La comunidad de Quiroga creó experiencias inmersivas de turismo para que los visitantes aprendan estos oficios ancestrales que representan su principal actividad económica.
Publicada el 15/05/2023
A las seis de la mañana se comienzan a escuchar los primeros cantos de las almejeras acompañados por el sonido de la marea de la Playa Los Obregones. Provienen de un grupo de mujeres que caminan descalzas por la orilla, con canastos en sus manos y turbantes sobre sus cabezas. A lo lejos, la silueta de la Isla Gorgona las ve recorrer la playa de punta a punta todos los días. Duran hasta siete horas agachadas escarbando la arena húmeda. “Vamo’ a la playita / Vamos a almejear / Con la cucharita / La vamo’ a raspar”, cantan para sobrellevar el inclemente sol caucano y las olas que a veces se les lleva las conchitas.
Almejear es un oficio de paciencia. Hay que entrenar el ojo para identificar, a metros de distancia, las almejas que traen las olas y que van quedando ancladas en la orilla. También las manos deben volverse más sensibles bajo la arena húmeda. Solo así se evita perder tiempo sacando las que ya están abiertas.
Cuando consiguen almejas grandes o encuentran ‘yacimientos’ del molusco, las mujeres saltan de alegría y agradecen al cielo con emoción. Eso que recolectan, luego, lo venden por kilos, sin la concha. Las almejas que no comercializan las utilizan para su propia alimentación. Con ellas preparan sopas, tamales y sudados.
Las almejas y las pianguas son dos alimentos infaltables en la gastronomía del sur del Pacífico colombiano tanto por su exquisito sabor como por su versatilidad en las preparaciones. Las pianguas, sin embargo, se extraen en los manglares, no en la playa.
Esneda Montaño es una de las integrantes de Construyendo Sueños, una Asociación dedicada a la extracción y comercialización de productos de mar conformada por diecisiete mujeres. Tomaron la decisión de agruparse en junio de 2013. Iniciaron siendo 21, pero una falleció y otras tres tuvieron que irse a causa del conflicto armado.
Esneda recuerda que su madre murió cuando aún era niña, por eso aprendió a almejear con su abuela y sus cinco hermanas. En temporadas de vacaciones, las niñas llegaban en lanchas y recorrían el camino repleto de conchas blancas que le da la vuelta a la costa. En ese entonces veía la actividad más como un entretenimiento, pero hoy es su principal fuente de trabajo.
“Anteriormente nuestras ancestras pianguaban individual. Cada una cogía su potrillo y remando llegaban a los manglares. Con el tema del conflicto armado decidimos unirnos porque ya a las mujeres nos comenzó a darnos miedo ir y saltarnos un manglar. En cambio ahora, andar cinco o diez mujeres es diferente. Ya uno tiene como más coraje”, comenta Montaño, al tiempo que va buscando con la mirada una concha resistente para empezar a raspar la arena.
“Vamo’ a la playita / Vamos a almejear / Con la cucharita / La vamo’ a raspar”, comienzan a cantar, de nuevo. Una bandada de gaviotas revolotea a sus espaldas. Cada vez que avanzan un par de metros para escarbar otro punto, cientos de conchas se van quebrando bajo sus pies. «¡Qué almejiza!», exclaman. En el Pacífico suelen agregar ese sufijo de ‘j’ y ‘z’ cuando se necesita expresar que algo es abundante.
Como sucede con la gran mayoría de oficios ancestrales, todas ellas aprendieron a recolectar almejas desde pequeñas, acompañando a sus abuelas y madres en las jornadas. Aclaran que es muy raro ver a hombres en estas actividades. Ellos, en mayor medida, se dedican a la pesca y la agricultura.
Playa Los Obregones es un lugar bastante silencioso. Queda cerca a la comunidad de Quiroga, una vereda ubicada a unos treinta minutos en lancha del casco urbano de Guapi. Desde lejos llama la atención por el contraste entre la selva y el mar. Sin embargo, no es la primera opción de los turistas a la hora de visitar el municipio. Pese a su belleza, la playa queda opacada por la Isla Gorgona, que la vigila desde al frente, y que ya está consolidada como uno de los destino turísticos más apetecidos del Pacífico a nivel mundial.
Sin embargo, en Construyendo Sueños vieron una oportunidad de negocio en ese paisaje que recorrían todos los días y en sus actividades productivas. Se preguntaron, entonces, qué pasaría si los visitantes no solo llegaban a Gorgona, sino que también aprovecharan su paso para adentrarse en la vida cotidiana de los costeros. Hay quienes creen que ya los turistas no solo buscan lugares paradisíacos, sino también historias. Y esta comunidad sí que tiene bastantes por contar.
Fue así como llevaron su proyecto productivo un paso más allá. Pasaron de ser una Asociación de mujeres dedicadas a pianguar y almejear a convertirse en guías de su propio territorio.
Que su emprendimiento gane cada vez más fuerza los llena de orgullo y motivación, pues dicen que en Quiroga no hay empresas, por lo que la mayoría debe dedicarse a actividades primarias o a trabajos vinculados con las administraciones locales:
“Acá no hay muchas oportunidades. Por eso nosotras como mujeres decidimos conformar una Asociación y vender nuestros productos en conjunto a ver cómo nos iba. Ahora le hemos metido turismo comunitario y tenemos nuestro propio restaurante tradicional”, comenta Esneda, quien además mencionan que tienen un convenio con Mucho Colombia para vender empanadas y tamales de piangua en Bogotá.
Jornadas de pesca para concientizar sobre todo el trabajo que hay detrás de comerse un pescado en el Pacífico
“Los turistas llegan al municipio de Guapi, pero a Guapi en realidad no lo conocen. Llegan al aeropuerto, luego a un mototaxi para el muelle y de ahí salen a la Isla Gorgona. Eso no es Guapi. Guapi es todo esto que nosotros tenemos. La diversidad por estos lados”. Así resume Teodoro Ibarbo los motivos que impulsaron a los pescadores de Quiroga a ‘montarse en la ola’ del turismo comunitario.
Teodoro nació en Guapi. Dice que es pescador desde antes de nacer, ya que sus padres se dedicaban a lo mismo. Su madre iba a pescar estando embarazada; él prácticamente nació con el arrullo del mar en los oídos. A sus dieciocho años, sin embargo, se fue a cortar caña al Valle del Cauca. Duró siete años, pero decidió retornar a su tierra a realizar esta actividad ancestral que lo había acompañado toda la vida.
Es uno de los integrantes de ASOAGROPESQUI, una Asociación dedicada a la pesca y la agricultura. Como proceso organizativo funciona hace veintiocho años, pero hasta ahora decidieron poner sus conocimientos al servicio de los visitantes:
“Esto era algo que ellos venían realizando de manera orgánica. Aquí llegaban de alguna agencia para revisar los proyectos productivos que estaban implementando y decían que querían hospedarse en el lugar, pero la comunidad no les cobraba”, comenta Robinson, director de Guapi Tours, la iniciativa que se viene gestando hace ocho meses para coordinar todos estos paquetes de planes turísticos en el municipio.
Teodoro sale a pescar desde las 5:00 a.m. con otros tres compañeros. El éxito de las jornadas depende de la marea. Pueden hacer hasta ocho y diez lances diarios. Cada lance tarda, en promedio, hora y media. Hay que lanzar, esperar, recoger la malla y limpiar la lancha. Normalmente su día de trabajo dura de ocho a diez horas, mar adentro, donde el nivel de dificultad aumenta porque hay más viento e inestabilidad.
Se utilizan diferentes tipos de red dependiendo de lo que se quiera obtener, pescado o langostinos. Para los encuentros con los visitantes, como son de práctica, utilizan mallas langostineras de 500 metros, ideales para capturar peces pequeños.
Rocogerla toma alrededor de media hora, dependiendo la fuerza que se tenga en los brazos. Como Teodoro está tan acostumbrado, lo hace con extrema rapidez. Mientras jala va sacando los peces que se han adherido a ella. Devuelve los más pequeños y se alegra cuando ve venir uno grandes.
Lo celebra igual que las almejeras, con una corta algarabía y un par de chistes, muy característico de los caucanos. Primero lo detalla para asegurarse de que no está herido, luego le parte las puyas de las aletas y lo lanza a un balde. Su compañero y él conocen tan bien los peces que ya le sacan los nombres de lejos: “¡Allá viene una sierra!” —exclaman— “¡Ve! Mirá qué linda esta pelada”.
A través del turismo, la comunidad ha creado toda una red de generación de empleo en la que dicen que su visión principal es trabajar por el bienestar de todos. Lo que pesca Asoagropesqui, por ejemplo, sirve para surtir el restaurante de Construyendo Sueños.
Ese restaurante está ubicado en Quiroga, donde cuentan con un hostal de dos pisos construido en una técnica que mezcla la madera tradicional con instalaciones más modernas. Tiene vista al río Guapi, y ofrece planes de estadía por noches.
Todos esperan que este proyecto de turismo también se convierta en una oportunidad de generación de ingresos en épocas de veda, es decir, cuando la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca prohíbe la pesca y comercialización de camarones en Valle del Cauca, Cauca, Chocó y Nariño. Ocurre entre enero y marzo de cada año con el fin de proteger el período de reproducción del molusco.
“Esperamos que ustedes salgan de aquí con un conocimiento. Nosotros quedamos contentos también de que estuvimos compartiendo nuestra actividad con ustedes. Esto lo hemos hecho nosotros desde niños, pero eso de venir ahora personas nacionales e internacionales y que aprendan y vivan con nosotros la propia actividad nos llena de orgullo”, agrega Teodoro con sentimiento.
Desde la orilla, Esneda y su compañera esperan la lancha, sonriendo. Muestran con emoción un par de tamales de piangua y van sirviendo viche en conchas. A sus pies, el canastico lleno de almejas.
“Vamo’ a la playita / Vamos a almejear / Con la cucharita / La vamo’ a raspar”.