Jordi Romero, docente de ciencias sociales en un colegio público de Tunjuelito, encontró en las redes sociales una nueva forma de enseñar, inspirar y resistir. Su historia, cargada de humanidad, humor y compromiso, se ha vuelto una voz fresca e influyente en la educación colombiana.
“Voy tarde para el trabajo, pero no me voy a estresar”, dijo una mañana mientras grababa un video camino al colegio, ubicado a tres horas de su casa. Lo subió a redes sin imaginar que, al día siguiente, sus estudiantes ya lo habían visto en los grupos familiares de WhatsApp. Así comenzó a viralizarse el contenido del Profe Jordi, como se le conoce en redes sociales.
Jordi Romero es docente en el Colegio Venecia, en la localidad de Tunjuelito, y ha sabido unir dos mundos que a veces parecen opuestos: la pedagogía tradicional y la el mundo digital. Empezó en pandemia, animado por estudiantes que le pedían subir sus clases a YouTube o TikTok. A pesar de su resistencia inicial, decidió lanzarse a crear contenido en redes en 2020. Y funcionó.
Primero exploró la sátira con un personaje llamado ‘el Cucho Jordi Mauricio’, un profesor que encarnaba todo lo que estaba mal: machismo, autoritarismo y violencia en el aula. El personaje se viralizó, pero pronto entendió que no era el camino. «Me di cuenta que esa vaina no iba a funcionar muy bien», cuenta. Así nació el verdadero Profe Jordi, el que comparte la vida real de un maestro en el aula, con sus dificultades, logros y el humor necesario para sobrevivir a una jornada con 40 estudiantes por curso.
A Jordi lo mueve una idea clave: la escuela como refugio. Aunque exige y valora la disciplina, reconoce que para muchos niños el aula es un espacio seguro, y por eso busca que sus estudiantes «se sientan bien, sean ellos mismos y no le tengan miedo ni a la clase ni a las notas”».
No todo ha sido fácil. Al inicio recibió críticas por mostrar a estudiantes en sus videos. Pero asegura tener siempre el consentimiento informado de padres, madres y niños. “Fue difícil, pero hoy en día siento un respaldo institucional muy bonito”, reconoce.
Con más seguidores ha llegado más exposición, pero también más respeto. «Ellos no mezclan al profe creador de contenido con el profe en clase. No es como ‘ay, llegó el profe tiktoker, no le pongamos cuidado’. Todo lo contrario, siguen respetando ese espacio», cuenta.
«También me estreso, también tengo días malos», confiesa. Pero la pasión que siente por la docencia es lo que lo sostiene. Desde pequeño soñaba con ser profesor, incluso cuando no había profesor en clase, él se paraba al frente a explicar. Hoy, ha logrado unir esa vocación con su gusto por el teatro, porque como dice: «ser profe también es ser un poco actor».

En sus redes, comparte reflexiones, anécdotas y propuestas educativas. Uno de sus videos más virales propone reemplazar castigos por actos simbólicos como sembrar un árbol: «una medida bonita y de reconciliación». También se ha manifestado en favor de las protestas docentes: «no es para dejar de hacer clase, es para exigir un mundo mejor».
Sobre el eterno debate entre escuela tradicional y escuela «de entretenimiento», Jordi propone un punto medio: ni el miedo ni la complacencia. «La escuela debe estar en el centro, como el lugar por excelencia para conocer el mundo desde distintas disciplinas», explica.
En cuanto a la tecnología, es claro: «no se trata de prohibirla, sino de usarla para la clase, no en la clase». Invita a sus estudiantes a hacer videos, podcasts o entrevistas como parte de las evaluaciones. «Son felices usándola con sentido», asegura.
Con todo, el docente tiene claro que su propósito es inspirar. «Todos los profes somos influencers por defecto. No hay mayor influencia que la de un maestro», insiste. Y aunque lo siguen miles en TikTok, Instagram y YouTube, él sabe a quién debe su reconocimiento: «A mis estudiantes. Son ellos quienes me han hecho ser quien soy hoy en día».
Vea acá el tercer episodio de Influencia Positiva: