En el resguardo Mocagua, la Fundación Maikúchiga construyó un refugio para la fauna amazónica víctima de tráfico, que además les permitió transitar a una economía sostenible.
Jhon Vásquez nació en Mocagua, un resguardo al noroccidente de Leticia (Amazonas), en el que vive una sola comunidad, cuyos integrantes pertenecen a su vez a cinco grupos étnicos distintos.
En el Amazonas, particularmente en Leticia, “el tráfico de fauna exótica es muy grande por lo que compartimos frontera con Perú y Brasil. Diría que es casi la tercera economía en estas tres fronteras, en donde las crías de los animales terminan siendo mascotas exóticas”, señala John.
Hoy, a sus 40 años, Jhon se dedica a la conservación de la fauna amazónica, y principalmente la del mico churuco, uno de los primates más icónicos de esta parte de América.
Jhon cuenta que él, al igual que la mayoría de miembros de su comunidad, se dedicaba a comercializar fauna en su juventud, pues ese negocio era, y aún sigue siendo, el sustento para algunas familias en el Amazonas.
Sin embargo, todo cambió cuando a sus 20 años conoció a la ecóloga estadounidense Sara Bennett, que fue a investigar primates al Amazonas en 1992. Desde ese momento, la comunidad de Mocagua ha vivido un proceso en el que se han trasladado hacia una economía basada en el ecoturismo y la conservación de la fauna de su territorio.
Un santuario para el mico churuco
Cuando Sara Bennett llegó a Mocagua, buscó a alguien que la ayudara con sus investigaciones. Tenía que ser una persona a la que le interesaran los animales. Con el tiempo le pidió ayuda a Jhon Vásquez y comenzaron a trabajar juntos.
“Cuando Sara observaba micos, yo miraba de cerca lo que ella hacía. Cuando caminábamos juntos, ella me explicaba lo que sabía sobre la flora y la fauna, y así fui prendiendo sobre ciencia. Cuando ella llegó era una mujer de 60 años, aunque tenía la energía de una de 15”, cuenta Jhon.
En 2006, los dos decidieron constituir la Fundación Maikúchiga, que significa ‘historia de los micos’ en lengua ticuna. Desde entonces se han dedicado a preservar dentro del resguardo la fauna que ha sido víctima de tráfico en la región fronteriza de la selva.
Actualmente, Jhon es el director de la fundación, y explica que “aunque trabajamos con distintas especies, nuestra bandera son los monos churucos. Esta especie es apetecida por cazadores y traficantes que venden las crías como mascotas exóticas”.
Los churucos son una especie que, según la lista roja del IUCN, se encuentra en la categoría vulnerable. Además, estos primates viven entre 35 y 40 años y llegan a tener su primera descendencia a entre los nueve y diez, por lo que su reproducción es lenta y es más difícil la regeneración de la especie.
“Los churucos son regeneradores del bosque natural. Su dieta es a base de frutas y ellos tienen un sistema digestivo que permite la germinación de semillas dentro de sus intestinos, lo que hace que casi cada semilla en sus heces se convierta en un árbol”, señala Jhon
Además, considerando que estos primates se mueven aproximadamente 80 hectáreas al día, según Jhon, tienen la capacidad de dispersar entre 500 y 600 semillas diariamente, lo que significa que tienen una labor fundamental en los ecosistemas amazónico.
Jhon explica también que “los churucos son indicadores del cambio climático. Al ser frugivoros, dependen de las plantas, así que su reproducción se ve afectada con la variación climática. Ellos necesitan que haya verano cuando debe haber verano, que haya frutas cuando debería ser la temporada”.
Hacia una economía sostenible
Cuando la comunidad de Mocagua se comprometió a conservar la fauna amazónica, su decisión implicó que aquellas personas que se dedicaban a la cacería de animales buscaran otra opción de sustento. En ese contexto, decidieron apostarle al ecoturismo.
“En el Amazonas los animales siempre han sido un atractivo. Antes eran las pieles, hoy a los turistas les llama la atención los animales vivos. Sin embargo, muchos proyectos turísticos en Leticia exhiben animales mutilados, como a los osos perezosos que les quitan sus garras para que los turistas los puedan cargar. Eso no es ecoturismo”, explica.
Por el contrario, en Mocagua se toman las decisiones en asambleas con los miembros de la comunidad, “pensando en el presente, en el futuro, también. Pensando en todos como un conjunto: seres humanos y naturaleza”, cuenta Jhon.
Allí, las personas que visiten el resguardo no verán animales en jaulas, ni pueden hacer toures de grupos muy grandes. Además, una vez los animales crecen lo suficiente, estos son liberados en su ecosistema. La apuesta de Maikúchiga es que los turistas vayan a aprender sobre la ciencia detrás de la fauna amazónica, no, como señala Jhon, “solo a tomarse fotos con animales”.
Según él, “buscamos consolidar una economía consciente, responsable y comunitaria en su contexto natural, donde todo el mundo pueda sentir que está ganando. Después de muchos años caminando con binoculares y GPS, uno comienza a cambiar. Te transformas en otra persona para ser un ejemplo para tu pueblo».