En la Institución Educativa Indenaje, en Cundinamarca, estudiantes transforman productos del campo en emprendimientos sostenibles que fortalecen la economía y la identidad rural local.
En el municipio de Jerusalén, Cundinamarca, la educación y el campo van de la mano. En la Institución Educativa Departamental Nacionalizada de Jerusalén (Indenaje), los estudiantes aprenden a transformar los productos que sus propias familias cultivan en proyectos agroindustriales que promueven la creatividad, el emprendimiento y el desarrollo local.
El rector del colegio, Víctor Julio Arias, explica que esta iniciativa nació con el propósito de aprovechar los recursos del entorno y vincular la formación académica con las dinámicas rurales: “Cuando llegamos en 2014 quisimos que los estudiantes no solo aprendieran desde la teoría, sino que desarrollaran sus habilidades según sus intereses. Así nacieron los proyectos de formación institucional, que integran a estudiantes desde sexto hasta grado once”, señala.
En lugar de organizarse por cursos, los estudiantes se agrupan por áreas productivas como agroindustria, vivero escolar, extracción de aceites esenciales o artes escénicas. De esta manera, el aprendizaje se adapta a sus talentos y se convierte en una experiencia práctica que les permite crear y experimentar.
Del aula al emprendimiento

El enfoque agroindustrial es uno de los ejes principales del modelo educativo. Gracias al apoyo de la Gobernación de Cundinamarca y la Secretaría de Educación, el colegio ha ganado convocatorias que han permitido financiar cuatro proyectos productivos.
Entre los más destacados están los dedicados a la extracción de aceites esenciales de plantas como limonaria, eucalipto, hierbabuena y pino, utilizados en productos cosméticos y farmacéuticos.
“Con esos recursos, que sumaron cerca de 32 millones de pesos, logramos adquirir maquinaria que facilita la enseñanza práctica. Antes necesitábamos 90 kilos de materia prima; hoy, con tres o cuatro, los estudiantes pueden experimentar y aprender haciendo”, explica Arias.
Los campesinos del municipio también hacen parte del proceso, cultivando las especies que luego son utilizadas en los proyectos escolares. Así, se genera un circuito de colaboración local que fortalece la economía rural y la relación entre escuela y comunidad.
Uno de los jóvenes que participa en esta experiencia es Cristian David Martínez Morales, estudiante de noveno grado, quien junto a la profesora de agroindustria Angie Maya, lidera la elaboración de productos naturales dentro del colegio.
“La idea nació al ver que varias familias del colegio cultivaban plantas como limonaria y orégano. Pensamos que podíamos aprovechar esas cosechas familiares para transformarlas en productos naturales dentro del colegio”, cuenta Cristian.
“Creamos pomadas, aromatizantes, esencias, jabones de limonaria con lufa y aromáticas. Sí lo usaría como emprendimiento porque son productos naturales, útiles y aceptados por la comunidad”, agrega.
Del campo al producto final

Uno de los proyectos más recordados es la transformación de frutas locales, impulsado por un grupo de estudiantes que buscaba aprovechar los excedentes de cosecha.
Entre ellos estaba Stefania Molina, egresada de la institución, quien junto a sus compañeras creó las Mordisquetas de banano, un producto elaborado con la fruta que antes se desperdiciaba.
“La idea nació al ver cuánto banano se perdía. Decidimos transformarlo y crear algo nuevo. Aprendimos a procesar alimentos, controlar temperaturas y texturas, y entender el valor de innovar con lo que tenemos en casa”, recuerda Stefania.
Estas iniciativas no solo enseñan técnicas de procesamiento, sino que también promueven la conciencia ambiental y el uso responsable de los recursos naturales.
Desafíos y nuevos enfoques

A pesar de los avances, el rector reconoce que aún existen retos. La falta de laboratorios especializados y el tiempo limitado para prácticas son algunos de los desafíos más grandes. Sin embargo, la motivación de estudiantes y docentes mantiene vivo el espíritu de innovación.
Hasta hace poco, el colegio tenía un énfasis técnico en procesamiento de frutas y verduras, pero gracias al trabajo conjunto con los padres de familia y la junta de acción comunal, se amplió hacia la producción agropecuaria, buscando responder a las necesidades del territorio. “Queríamos que la formación fuera integral, que los jóvenes comprendan todo el proceso: desde sembrar hasta transformar. Así logramos la aprobación del técnico agroindustrial”, destaca Arias.
El próximo 22 de octubre, los estudiantes presentarán sus productos en la Feria de la Gobernación de Cundinamarca, donde mostrarán cómo la educación rural puede convertirse en motor de cambio y sostenibilidad.
Educar con propósito

Más allá de los resultados económicos, este modelo busca formar jóvenes capaces de innovar desde su territorio, valorar el trabajo del campo y construir proyectos de vida con sentido. “Educar según los entornos sociales en los que crecen los estudiantes es fundamental. Nosotros le apostamos a que el campo sea una fuente de oportunidades y no un límite para el futuro”, concluye el rector.
En Jerusalén, los estudiantes de Indenaje demuestran que la educación rural puede ser una semilla de transformación: una forma de aprender, producir y soñar con un país más equitativo desde las raíces del campo colombiano.