Daniel Restrepo Marín recorrió durante cuatro años las montañas del Parque Nacional los Nevados. Allí retrató las dantas que habitan en el territorio.
A los 20 años, Daniel Restrepo Marín recuerda que fue a cine una tarde con su hermano menor, Sebastián. Antes de que la película comenzara, le precedió un corto sobre dantas de montaña. Al ver a los biólogos capturando con sus cámaras las imágenes de este animal, Daniel, impresionado, se acercó a su hermano y le dijo al oído: “Yo quiero hacer eso algún día”.
Hoy puede decir que lo logró, pues durante cuatro años recorrió montañas del Parque Nacional los Nevados y registro fotográficamente las dantas que viven en el páramo. Su obra, titulada ‘El Fantasma de la montaña’, está expuesta en la biblioteca Comfenalco de Medellín.
Daniel dice que desde pequeño le gustaban las dantas y, en general, los animales. Estudió para convertirse en un veterinario en la Universidad CES y, luego de graduarse en 2013, empezó a estudiar fotografía.
Al final, la vida lo llevó a trabajar como guía de naturaleza en los Llanos Orientales. A partir de todas estas experiencias recorrió las montañas del Otún con la obsesión de capturar dantas en imágenes.
Un fantasma en la montaña
En 2014, Daniel cuenta que le regaló de cumpleaños a su novia un viaje para ir a ver dantas en la montaña. La pareja armó sus maletas y recorrió 33 kilómetros desde La Florida, Risaralda, hasta llegar a la vereda El Bosque. Allí, los Machete, una familia de campesinos habitantes del lugar los recibió su finca: El Jordán.
Cuando llegó a la finca, los Machete les dijeron que en la montaña del frente aparecían de vez en cuando ‘las negras’, refiriéndose al color de algunas dantas.
“Mi novia y yo nos quedamos mirando la montaña toda una tarde, esperando a que apareciera una danta. Como es un ecosistema de montaña, esta se tapa y destapa con neblina a cada rato. Viendo subir el viento por esa cuenca, solo podíamos pensar ‘juepucha, la danta puede estar al frente y no la estamos viendo’. Hasta que, con los últimos rayitos del sol, un animalito chiquito salió del bosque, caminó un minuto y medio, y se volvió a meter. Esa fue la primera vez que la vi”, cuenta Daniel.
A pesar de que las dantas son mamíferos grandes, son difíciles de encontrar. Daniel explica que «el nombre científico de las dantas es tapirus pinchaque. En quechua, la segunda palabra significa ‘fantasma’. Los científicos, en los 1700, la bautizaron así porque, aunque había descripciones del animal, nunca la encontraron”.
En el momento en el que el fotógrafo vió el animal a lo lejos, decidió comenzar una aventura que duraría cuatro años, en el que buscaría fotografiar las dantas, los fantasmas que habitan las montañas.
Siguiendo el rastro de las dantas
“En 2017, estaba trabajando en el páramo de Chingaza para Parques Nacionales. Viajé a la laguna del Otún, a la finca El Jordán. Al llegar, Mary Luz, la señora de casa, me dijo que había visto dos dantas y que probablemente estaban en un bosque en la montaña del frente”, cuenta Daniel.
Con la intención de encontrar las dantas, Daniel recorrió 16 kilómetros a 3.300 metros de altura para llegar a una pequeña zona de bosque, esta tenía forma de isla porque la ganadería había deforestado parte de la montaña, restándole territorio a las dantas.
“Al llegar al punto, me di cuenta que mis compañeros, que se encontraban al otro lado de la montaña, me estaban haciendo señas. Me indicaron que el animal estaba al lado opuesto del bosque. Salí corriendo y al no encontrarla pensé que había perdido la oportunidad de mi vida”, señala el fotógrafo.
En ese momento, triste y mirando el atardecer, Daniel vio que su amigo le volvía a hacer señas para devolverse al punto opuesto de la isla de árboles. Tenía que perseguir a la danta.
“Me fui muy despacio y allí la encontré, a aproximadamente cinco metros. Cuando el animal me vio, salió corriendo. En efecto, las dantas que había visto Mary Luz estaban ahí. El ejemplar que vi era un macho, así que lo fui siguiendo despacio y lo vi orinar varias veces. El olor… Hermano, es ‘hediondo’. Pero esa fue la primera vez que pude tomarles fotos de cerca”.
La negrita
Un año después, Daniel volvió a la montaña. Cuenta que ese año vivió algo totalmente inesperado.
“Aquella tarde estaba jugando futbol con Juan Andrés, el hijo de Mary Luz. En esas se nos acerca la señora y me dice ‘Daniel, la negra está allí’. Cogí mi cámara y me di cuenta que la danta estaba del lado de la montaña en donde queda la casa. Nunca había visto uno de estos animales de este lado. Pensé: esta es mi oportunidad”.
La siguió con paciencia, escondiéndose entre arbustos y piedras. Vio a la danta comiendo a 30 metros de distancia cuando, de repente, el animal dejo de comer y alzó la cabeza.
“Ellas no ven muy bien, pero tienen un muy buen olfato por su trompa. A esa distancia, unos 30 metros más o menos, seguramente me olió”, explica el fotógrafo.
El animal comenzó a acercarse a Daniel. Y aunque las dantas no son animales depredadores, son mamíferos grandes que pueden morder o patear fuertemente si se sienten atacados.
“Yo veo que el animal se me comienza a acercar. Tengo el corazón a mil y mi cámara en la mano. Estaba temblando, la tenía al frente, me arriesgué y estiré mi mano para tocarla. El animal se acercó más y con la trompita me tocó”, cuenta Daniel.
Si Daniel se movía de forma brusca, el animal iba a huir. Así que, con paciencia, empezó a fotografiarla ‘íntimamente’, como dice él.
“En ese momento dije: ‘la historia de este animal hay que contarla’. Hay que contar que la vi en un potrero, porque, aunque son animales de bosque, salen a buscar la sal o los rebrotes de pasto que deja el ganado que coloniza su hábitat”, dice Daniel.
Un rincón de dantas en medio de ganado
Daniel dice que le falta tomar dos fotos: una de una danta dentro de los bosques, y una de una madre y su cría.
Ambas son difíciles de obtener, pues este animal es “ineficiente reproductivamente” en comparación con otras especies. “Una danta tiene una cría cada tres o cuatro años. Ese es un periodo muy largo, así que cuando las cazan, no hay mucho tiempo de recuperación”, explica Daniel.
Sin embargo, en la pequeña isla de bosque donde viven las dantas que visitó el fotógrafo, aún habitan algunos de los menos de 2.500 ejemplares que quedan en Colombia, Perú y Ecuador, los únicos países donde habitan dantas de páramo.
“Quizás sobrevivieron en esa isla porque es muy difícil llegar al territorio. Quizás nadie nunca llegó allí a cazarlas”, reflexiona.
«Por ahora, queda contar la historia de este animal, y seguir luchando por su conservación”, concluye Daniel.
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