Abuelo y nieto se convirtieron en los principales guardianes de un ave en vía de extinción en Tierralta, Córdoba

Diego Andrés Polo y su abuelo, Ladislao Polo, oriundos de Córdoba, guian a expertos y ayudan a monitorear al águila crestada. Hoy son, probablemente, los colombianos que más tiempo han compartido con una de las aves más raras que existen en Latinoamérica.

 El águila crestada es una especies de águilas más raras que existen. Pese a que su rango de distribución es amplio -abarca desde el sur de México hasta el norte de Argentina-, la población es escasa. La mayoría de expertos prefieren no trabajar con ella porque suele ser esquiva y, por lo general, se necesita un amplio despliegue de equipos en los lugares donde se registra su presencia. 

Sin embargo, en la zona rural del Alto Sinú, la comunidad de Tierralta (Córdoba) y expertos de Grandes Rapaces Colombia alcanzaron uno de los logros recientes más importantes para la comunidad científica: registrar el primer nacimiento de una cría del águila harpía menor en territorio nacional. Ese nido actualmente es el único que se conoce públicamente para el país. Lo curioso es que está siendo monitoreado por un joven de 15 años que todos los fines de semana sale con planillas, lápiz, cámara y binoculares a aprender, como nadie más en Latinoamérica, sobre esta ave rapaz.

Hacia febrero de 2021, el equipo registró por primera vez la puesta de un huevo. Ya contaban con varias cámaras trampa que habían sido instaladas en un árbol de más de 35 metros. Ocurrió meses atrás, cuando dos residentes de la vereda avisaron a la Sociedad Ornitológica de Córdoba (SOC) que posiblemente conocían un nido de esta ave que estaban buscando los ornitólogos junto con el lorito del sinú, del cual no se tiene registro hace 70 años.

Las personas que encontraron el nido y la cría fueron Diego Andrés Polo Martínez, de 15 años, y su abuelo Ladislao Polo, de 62 años. Diego recuerda que siempre veía el águila volar sobre ellos cuando salían a revisar sus cosechas de plátano. 

El animal, más allá de intimidarlos por el tamaño, nunca les generó problemas. Sin embargo, hubo una temporada en la que a su abuelo se le comenzaron a desaparecer unas gallinas ponedoras que había comprado. Ambos intuyeron que el águila era la responsable.

El águila crestada posee un rango de distribución que abarca desde el sur de México hasta el norte de Argentina. Sin embargo, su población es muy escasa, lo cual dificulta las tareas de monitoreo. / FOTO: cortesía Mateo Giraldo.

Salieron a cazarla para evitar seguir perdiendo gallinas. Alcanzaron a hacerle un disparo en la cola y a arrancarle algunas plumas, pero el ave escapó. Tiempo después, mientras talaban un árbol, notaron que había un pichón en una de las bongas, e intuyeron que debía ser el nido del águila por el tamaño del mismo. 

A partir de ese hallazgo contactaron a la SOC, que luego envió a varios expertos a instalar las cámaras. La idea era tener los equipos para que si, con suerte, el águila volvía a poner en ese lugar, ellos pudieran tener el material registrado.

 Efectivamente así fue. El águila decidió poner un segundo huevo en ese mismo lugar. No obstante, esa vez no dio resultados. El proceso de incubación debía durar alrededor de 51 días, pero se detuvo en el día 45 ¿La razón? La alta humedad provocó que le creciera un hongo en la cáscara que terminó matando al embrión. 

“El águila crestada es una de las más extrañas. Un ejemplo de ello es su tiempo de anidación. Una pareja de águila harpía menor tarda hasta dos años en sacar un solo pichón. La primera vez que ellos llegaron ya ese pichón estaba saliendo. Nos tocó esperar a que la pareja de aves volviera a reconstruir su nido para la siguiente cría, que fue la que murió”, explica el biólogo Mateo Giraldo, director de Grandes Rapaces Colombia, un proyecto que promueve la conservación e investigación de siete especies de aves, dentro de las cuales se encuentra el águila crestada.

Diego Andrés Polo Martínez tiene 15 años y todos los fines de semana se va desde las 6:00 a.m. hasta las 6:00 p.m. a hacerle monitoreo al águila crestada en la vereda Kilómetro 40, en Córdoba. / FOTO: cortesía Mateo Giraldo.

Pese a la cría fallida, el equipo de expertos siguió teniendo presencia en la región. Diego, mientras tanto, iba tomando nota de las instrucciones que le daban y de cómo se utilizaban los equipos. Él conocía muy bien ese bosque y siempre los acompañaba en las expediciones. Solo le faltaba ‘un empujón’ para capacitarse en temas de conservación y aprender lo básico en investigación.

“Me prestaron unos binoculares y me fui enamorando. Me dije que ya era hora de dejar la cacería a un lado y tener otro sentir con los animales”, explica que joven quien, dos años después, se ha convertido, quizá, en la persona que más tiempo ha compartido con el ave en Latinoamérica.

Para Mateo, su historia es un claro ejemplo de que para cazar e investigar se requieren las mismas habilidades: atención, escucha y conocimiento del territorio. A Diego y a su abuelo le cambiaron una escopeta con unos binóculos. “Ahora me pone contento saber que estoy ayudando a conservarla. Me gusta el campo, la agricultura y cuidar a los animales”, comenta el joven.

Una nueva cría: la segunda oportunidad para registrar el nacimiento del pichón les llegó este año

El águila fue reconocida por Diego y su abuelo en el 2021 en Tierralta, Córdoba, gracias a una campaña de búsqueda que se esta haciendo de este grande rapaz y del lorito del sinú. / FOTO: cortesía Mateo Giraldo.

El águila crestada se distribuye por debajo de los 1.000 metros sobre el nivel del mar. Por lo general se alimenta de pequeños y medianos mamíferos como perezosos, chuchas y serpientes. 

Uno de los beneficios de alimentarse de animales herbívoros es que “Si no hay un animal que controle a las presas, se comerán muchas semillas y no dejarán las suficientes para que nazcan nuevos árboles. Ellas mantienen a raya a esa población, pero son efectos que se ven principalmente a largo plazo”, explica el Mateo Giraldo.

Aunque el águila no volvió a utilizar el nido anterior, a principios de este año, Diego y su abuelo lograron identificar el nuevo árbol donde estaba depositando las ramas. El pichón nació en abril. La noticia fue un ‘boom’ para la comunidad de biólogos y ornitólogos, pues nunca se había registrado el nacimiento de una cría de águila crestada en Colombia.

El logro de este registro del nacimiento del pichón del águila crestada se dio gracias a los esfuerzos conjuntos entre la comunidad y expertos. Estos últimos se valieron del conocimiento de los locales para poder desplegar sus equipos y metodologías de investigación. / FOTO: cortesía Mateo Giraldo.

Diego llega al lugar a las 6:00 a.m. y regresa a su vereda casi a las 6:00 p.m. Debe llenar una serie de formatos con datos que van desde la comida que lleva el animal hasta cuándo tiempo tardó en regresar al nido.

Los expertos de Grandes Rapaces le dan dos usos principales a la información que recopila el joven sobre su dieta, patrones sexuales y de actividad. Primero, la utilizan como insumo para redactar sus artículos académicos, y segundo, con ella desmitifican aspectos que pueden jugar en contra a la hora de promover su conservación. Creer que roba gallinas, como antes pensaban Diego y su abuelo, es uno de esos mitos que más han contribuido a desmentir.

Una de la particularidades del águila crestada es que suele tardar hasta dos años en tener nuevas crías. / FOTO: cortesía Mateo Giraldo.

En el nido hoy reposan un águila crestada hembra, un macho y una cría. Diego menciona que lo más raro que ha visto en este tiempo de monitoreo es que un día, el macho llevó comida al nido y cuando se la entregó a la hembra, la pisó. «Eso fue muy raro. No entendimos por qué después de tener un juvenil la va a pisar, si normalmente se toman dos años en volver a tener otra cría”, comenta el joven. 

Su curiosidad frente a este animal cada día crece más, por eso ahora dice que su sueño es estudiar biología y convertirse en el mayor experto en águilas crestadas en Colombia.