Desde hace 17 años, el programa Refugios de Paz, Reconciliación, Esperanza y Armonía (PREA) ha ofrecido actividades artísticas, ambientales y de manejo emocional a más de 300 niños de diferentes barrios vulnerables de Bogotá.
En la última montaña de los cerros del Sur de Bogotá se encuentra el barrio Los Alpes. Allí, desde hace seis años, funciona un refugio que acoge a 63 niños y adolescentes en condición de vulnerabilidad ubicados en Ciudad Bolívar. La maestra Leydy Zabala , licenciada en Ciencias Sociales, explica que la idea surgió con la intención de brindarles un lugar seguro para evitar que estuvieran durante tanto tiempo en entornos violentos que afectaran su crecimiento.
A diferencia de un lugar que brinda servicios de supervisión de tareas o refuerzos educativos, el Refugio de Paz, reconciliación, esperanza y armonía (PREA) enfoca sus talleres en manejo de emociones, estrategias para promover un crecimiento personal saludable, sensibilización por el entorno y crecimiento espiritual. Todo eso para lograr que las jornadas sean integrales y los niños puedan ocupar su tiempo libre en actividades que van desde jardinería hasta arte.
Para lograrlo utilizan diferentes herramientas. Por ejemplo, cuentan con pequeñas huertas comunitarias donde les enseñan a sembrar: “Algunos tienen muy arraigada todavía la cultura campesina de Ciudad Bolívar y a veces llegan con semillas de sus casas a sembrarlas acá. Lo que cultivamos lo usamos en nuestras comidas”, explica Zabala, quien pese a vincularse al proyecto en 2017, explica que las actividades se desarrollan hace 17 años no solo en Ciudad Bolívar; también cuentan con una sede en el barrio Las Nieves, cerca de la Biblioteca Nacional, donde asisten otros 56 niños.
Además de inculcar valores de trabajo en equipo y constancia a través de las huertas, también manejan talleres de música, artes plásticas, teatro y yoga, una de las actividades que mayores resultados terapéuticos ha tenido.
Recuerda con cariño el día en que uno de ellos se le acercó para decirle que de todo el refugio lo que más le gustaba era poder estar en silencio, pues se había acostumbrado a vivir en una casa ruidosa a causa de la violencia intrafamiliar.
“Con los adolescentes que asisten en la jornada de la mañana estamos trabajando en la construcción de proyecto de vida y su proyección profesional. A los niños queremos acompañarlos en psicología y educación para que vean panoramas diferentes a los problemas que pueden tener en sus casas”, explica la maestra, quien luego de seis años de trabajo ha logrado evidenciar los impactos que este programa -apoyado por la primera iglesia presbiteriana de Bogotá-, ha tenido en sus vidas.
En total, desde 2017, Leydy estima que más de 300 niños han pasado por el refugio PREA de Ciudad Bolívar. Algunos han cambiado conductas agresivas a través de los talleres; otros han encontrado motivación para continuar con sus estudios superiores, como el caso de Keny Gómez.
Kany es uno de los profesores con los que cuenta el refugio. Estuvo vinculado al programa PREA cuando aún era un niño: “Él ingresó a los 7 años, en ese entonces vendía flores en Paloquemao porque la familia se dedicaba a eso, y también le decían que eso era lo que él debía hacer. Sin embargo, en el colegio le hablaron de nosotros y su vida tomó otro rumbo”, menciona Zabala.
El joven, que luego de egresar del colegio y de PREA estudió artes escénicas en la ASAB, ahora trabaja como profesor de teatro y zancos. Fue gracias al proyecto que logró encontrar una opción de vida laboral lejos de la venta de flores en los semáforos.
Este es uno de los casos de éxito más recordados por el refugio, cuya tarea principal todos los días, explican, es lograr que los niños crean que sí se puede construir un futuro diferente a partir de sonrisas, cariño y atención.