AsoProRozo está conformada por 63 mujeres que conservan semillas nativas y cultivan 35 de las 176 variedades de plátano registradas en Colombia, en una apuesta por la soberanía alimentaria y el acceso a alimentos orgánicos en su comunidad.
Colombia tiene registro de 176 variedades de plátano de las más de mil que hay en el mundo. La gran mayoría provenientes de la tierra; otras creadas en laboratorios. Es uno de los alimentos más populares en el país, siendo Arauca, Meta, Antioquia y Valle del Cauca los principales productores. En 2024, las exportaciones del mismo (distintas del banano tipo Cavendish) alcanzaron un valor de 60,2 millones de dólares sólo en el primer semestre, según Analdex.
A pesar de ello, muchas comunidades manifiestan su preocupación al ver que las variedades más comerciales, como el dominico, el hartón, el pelipita, el morado y el cachaco, que suelen utilizarse para chips, están copando la gran mayoría de la producción nacional, mientras los menos conocidos están expuestos a desaparecer.
Como respuesta a ello, en el corregimiento de Rozo, en Palmira (Valle del Cauca), un grupo de campesinos y campesinas decidieron unirse para preservar variedades menos comunes, transformarlas para llevarlas al mercado y darlas a conocer. Se trata de la asociación AsoProRozo, compuesta por 70 miembros, 63 de ellos mujeres. Cuentan con poco más de 9 hectáreas para la realización de su labor, distribuidas en pequeñas parcelas entre las fincas de los asociados.
La actual representante es Herminia Girón, productora agroecológica criada por mujeres campesinas. Herminia confiesa, entre risas, que vive enamorada de la diversidad de los plátanos desde pequeña, y que su interés se despertó gracias a su abuela, quien traía un legado de cuidado de alimentos de generaciones atrás y quien también preservaba variedades en peligro de extinción, entre ellas el gran lujo.

“En el corregimiento, el cultivo de plátano es muy común porque aquí tienen una maduración muy apetecida en el mercado. El plátano gran lujo es muy especial porque tiene la textura de papa con sabor a plátano, y también por su tamaño, sin embargo, sus cultivos no son muy comunes», comenta.
La conservación de esta variedad es tan importante que, en 2024, la organización internacional Swissaid incluyó a la comunidad en los Laboratorios Agroecológicos para la Adaptación al Cambio Climático (AeD-LABs), con el objetivo de apoyar los procesos de investigación comunitaria de estas variedades a través de capacitaciones, asesoría técnica y acompañamiento de expertos. Toda esta información será sistematizada y la idea es que pueda servir a otros campesinos para continuar ampliando la cadena de conservación.
“Swissaid nos apoyan en la parte científica de llevar registros, y en la parte práctica y de seguimiento, y que la labor que realizamos pueda conocerla el mundo entero. Este territorio lleva alrededor de 100 años conservando semillas y variedades de plátano. Yo pienso que esta es una labor noble que nosotros hacemos y en este momento estamos enfocados en la soberanía alimentaria, en que cada día las personas tengan sus propias semillas y alimentos, no depender de las multinacionales ni de los químicos”, agrega Herminia.

El trabajo no solo ha sido clave para conocer el comportamiento y la reacción de 35 variedades de plátano, como el guayabo rayado y el enano, con diferentes climas, cantidades de abono, precipitaciones, entre otros factores, sino también para impulsar el trabajo de la mujer rural vallecaucana.
De acuerdo con Herminia, participar en la Asociación les ha permitido tener más visibilidad y credibilidad para aplicar a programas de apoyo a la mujer rural. Además, para generar ingresos, pues han logrado combinar la conservación con la producción para realizar artesanías a partir de las cáscaras del plátano y transformar las variedades en productos que hacen parte de la gastronomía ancestral de las comunidades campesinas del departamento, como tostadas, chips, aborrajados, pandebonos de maduro, bebidas, arepas y tortas, entre otros, que ya cuentan con registro INVIMA y que, incluso, fueron comercializados en espacios internacionales como la COP16 de Cali.
“A partir de estar en la Asociación estamos pendientes la una de la otra, tenemos talleres para capacitarnos y nos visibilizamos más con las entidades. Los programas de mujer rural nos conocen por preservar el medioambiente y abogar por la soberanía alimentaria en el corregimiento”, añade.
A futuro, la asociación espera recibir apoyo para contar con un punto físico donde exponer sus productos, además de un terreno grande que agrupe todos los cultivos.