A través de la creación y las narrativas, la ‘Liga de la Justicia Restaurativa’ busca generar responsabilización, reparación y reincorporación de jóvenes privados de la libertad en ocho zonas del país.
Antes de que el Chapulín Colorado llegue a salvar el día, comete algún error: rompe algo, lastima a alguien o se cae y se golpea. No es un héroe tradicional y, más bien, es lo que se denomina como un antihéroe: es frágil, torpe, pequeño y confunde todo; pero, al final del día, más allá de los errores que pudo haber cometido, está siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesita.
Así como el Chapulín afronta sus errores y trabaja en beneficio de su comunidad, también lo hacen los jóvenes que trabajan en el proyecto de La Liga de la Justicia Restaurativa (Liga R), una iniciativa que opera dentro de ocho Centros de Atención Especial (CAE) en el país donde están recluidos menores de edad.
A través de una narrativa de héroes, el programa pretende generar procesos de responsabilización, restauración y reincorporación.
Así, a los jóvenes se les asigna una ‘misión’, que es realizar un acto formal o simbólico de restauración y para el que necesitan ‘activar sus poderes’, es decir, tener un proceso formativo en el que aprenden, a través de un lenguaje cotidiano, qué es la justicia restaurativa y cómo llevar a cabo un proceso dentro de sus marcos, al tiempo que se capacitan en diversas habilidades para hacerlo.
En últimas, cuenta Fernanda Blanco, directora de la Corporación Mujeres Fresia, que se encarga de la operación de la Liga R, la idea del programa es proveer una perspectiva dentro del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes (SRPA) que vaya más allá del cumplimiento de la condena y le apueste a la reconstrucción del tejido social.
¡No contaban con mi astucia!
A grandes rasgos, la justicia restaurativa es un enfoque alternativo a la punitiva, en donde, aunque hay penas privativas de la libertad, se plantea la reparación de sus víctimas y sus comunidades.
“El sistema está hecho por abogados, jueces y defensores, es un sistema de adultos. Entonces llegaban los abogados del Ministerio de Justicia a dar unos talleres de los programas extremadamente densos, capacitaciones técnicas de qué hacer en el momento uno, en el momento dos… Una cosa muy cuadriculada, entonces los chicos ni idea, tenían cero interés», cuenta Fernanda.
Con eso en mente, decidieron crear un universo de superhéroes alrededor de la justicia restaurativa y del SPRA para acercar a los jóvenes al tema a través de lenguajes sencillos y actividades guiadas por el hip hop, el grafiti y el storytelling.
“Básicamente les dijimos: ‘Ustedes están en el límite de volverse más villanos de lo que ya son o de cambiar la historia, de ser esa persona que está en un proceso de sanción y que, a través de él, tiene posibilidad de reparar y restaurar, con las habilidades que tiene, sus poderes’”, comenta Fernanda.
Así, comenzaron con una serie de talleres de formación y capacitación en torno a este tipo de justicia, a partir de los cuales los jóvenes idearon iniciativas y estrategias concretas para ejecutar su misión.
Su misión, si decide aceptarla, es generar procesos restaurativos
De esa manera, entonces, surgieron programas como Desde la Mirada del lobo en el CAE ‘La Primavera’, en Monte Líbano, Quindío, o como la emisora Radio Juventud del Futuro, en Valledupar.
En ellos, los jóvenes cuentan sus historias de vida con el objetivo de hacerse responsables e identificar los sucesos que los llevaron a cometer el delito.
Al mismo tiempo, generan compromisos restaurativos y de no repetición con sus comunidades. En la medida en que sus relatos llegan a otros jóvenes en condiciones de vulnerabilidad evitan que se repita la historia.
Además, estos proyectos se han convertido en oportunidades productivas. Por ejemplo, en el CAE del Valle del Lili, en Cali, los jóvenes realizan procesos artísticos de pintura en los que plasman fragmentos de sus vidas.
Con la ayuda de las instituciones del SRPA (el Ministerio de Justicia, el ICBF y la Organización Internacional para las Migraciones) comercializan esos cuadros y con el dinero que recaudan compran mercados, que luego donan a comunidades vulnerables de la ciudad.
Por otro lado, en Piedecuesta, Santander, los jóvenes transformaron el techo del CAE en el Vivero Sembrado Sueños. Con las plantas que allí crecen se realizan actos de reparación simbólica en sus comunidades.
Este es el caso de una joven que cuidó una planta por meses y luego la llevó al parque donde por primera vez consumió drogas. La plantó allí y pidió perdón a su comunidad por el delito que cometió a causa de ese consumo, y luego hizo un pacto con ellos en el que acordaron cuidar la planta como símbolo de recordación y mecanismo de no repetición.
Ese tipo de proyectos se replican en los ocho territorios donde opera el proyecto: Leticia, Cali, Barranquilla, Montelíbano, Pie de Cuesta, Bogotá, Valledupar y Cúcuta.
¡Síganme los buenos!
Fernanda estima que los programas de la Liga R han beneficiado a alrededor de 400 jóvenes, que han logrado generar y participar en proyectos restaurativos, y se han encontrado con sus víctimas o sus familias, incluso en los casos más graves de homicidio o violencia sexual.
Allí, la verdad juega un papel fundamental, pues en los casos de homicidio, por ejemplo, las familias de los asesinados quieren saber lo que sucedió y conocer el motivo del crimen.
De esta manera, cuenta Fernanda, tuvieron un caso en que un joven se reunió con sus víctimas en un ‘circulo de paz’, un encuentro entre las víctimas y el victimario, mediado por el equipo psicosocial del CAE.
Cuando el joven le contó a una mujer que él no había querido matar a su esposo, sino que había sido víctima de una bala perdida, cuenta Fernanda, que la mujer “de cierta manera, descansó».
“Lo que dijo ella en ese momento fue que había pensado que su esposo estaba metido en ‘vueltas raras’, negocios turbios; pero conociendo la verdad, podía explicarles a sus hijos que su papá no le debía nada a nadie y eso, en cierta medida, le dio alivio», cuenta Fernanda.
De esa manera, la Liga R ha impulsado procesos restaurativos del tejido social en el que los jóvenes se acercan a la comunidad, reconocen sus errores, piden perdón y se comprometen a hacer todo lo que esté a su alcance por reparar los daños causados.
Al mismo tiempo, generan un cambio de imagen en su comunidad: ya no los ven como villanos, sino como antihéroes, jóvenes que cometieron errores pero que se hicieron cargo de ellos, cumplieron su condena y ahora propenden, desde su experiencia, por salvaguardar a la comunidad.