Conozca la trayectoria musical de esta familia que, desde Timbiquí, se ha encargado de cuidar y enriquecer el legado de la música de marimba que sus ancestros han interpretado desde hace más de un siglo.
Los ancestros de los Balanta aún recorren el río Timbiquí en sus potrillos.
"En mi tierra tocan bombo pero no tocan así.
Así, así. Voy para Timbiquí.
Y también tocan cununo pero no tocan así.
Así, así. Voy para Timbiquí".
A Timbiquí se llega bordeando la costa Pacífica. Su casco urbano se encuentra escondido en la espesura de la selva, en uno de los costados del río Timbiquí.
En sus orillas, aunque en menor medida que antes, aún se levantan los tradicionales palafitos que resguardan buena parte de la identidad caucana, cimentada en la música, la espiritualidad y el misticismo.
Cada vez que una marimba suena, la comunidad se llenan de una vitalidad difícil de describir con palabras. La transmiten a través de la danza, y también en la fuerza que liberan cada vez que tocan bombos, cununos, marimbas y guasá. Solo necesitan cuatro instrumentos de madera para hacerle sentir al resto de Colombia de qué hablamos cuando hablamos de Pacífico.
Contrario a lo que ocurre en otros municipios, el corazón de Timbiquí no es su plaza central o la iglesia. Ni siquiera el muelle, el lugar por donde se comunica el pueblo con el resto del país. El corazón del pueblo reposa en una casa de madera de esquina en la que venden el famoso viche ‘Don Eme’. En la etiqueta del licor se ve a un hombre montado en su potrillo. La ilustración corresponde a Emeterio Balanta, uno de los tres hermanos que aún cargan en sus manos el legado musical de más de cien años que les dejaron sus ancestros.
Emeterio toca el bombo y la guitarra. Mientras los interpreta aprieta los ojos, conmovido. Su voz es la que lleva la batuta en las canciones que canta junto a su hermano, Diego Balanta, y a su hermana, Martha Balanta, considerados tres monumentos vivos de una de las manifestaciones declaradas patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
Sentados en la sala de su casa, cada uno recuerda cómo fueron sus primeros acercamientos con la música: Martha aprendió a entonar a los siete años, escuchando a su única tía paterna.
Diego construyó un cununo con un par de cocos en una batea y Emeterio hizo su primera flauta con un tallo de papaya.
“A esos viejos no se les podía tocar nada, por eso uno tenía que buscar la manera de construirlos para aprender”, comenta Diego.
Ninguno de ellos recibió clases de música. Todo lo que hoy saben fue gracias a sus travesuras y su curiosidad; a quedarse hasta tarde ‘velando’ el ritmo de los bambucos, currulaos, alabaos y jugas. Los mayores, cuentan, siempre fueron muy celosos con estos ritmos. Se les prohibía a veces que los niños estuvieran presentes mientras se interpretaban por la alta carga espiritual que tienen.
El apellido de los Balanta viene de África, de un grupo étnico llamado Balanta, de Guinea-Bissau, y también del sur de Senegal, en la región Casamance.
Su historia en Timbiquí arranca en 1910, cuando cuatro señores Balanta llegaron al municipio con sus esposas e hijos. En ese entonces solo había poco más de 30 casas en el pueblo, por lo que el alcalde les asignó a la numerosa familia una zona aparte, conocida como La Loma. Pese a que otras familias llegaron, ellos se mantuvieron siendo la más numerosa de Timbiquí. La dinastía rápidamente ganó reconocimiento con la comunidad porque todos sus miembros estaban relacionados con la música.
Con sus danzas, música, juegos y rituales traídos de África, los Balanta contagiaron al resto del pueblo con su cultura. Con el tiempo se fueron popularizando supuestas leyendas que afirmaban que obtenían sus talentos por pactos que hacían con el duende, el ribiel, la toinará y a otros seres que, supuestamente, los llamaban desde la selva, el río y los manglares para enseñarles a tocar con exquisita maestría, haciendo que los instrumentos parecieran meras extensiones de sus cuerpos.
Cuando los Balanta empiezan a tocar, todos los que pasan frente a la casa voltean a mirar. El sonido de sus cantos se escucha varias calles después. Sus voces roncas parecen desgarrar este plano. Más que interpretar canciones, lo que hacen es revivir sentimientos. Aunque en otras zonas de Cauca también se toque música de marimba, para ellos en ningún otro lugar suena como en Timbiquí.
Para Martha esto se debe a que sus letras son entendibles, ya que para ellos resultan igual de importantes que el sentimentalismo que puede transmitir entonar correctamente un arrullo. Es a través de ellas que se cuenta la cotidianidad y las creencias de estas poblaciones costeras asegurando, así, la supervivencia de la tradición oral.
Los Balanta han ganado el Festival Petronio Álvarez múltiple cantidad de veces. En 2019, los trece músicos de Espíritu Balanta y Estrellas de Timbiquí llenaron el Teatro Colón durante su primera presentación en Bogotá. Diego Balanta fue actor de la película ‘Siembra’, y los tres también protagonizaron el documental ‘Balanta’, en el que se visibilizan sus aportes en la preservación de esta música. Aunque siguen radicados en Timbiquí, la historia de la familia ha armado su propio potrillo para darle la vuelta al mundo.
“Si nosotros dejamos caer la música se acaba Timbiquí. Ahorita los dueños de la música somos los tres hermanos”, menciona Martha antes de empezar a sacudir el guasá y de pedirle a Emeterio que reparta otro trago de su viche. Diego los ve y sonríe. Su sonrisa ilumina la casa, cuya penumbra se disipa solo cuando los tacos caen sobre el bordón. «En mi tierra tocan bombo pero no tocan así», entona. «Así, así. Voy para Timbiquí», le responden los presentes.