de las mujeres”.
Música para narrar la historia de mujeres campesinas
El grupo nació en el 2016 luego de otros proyectos musicales en la Escuela Municipal de Música de Guasca. Desde entonces produjeron un disco titulado ‘Guardianas Montañeras’; un tributo a las mujeres del campo en Guasca y a los distintos procesos que han liderado en defensa de su territorio.
“Desde el principio sentíamos que queríamos cantar canciones que fueran nuestras, porque la carranga ha estado siempre muy permeada por hombres, entonces queríamos canciones que hablaran de lo que sentimos y lo que pensamos las mujeres campesinas”, cuenta Valentina.
En ese sentido, y luego de haber conocido a Fortaleza de la Montaña, una organización juvenil dedicada a la protección ambiental de los páramos de Guasca, conocieron varias problemáticas que aquejaban su territorio y decidieron abordarlas a través de la música.
“Y todo siempre tenía que ver con mujeres que lideraban procesos para enfrentar esas problemáticas. De ahí que le hayamos puesto al disco Guardianas Montañeras”, agrega Valentina.
Una de las canciones que lo compone, La Chorrera, habla del proceso que tuvieron que llevar Eva Cortés y Blanca Prieto, en la vereda Santa Barbara en defensa del acceso al agua para las comunidades locales y para su terreno en particular.
Cuenta Valentina que esa vereda se ha vuelto popular para personas externas que llegan a comprar lotes para hacer casas de recreo y que eso, entre otras cosas, ha significado la ‘descampenización’ del lugar, y ha llevado al surgimiento de problemas alrededor de recursos como el agua.
El dueño de una de aquellas fincas decidió un día apresar el agua que bajaba de la quebrada La Chorrera, impidiendo el flujo de ella hacia las fincas de habitantes tradicionales que quedaban en el cauce más bajo y que usaban el agua para sus necesidades básicas.
Ante la situación y la negativa del dueño de la finca de permitir el flujo de agua, El Son del Frailejón escribió La Chorrera, en la que habla de la lucha que han tenido que dar Blanca y Eva para recuperar la quebrada de la que dependen.
Por otro lado, ‘Vuelo tras vuelo’, otra de las canciones del disco, habla del conflicto entre apicultores y paperos por la definición de los limites para sus cultivos.
“Eso ha sido un conflicto muy fuerte porque como a la papa la fumigan y le echan tanto veneno, eso se lo lleva el viento y cae donde las abejas y las mata”, cuenta Valentina.
Y agrega: “Ahí quisimos hacer una canción que hablara de la importancia de los polinizadores, y nos dimos cuenta de que nosotras habíamos estado rodeadas todos los días por esos animales: abejas, colibríes, mariposas e incluso los osos de anteojos”.
En ese sentido, la canción habla de lo que significa ser abeja, su relevancia e importancia para la humanidad y la responsabilidad que tenemos de su conservación.
Por otra parte, al final del disco decidieron hacer una canción para agradecer a las mujeres campesinas por todos las acciones que han hecho para la protección de su territorio y de la cultura que de él se desprende.
Titulada ‘Guardianas de la montaña’, “esta dedicada a todos esos procesos de defensa del territorio por parte de las mujeres”.
"No hay solo una manera de ser campesino"
En sus canciones, cuenta Valentina, no solo recogen las vivencias de mujeres rurales, sino que también hablan de su experiencia como jóvenes campesinas, una que, según cuenta, no se ajusta al imaginario común que hay alrededor de ‘lo campesino’.
“La gente siempre tiene en la cabeza que el campesino es solo quien siembra, pero nosotras venimos de otro tipo de dinámicas, de otro tipo de construcciones”, dice.
Cuenta que aunque han crecido y vivido toda su vida en la ruralidad, ni ellas ni sus familias se han dedicado a la agricultura, a la ganadería o a otras prácticas de trabajo rural. Al contrario, estudiaron carreras como economía, psicología, administración deportiva y biología.
De todas maneras, y aunque por momentos lo duraron, hoy están convencidas de que sí son campesinas a pesar de no sembrar, precisamente por ser el campo el lugar desde donde han construido su identidad, así como su música.
Para ellas no hay una sola manera de ser campesino, cosa que han visto en los recorridos que han hecho por el altiplano y por la ruralidad bogotana: “Es muy distinto el campesinado en un lugar y el otro, son asuntos diferentes. A nosotras nadie nos va a decir que no somos campesinas por no sembrar”.
Eso no quiere decir, sin embargo, que cualquier persona que decida habitar la ruralidad pueda considerarse un campesino. Para Valentina, ese calificativo se desprende del arraigo y la historia que se tenga con el territorio y, sobre todo, de “entender que es una relación de reciprocidad en donde el campo nos da, pero nosotros también le retribuimos. Nosotras lo hacemos desde nuestra música y el que siembra lo hace desde allí. No es solo vivir acá, sino quererlo y devolverle algo de lo que él nos da”.
En ese mismo sentido, no necesariamente hay que vivir en el campo para ser campesino. Eso dice Valentina pensando en las millones de personas que han tenido que vivir procesos de desplazamiento forzado y que por ello han tenido que salir del campo sin posibilidad cercana de retorno.
Para ella, “el campo es más inclusivo de lo que parece” y hay que dejar la idea de que el territorio está dividido, “esa discusión de ustedes allá y nosotros acá”. Ella, así como sus compañeras carrangueras, han vivido siempre entre esos dos espectros, por lo que asegura que es necesario ser incluyente “en las convicciones que tenemos con respecto al campo”.
Y agrega: “Vivir en el campo es una representación desde lo que el territorio significa y desde lo que yo le puedo ofrecer. Desde allí, para mí es válido habitar en la ciudad y tener convicción de ser campesino, pensando en las víctimas de desplazamiento. Seguramente sus recuerdos y su convicción estén el campo a pesar de no estar allí físicamente”.
Una nueva generación de jóvenes carrangueras
Valentina cuenta que El Son del Frailejón forma parte y ha sido referente en la constitución de una nueva generación de grupos de jóvenes mujeres y niñas que han incursionado en la carranga y la música campesina en general.
Este es un género en el que más que hacer composiciones, se suelen tocar versiones ya existentes, pero como esas casi siempre fueron escritas por hombres, El son del Frailejón quiso hacer las suyas propias y eso es, precisamente, lo que estos nuevos grupos han comenzado a hacer también.
Así grupos como Las Primas de la Carranga, de Chocontá; Las Muñecas, de Tocancipá y las Carrangueras del Majú, de Cota han comenzado a componer sus canciones y a través de ellas a hablar de sus contextos y de sus propias vivencias como mujeres campesinas.
“Ha sido muy gratificante ver niñas que comenzaron sus procesos porque se dieron cuenta de lo que hacíamos nosotras. Ahí hay algo muy lindo y significativo. También ver que interpretan nuestras canciones es muy bonito”.
Y agrega: “La composición en la carranga es otra manera, muy bonita, de hablar del campo y de la vida”.
Actualmente, Valentina y sus compañeras están trabajando en un nuevo disco, que esperan sacar el primer semestre de este año y que va a estar compuesto de diez canciones. En él, como antes, hablan del territorio que habitan, así como de su defensa, incluyendo canciones que buscan incentivar a que los jóvenes no salgan de la ruralidad y que, por el contrario, contribuyan a hacer de la vida en el campo una opción digna.
También escribieron una canción en tributo al oso de anteojos, con la particularidad de que lo hicieron desde la perspectiva del animal, de cómo creen que él se siente en su contexto. Y para rematar, hicieron un “rap carranguero”.
Este disco, entonces, será una exploración musical, que hablará también del recorrido musical de las cuatro jóvenes, así como de un proceso de memoria de cómo ha sido esa evolución. En ese sentido, incluirá también la primera canción que compusieron y que no estaba en su primer disco, que habla acerca de un burrito blanco que su profesor de música, y hoy community manager, veía siempre cuando llegaba a su vereda.
“Vamos a contar historias de lo que ha sido vivir en el campo, de las experiencias tan bonitas que nos ha dado el territorio. También vamos a hablar del amor acá, tomando como referencia las historias de nuestros abuelos. Va a ser una gran historia de lo que ha sido este grupo y lo que ha reprsentado el campo para nosotras”, concluye Valentina.