En el mundo hay 22 especies de armadillos, de las que Colombia posee seis. Cinco de ellas están en los Llanos orientales y una en el Caribe y el Chocó biogeográfico. Hay dos especies amenazadas: el armadillo gigante y el cachicamo sabanero.
En la finca La India, cerca del Río Planas (Meta), durante ocho meses vieron la figura de un hombre atravesar las inmensas sabanas de los Llanos Orientales, a pleno sol. Con mapa en mano y la cara empapada de bloqueador, caminaba buscando bosques de galería, que se forman alrededor de cuerpos agua.
Allí, en ese reducido espacio verde, Carlos Aya se adentraba todos los días a la espera de ‘un golpe de suerte’ que lo ayudase a encontrar algún individuo de la especie que lo cautivó desde niño: los armadillos.
Carlos Aya es biólogo y actualmente cursa una maestría en Ciencias Bilógicas en la Universidad Nacional de Colombia. Trabaja en la Fundación Omacha y es socio fundador de la Fundación Kurupira, constituida legalmente en 2018, año desde el que investiga, con otros dos compañeros, a los armadillos, murciélagos y búhos colombianos.
Las tres especies comparten varias características que los llevaron a unirse para su conservación y estudio: todos son animales nocturnos, no son tan estudiados y cuentan con una gran cantidad de estigmas a su alrededor.
Carlos dice que uno de los estigmas más grandes que deben soportar los armadillos es el ser relacionado con los reptiles, por el caparazón que los recubre, cuando en realidad son mamíferos. En Colombia están presentes mayoritariamente en los Llanos, por la gran oferta de insectos, pastizales y sabanas que ofrece el ecosistema, fundamentales para su supervivencia.
Durante todos estos años, las investigaciones de la Fundación Kurupira han arrojado luces dentro del campo científico sobre el comportamiento, características y el hábitat de la especie. Por ejemplo, Carlos concluyó que entre más grande la especie de armadillo, menos cantidad de crías tiene. Y también ha aprendido a leer su variedad: a manera de comparación, mientras un armadillo ocarro puede llegar a pesar 40kg, un pichiciego cabe perfectamente en la palma de la mano.
Su gusto por estos animales, que a los ojos de muchos aún son extraños, comenzó en una finca en Villa Rica, Tolima.
Allá, el consumo de armadillos era frecuente, excepto cuando la hembra estaba embarazada: “En ese caso guardaban los fetos en frascos con alcohol y los coleccionaban. Ver eso de niño me pareció muy raro; despertó mucha curiosidad”, comenta el biólogo.
Argentina es el país con mayor cantidad de especies de armadillo (14). En Colombia hay dos especies de armadillos amenazadas: el armadillo gigante y el cachicamo sabanero. A las demás, según Carlos, les falta bastante información para determinar su estado de conservación. “También juega en contra la dificultad para encontrarlos. Conozco biólogos que llevan años yendo a campo y no encuentran individuos”, explica Carlos Aya.
Sin embargo, pese a que la Fundación Omacha lanza becas para que los interesados puedan estudiar esta especie, muchas quedan desiertas, lo cual demuestra cuán desapercibida ha pasado esta especie para la academia y la sociedad colombiana, pese a ser un símbolo de la cultura llanera.
Mientras con Kurupira investiga, con la Fundación Omacha trabaja en campo. Carlos ha participado en capacitaciones con restaurantes locales que aún incluyen en su menú la ‘carne de monte’ para desincentivar el consumo de la especie.
La evasividad de la especie también se debe a que no suele hacer muchas madrigueras, ni tampoco en cualquier sitio. Deben ser lugares muy conservados, con zonas de pendiente, y cerca de pequeños cuerpos de agua, como caños, información que obtuvo tras ocho meses de trabajo de campo para su tesis de posgrado.
Estas son las seis especies con las que cuenta Colombia actualmente:
1) Armadillo de nueve bandas (Dasypus novemcinctus)
2) Cachicamo sabanero (Dasypus sabanicola)
3) Coletrapo (Cabassous unicinctus)
4) Coletrapo del norte (Cabassous centrialis)
5) Ocarro (Priodontes maximus)
6) Cachicamo espuelón (Dasypus pastasae)
Este armadillo también se encuentra en los Llanos Orientales, pero es muy esquivo. Carlos explica que solo existe una foto del ejemplar. El resto del registro fotográfico lo han obtenido a través de cámaras trampa. Su caparazón puede tener entre siete u ocho bandas móviles. Es el más grande dentro del género Dasypus, pues puede llegar a pesar de 8 a 11 kilogramos. Tiene de una a dos crías por año y su dificultad de rastreo ha impedido que se conozca su estado de conservación actual.