El artista detrás del artista: el tipógrafo que mantiene vivo el oficio en Bogotá

Héctor Céspedes ha producido ediciones especiales de obras de Álvaro Barrios, Beatriz González y los noveles de literatura García Márquez y Vargas Llosa. Es de los últimos guardianes de un oficio que parece estar de salida ante el mundo digital. Tendrá un espacio en la FilBo 2025.

Normalmente, seguimos un paso a paso, un camino, pero hay algunos excepcionales a quienes la vida, en su capricho, les desordena el proceso. El caos les obliga a florecer. Uno de esos casos en los que el destino rompió con todo es el de Héctor Alfonso Céspedes, tal vez uno de los últimos tipógrafos de oficio en Bogotá.

Héctor ha dedicado 38 de sus 66 años de vida al trabajo en Arte Dos Gráficouna labor detallada, en la que letra por letra, color a color plasma las ideas de diferentes artistas. Ha colaborado con autores de todo tipo, como la artista plástica Beatriz González o el nobel de literatura  Mario Vargas Llosa, con quien participó en la elaboración de ediciones especiales, y limitadas, de los poemas Padre Homero y El Alejandrino.

Alfonso para sus vecinos y Héctor para sus colegas, nació en Bogotá, es el mayor de seis de sus hermanos, sólo por debajo de una hermana. Creció en el barrio La Victoria, al sur de la capital donde cursó hasta tercero de primaria ya que, debido al abandono de su padre y a la compleja situación del hogar, “tocaba trabajar en lo que fuera: boleando carretilla, vendiendo pasteles, pinchos; yo hice de todo un poco”. 

Comenta que llegó hasta a pedir limosna, todo con tal de llegar con algo a casa y poder compartir con sus hermanos.

Después de buscar trabajo donde fuera, y no encontrar debido a la falta de la libreta militar, obligatoria para ese entonces, llega a Maxiplas a sus 19 años, una empresa donde hacían tarjetas, sellos de caucho, volantes, facturas, entre otros. Fue todero: lavaba, apoyaba a los cajoneros y aprendía de todo un poco. Con el tiempo le soltaron las máquinas para realizar tarjetas, siendo esta su primera experiencia con la tipografía.

Realizaba hasta 5.000 en un día, pero no sabía más que lo mecánico del oficio. Es ahí cuando decide presentarse al Sena, donde lo rechazan por no tener un bachillerato. “Yo me puse a llorar”, recuerda.

Los orígenes de la tipografía grabada se remontan a la invención de la imprenta con tipos móviles por Johannes Gutenberg en el siglo XV. | Foto: Pedro Camelo - Colombia Visible

Sin embargo, un compañero de trabajo que estudiaba en la nocturna lo presentó con el docente, quien decidió aceptarlo en su clase. Duró 3 años trabajando en el día y estudiando en la noche sin saber leer, ni escribir: “yo empecé a hacer letra por letra levantando los moldes, ahí aprendí y me rendía”.

Llegó a Arte Dos Gráfico, uno de los talleres de impresión más reconocidos de América Latina, de la mano de uno de sus profesores, “Se me acercó y me dijo así pasito: ‘Héctor, ¿quiere ir a tal parte?’. Y listo, porque yo llevaba ocho años y no me ganaba, sino el mínimo”. Le tocó pagar, incluso, el preaviso (una obligación laboral de la época para quienes no cumplían los tiempos de notificación para su renuncia), ya que no lo querían dejar ir de Maxiplas.

Comenzó como cajista alistando la tipografía a medio pliego y a pliego; un paisa que dirigía el taller en ese entonces fue quien lo pulió, ya que reconoce que, aunque comió mucha teoría, el estudio no se le daba, lo suyo era lo práctico, observando y ejecutando.

En ese entonces trabajaban 33 personas en el taller, ya que “empresas como Doria regalaban mucha obra de arte”. Una costumbre, comenta Héctor, que se ha ido perdiendo con los años y el avance de las tecnologías digitales.

Héctor es padre de tres hijas y abuelo de cinco nietos. | Foto: Pedro Camelo - Colombia Visible

Tres años después tomó el mando del taller, aunque reconoce que tenía miedo. Lo que no sabía se lo inventaba y lo hacía posible; aprendió a grabar en papel, madera, caucho y cuanto material se le ocurriera. Es el artista detrás del artista. En palabras de María Eugenia Niño, co-directora y co-fundadora del lugar, “cada obra es un reto para él, para su imaginación, su conocimiento y sus intereses porque él ama la tipografía, desarrolla y entrega a los artistas todo lo que ellos quieren. Héctor es de los que no se rinde hasta que lo logra”.

Y eso precisamente es lo que define a Alfonso. Es un empírico, un maestro de la vieja escuela, que no aprendió en aulas, sino en la práctica. Su taller es la casa de infinidad de artistas, no solo de Colombia, sino de toda Latinoamérica. A este recinto, ubicado en la carrera 14 con 75, a dos cuadras de la Caracas, han llegado creadores de todo tipo a plasmar sus ideas: pintores, escultores e incluso escritores, como Gabriel García Márquez, con quien produjo una versión especial de En este pueblo no hay ladrones.

Un mamotreto de 50 centímetros de alto con 37 de ancho, del que solo se produjeron 110 ejemplares numerados. En esta obra se alternan las ilustraciones plasmadas en planchas de cobre de Saturnino Ramírez con la narración del nobel colombiano, manualmente grabada en tipografía Bodoni, todo en papeles Arches de algodón producidos en la casa Arjomari, en Francia.

Son muchos los que han pasado por su taller, incluso al punto de no recordar a la mayoría. Es una sala detenida en el tiempo, con dos prensas mecánicas, en las que se trabaja a mediana y alta escala, con dos tarjeteros donde realiza piezas más pequeñas. En sus paredes están las maquetas de un largo trasegar de proyectos; no hay espacio vacío donde colgar algo más. Son sus memorias, su legado. Trozos de madera y caucho que son base de infinidad de números producidos.

La imprenta llegó a Colombia, en lo que entonces era el Virreinato de Nueva Granada, a través de la Compañía de Jesús en 1738. | Foto: Pedro Camelo - Colombia Visible

Hoy es el único tipógrafo en Arte Dos Gráfico, comenta que tuvo dos aprendices, “pero no se les veía el amor por el oficio, no les vi interés, vivían en el celular”, porque precisamente ese avance tecnológico es el que ha relegado su arte al borde del olvido. Las imprentas de hoy en día producen decenas de páginas por segundo, haciendo la labor más sencilla, pero no necesariamente mejor.

Eficiencia no es sinónimo de eficacia. En sus palabras: “Con la tipografía las letras quedan bien plasmadas, el papel tienen que romperlo para que se borre; son libros que duran años, incluso siglos, a diferencia de los de hoy con un papel delgado y tintas que se borran”.

Aunque se pensionó hace cuatro años, no ha dejado de trabajar. La pasión por la tipografía sigue latiendo en cada rincón de su taller. Aún sueña con viajar a México para conocer otras máquinas y seguir aprendiendo. Porque, como él mismo dice, la pasión no se jubila.

Su trabajo lo llevó a ser galardonado con el Premio Los Herederos del Legado Rufino José Cuervo, además de ser incluido en el libro Oficios de manos colombianas, de MNR Ediciones. Héctor tendrá un espacio en la FilBo de 2025, el seis de mayo en el Gran Salón E a las 5:30 de la tarde con una charla titulada “De la idea al papel: etapas en el proceso de creación y producción de un libro”, donde estará realizando el lanzamiento del libro Zurcir, un poemario de la autoría de Juan Carlos Guzmán, producido con diferentes técnicas de grabado desarrolladas por Héctor.

Para María Eugenia, “Héctor es alguien que sabe la tipografía, pero no como impresor, sino como solucionador, como creador de la técnica para el arte. Él siente que es tipógrafo y punto, no se da cuenta de lo que es, un artista”.

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