Con sesiones de escucha, visitas a casas de melómanos, talleres de baile y teatro y recorridos por la Capital Mundial de la Salsa, La Nueva Guardia ha acercado a más de 500 niños de Cali a la salsa y a las historias de sus familias y su territorio.
Cuando Stephanía López estaba en el colegio, poco le interesaban las canciones de los Back Street Boys que tenían locas y enamoradas a sus amigas. Ella, por el contrario, solo podía pensar en llegar a su casa a escuchar Periódico de ayer, uno de tantos éxitos de Héctor Lavoe, el ‘Cantante de los Cantantes’.
Nació y creció en el oriente de Cali, en Las Ceibas, un barrio en el que la salsa se respira y se lleva en la sangre. Por las calles retumbaban, todos los días y ‘a todo timbal’, el repique de los cueros y el soplar de los trombones en los parlantes que los vecinos posaban en los solares de sus casas.
Y la suya no era la excepción. Su papá, un salsero de ‘vieja guardia’ e investigador del género, y su mamá, una experimentada bailadora*, fueron quienes la introdujeron, de forma asombrosa, al infinito universo de la salsa.
“Mi papá me contaba las historias de los artistas de manera muy divertida, como si fuera un cuento. Se sentaba conmigo y me contaba la historia de Héctor Lavoe y lo hacía parecer un superhéroe: se cayó de un octavo piso y quedó vivo, y esa historia era real, y yo decía: ‘no puede ser, necesito saber quién es ese señor’”.
A los siete años, Stephanía era ya una salsera consolidada. Solo pensaba en escuchar el último éxito de Rubén Blades y en comprar el más reciente disco de El Gran Combo de Puerto Rico.
Hoy, con 34, mantiene vivo el amor por la salsa entre los más pequeños de la ciudad: es directora y fundadora de ‘La Nueva Guardia – Semillero de Niños Melómanos’, un espacio de formación cultural gratuito para niños de entre 5 y 12 años que busca promover el legado de ese género. Hasta el momento han trabajado con más de 500 alumnos.
Para Stephanía es importante que continúe el legado de un género que en Cali es una herramienta de construcción identitaria y también una forma de vida: “Acá mucha gente come y tiene con qué pagar el colegio de los hijos por la salsa, porque hacen el calzado de los bailarines o porque tienen una escuela de baile”, dice.
Y agrega: “Para mí, la salsa lo es todo. Me dio mi familia, mi barrio, mis amigos, mis socios, me dio las herramientas para construir mi vida. Yo siento un amor loco y apasionado por la salsa, y vivo agradecida con ella”.
* Según el Diccionario Salsero del Colectivo Salsa Sin Miseria, ‘bailador’ se refiere a una “persona que vive la rumbantela al compás de la clave. Aquel que no precisa de horarios ni academias para echar un pie. A diferencia del bailarín, su estilo conserva la esencia de la calle; es espontáneo y empírico”.
Una ‘nueva guardia’ de ‘melomanitos’ y ‘melomanitas’
El semillero nació en medio de la pandemia, cuando Stephanía comenzó a compartirle a su sobrino las historias que alguna vez le contó su padre. Entre los dos crearon un ‘laboratorio’ salsero y él, encantando con lo que le contaba su tía, se volvió fanático absoluto de los ritmos afroantillanos.
Pensando en ello, así como en las repercusiones que podía tener el encierro de cuarentena en los niños, muchos limitados a pequeños apartamentos y sin más entretención que el televisor o el celular, decidió crear el espacio, que recibió un estimulo inicial de la Gobernación del Valle para comenzar sus operaciones.
En junio del 2020 comenzaron las primeras sesiones virtuales, a las que llegaban alrededor de 100 niños y en donde, a diario, Stephanía les contaba historias alrededor de la salsa durante 40 minutos, con metodologías de pedagogía infantil, imágenes, videos y claro, mucha pero mucha música.
“Eso era la locura porque los niños se conectaban con sus papás y a ellos también les encantaba, entonces comenzaron a contarles a sus hijos todas las historias que había en su familia alrededor de la salsa”.
Una vez terminada la cuarentena, las sesiones dejaron de ser diarias y, a causa del colegio y otras responsabilidades, pasaron a ser dos veces al mes: una virtual, donde continuaron las mismas dinámicas, y otra presencial.
Las actividades tienen lugar en parques y bibliotecas de los barrios de Cali y no solo se cuentan historias sino que también realizan talleres de baile y de teatro, así como de música, de manualidades y sesiones de escucha.
“Enseñamos a identificar los diferentes ritmos a través del baile, así como de la percusión. Hemos hecho talleres de fabricación de instrumentos, pero también tenemos maracas, campanas y güiros, que les enseñamos a tocar con profesores”.
El semillero suma ya más de 80 talleres con los que, además, los niños han hecho recorridos por la ciudad, visitando, por ejemplo, el zoológico, a partir de una selección de canciones que hablan de especies de animales y plantas: “Pasamos por la zona de las aves, ponemos canciones que hablan de ellas y buscamos las aves de las que se habla ahí, lo mismo con los reptiles y demás animales”.
Stephanía dice que muchas veces se trata de niños que nunca han salido de sus barrios y por ello no reconocen su territorio, no han visto los monumentos de la ciudad o sus calles principales. Por eso, y teniendo siempre la salsa como compás, los han llevado a recorrerla: “ponemos ‘Cali ají’, del Grupo Niche, y ahí mencionan la Calle 5, entonces vamos allá, vamos a comer pandebono, como dice la canción, y aprendemos, también, a prepararlo”.
Asimismo, en los dos años que lleva, el semillero ha despertado el interés de melómanos, coleccionistas, músicos e instituciones que han apoyado su trabajo. Hace poco, por ejémplo, visitaron la casa de Gary Dominguez, reconocido melómano de la ciudad y fundador del Encuentro de Melómanos y Coleccionistas de la Feria de Cali.
Allí recrearon un ‘Aguaelulo’, las fiestas populares que hacían los jóvenes en los setenta, cuando llegó la salsa a la ciudad, en las que se reunían en las tardes a bailar y a tomar agua de Lulo, por ser menores de edad. “Eso era muy popular, pero dejó de pasar, pero nosotros lo recreamos en la casa de este señor”. Él, además, les regaló un vinilo de su colección personal a cada uno.
Para Stephanía, la idea de realizar todas estas actividades presenciales es poder generar un acercamiento real de los niños a la salsa y todo lo que de ella se deriva. No cree en ‘el cuento’ de que los niños no deben manipular los vinilos y el tornamesa por su fragilidad y, por el contrario, en las sesiones de escucha que hacen en parques, llevan el ‘torna’ y dejan que cada uno de los niños tenga la experiencia de poner un vinilo por sí mismo, así como de cambiar la aguja y de manipular el equipo en general.
“Para ellos es mágico, dicen: ‘cómo así profe que de esa cosa negra redonda sale música, qué es eso’. Si se raya, pues compramos otro”.
Un género, muchas maneras de vivirlo
El proyecto también ha contado con espacios en el evento salsero por excelencia de la ciudad: la Feria de Cali, a donde los han invitado a participar, dos veces, en el marco del encuentro de coleccionistas y melómanos.
Allí decenas de niños compartieron una canción y las historias de por qué esa en particular: desde recuerdos de sus abuelas cocinando el almuerzo para toda la familia un domingo, pasando por animales favoritos como las tortugas icoteas, hasta cosas más simples pero que Stephanía considera muy valiosas como el sonido de las trompetas y los trombones.
Con esas participaciones, el semillero quiere también decir que la feria no es solo para los adultos, la fiesta y el licor, sino que es un espacio en el que los niños pueden conectarse con su ciudad, encontrar historias y sentirse dentro de esa fiesta popular.
“Ya tenemos varios ‘melomanitos’ y ‘melomanitas’. Hay una niña que descubrió que Rubén Blades es su cantante favorito y ya tiene camiseta, tiene el LP, hasta le manda fotos a Rubén y llega diciendo que se escuchó todo el álbum ‘Siembra’ en Youtube. Y ahí uno dice, sí vale la pena. La salsa es así, cautivante”.
Este año esperan volver a participar en la Feria, ahora durante todos los días que dura el encuentro de melómanos. Además, han recibido propuestas de empresas privadas para dictar talleres a los hijos de sus trabajadores, así como de festivales y otros espacios.
De la misma manera, quieren extender sus talleres a niños de otras ciudades del Valle y del país, así como a aquellos niños cuyas familias han migrado, para narrar esa experiencia desde la salsa, un género que es, precisamente, producto de migrantes caribeños en Nueva York.
Si usted está interesado en que su hijo – o usted, porque Stephanía y su equipo reciben a cualquier persona interesada – participe en las sesiones del semillero, puede escribirles a su cuenta de Instagram.
Por otro lado, si quiere apoyar el trabajo del semillero, puede comprar el Diccionario Salsero del Colectivo Salsa sin Miseria, un grupo que se dedica a promover la cultura salsera en Cali, al que también pertenece Stephanía, y que dona el 10% de las ganancias de esta publicación para financiar las actividades del semillero.