Las generaciones de quienes, al igual que Serafina Sánchez, llevan decadas trabajando en la producción del papel de fique, en Barichara, Santander, desean que algún día la historia de este tradicional oficio se escriba en las mismas páginas que hoy producen con sus manos.
En el tercer milenio a. C, cuando las aguas del río Nilo atestiguaban el crecimiento de juncos de papiro, egipcios curiosos descubrieron que con la fibra de aquella planta era posible crear hojas para escribir; para plasmar las historias de las sociedades emergentes.
La distancia en kilómetros, y en milenios, no impidió que de la tierra santandereana germinara otra planta, también con fibras, cuyas características activarían en territorio colombiano el mismo ingenio que los precursores egipcios: el fique.
Serafina Sánchez es una mujer de 70 años que comenzó a trabajar en la fabricación del papel artesanal hace más de dos décadas. Ella nació y creció en Barichara, municipio en el que la población, según cuenta, pareciera estar unida con lazos fraternales forjados por la producción y comercialización del papel de este material.
Cada tres meses, a los alrededores de este pueblo considerado uno de los más lindos de Colombia, los senderos de municipios como Aratoca y Mogotes atestiguan el avance de los carros transportadores de la materia prima hacia el Taller San Lorenzo de Barichara. El taller, además de ser una fuente de empleo para las mujeres cabezas de familia de la zona, también apoya a campesinos y pequeños productores aledaños.
La Fundación Taller San Lorenzo es un lugar emblemático dentro de Barichara por ser el primer y único establecimiento productor de este papel natural. Quienes han trabajado en él desde sus inicios, como Serafina, recuerdan que mantenerlo en pie no ha sido tarea fácil.
Sánchez narra que antes de la llegada de máquinas prensadoras, el trabajo era mucho más complejo pues, tanto ella como todas las demás mujeres, debían emplear el doble de fuerza en la fabricación del papel:
“Quien escuche cómo se fabrica este papel diría que la mano de obra ideal es la masculina porque debemos manipular prensadoras y demás, pero aquí es todo lo contrario. Actualmente somos 11 mujeres, todas muy valientes y ‘berracas’”, menciona Serafina al tiempo que recuerda, sorprendida de su hazaña, cómo soportó darle ‘garrote’ al material durante 10 años ya que las máquinas actuales no se habían implementado en el taller.
Aunque el proceso de fabricación sea más complejo, este papel natural se obtiene luego de tres pasos principales: lo primero es remojar el fique durante tres meses, luego cocinarlo con cenizas y cal y, por último, molerlo con garrote –o molinos- para sacar la fibra.
El perfeccionamiento de la técnica para la elaboración del producto que más atractivo genera en los turistas que llegan al municipio tomó, según cuenta Serafina, alrededor de un año. “Al principio hacíamos una hoja por día, luego llegamos a hacer hasta 100 de ellas. La primera persona en capacitar a las mujeres que trabajaban en el taller fue Juan Manuel de la Rosa, un mexicano que quería entender cómo sacar papel de la mata de fique”, comenta.
El primer gran encargo que recibió Serafina, quien tuvo que aprender a distribuir su tiempo entre el trabajo y el cuidado de sus cuatro hijos, fue con la Federación Nacional de Cafeteros. Ellos, en ese entonces, mandaron a hacer unos anillos aislantes del calor para que las personas no se quemaran las manos cuando tomaran tinto.
El Taller San Lorenzo llegó a producir cerca de 200.000 anillos al mes, pero el contrato se suspendió luego de 5 años. Fue en ese momento cuando, según recuerda, tuvieron que sacar “la creatividad del artesano”, como ella lo llama, para inventarse otros productos que pudiesen comercializar.
“Empezamos a hacer otras cosas: flores, muñecos, cuadernos, libretas, lapiceros… De ahí fue donde surgieron todos los productos que hoy comercializamos principalmente acá, dentro del municipio, o por encargo”, explica Serafina Sánchez.
Serafina dice que quiere dedicarse a este oficio hasta que le alcance la salud pues, durante sus años de trabajo, ha aprendido a amar el papel, un producto que, tanto en Barichara como en Egipto, nació a partir de fibras; esas mismas que hoy se siguen impulsando la producción de lienzos en blanco en los que se espera pueda ser escrita la historia de este tradicional oficio en el que, directa o indirectamente, participan los habitantes del municipio.