El santuario Namigni, en Cundinamarca, suma al menos 400 especies diferentes de animales, incluyendo especies de toros de lidia, una raza que se utiliza para corridas.
En 2020, mientras la pandemia, Miguel y su esposa ‘Nani’ brindaban asistencia a perros y gatos callejeros, pero en sus recorridos se encontraban otras especies de animales abandonados en las orillas de las vías veredales, en muy malas condiciones.
“Rescatamos una oveja y después un ternero y luego otro, y así, sin planificarlo, empezó el santuario. Después, ocupamos una finca que fue lechera y allí creamos nuestro espacio dedicado a los animales”, dice Miguel Aparicio, creador de Namigni.
El santuario se encuentra en La Calera, a 16 kilómetros de Bogotá, y en la actualidad hay al menos 400 animales de diferentes especies.
De acuerdo con Miguel, se hacen dos trabajos: de protección de animales maltratados y preservación de los bosques cercanos al lugar, ya que también cuidan 53 fanegadas de bosque nativo con todas las especies que la habitan, es decir, protegen un aproximado de 10 hectáreas de bosque.
“En especie bovina tenemos vacas, toros y terneros, incluyendo de lidia, una raza que se utiliza para corridas de toros; también hay caballos, burros, mulas, ovejas, cabros, cerdos grandes, conejos, gallinas, pavos, patos, perros y gatos, hay una gran variedad de especies”, cuenta.
De acuerdo con Miguel, aunque en Colombia existen más santuarios de su tipo, Namigni es uno de los más grandes.
“Nos llegan solicitudes de todo el país para ayudar animales porque no hay otro santuario en Colombia que tenga la misma capacidad, pero obviamente no es ilimitada. Es un reto porque no hay otras infraestructuras en Colombia que respondan a esos casos, es algo muy difícil”.
Actualmente, Namigni se costea a través de donaciones y de programas de apadrinamiento de los animales que habitan el santuario, “tenemos visitas de interacción con los animales que disfrutan estar cerca de las personas, a los que no les gustan o son tímidos, los dejamos tranquilos. Son momentos de pedagogía y de contacto con la naturaleza. Hay donaciones, pero ojalá hubiera muchas más porque el mantenerlo es un reto muy complejo, realmente nosotros, a través de nuestras actividades profesionales y empresariales, somos los financiadores”.
Como dice Miguel, el santuario es naturaleza pura, el lugar sirve para entrar en contacto con el campo, para salir del caos de Bogotá y respirar aire puro. “El santuario también da un mensaje importante de apoyo a la protección de animales”.