Sembrado ceiba blanca y colorada y guayacán arroyero, entre otras especies, la comunidad de María La Baja le hace frente a la contaminación de sus fuentes de agua.
Libardo Cassains es líder social y comunitario de los Montes de María, específicamente del caserío Puerto Santander, municipio de María la Baja, a orillas de la ciénaga homónima, en el departamento de Bolívar.
Es uno de los integrantes de la Mesa por el Agua, una iniciativa comunitaria que reúne a 12 organizaciones sociales de 15 municipios y se dedica al cuidado de “arroyos, jagüeyes y pozos que nutren las grandes represas, ciénagas y distritos de riego que bañan la región”, según cuentan en su página oficial.
En ese sentido, la Mesa ha realizado varias acciones.
Una de ellas ha sido la siembra comunitaria de especies de árboles y plantas nativas como la ceiba y el caracolí, que ayudan a mantener fresca el agua de las fuentes hídricas del territorio.
“Esos árboles hacían parte de las cuencas de las fuentes hídricas de los espejos de agua, pero fueron talados para sembrar palma. Son unos buenos filtradores que ayudan a purificar el agua», indica Libardo.
Y es que, según el Servicio de Bosques de los Estados Unidos y el Servicio de Bosques de Carolina del Norte, los árboles y los bosques en general cumplen varias funciones para mejorar la calidad del recurso líquido.
Por un lado, actúan como filtros naturales que limpian el agua que fluye sobre la tierra después de que llueve, asentando la escorrentía llena de sedimentos y contaminantes de agroquímicos y pesticidas utilizados en cultivos. Con eso previene que esos contaminantes lleguen a las fuentes hídricas superficiales.
Asimismo, el crecimiento de sus raíces mejora la estructura del suelo y reduce la erosión. Así, aumenta la filtración de los contaminantes que terminarían en las fuentes hídricas. Una vez en el suelo, esos contaminantes son inmovilizados, transformados por microbios y absorbidos por plantas. Además, las raíces de los árboles también filtran el agua subterránea.
“La ceiba blanca y la colorada, y el guayacán arroyero ayudan a ‘hacer’ el agua fresca. Es un agua tan cristalina que uno no teme de tomarse un vaso de agua sin necesidad de purificarla, porque los arboles lo hacen”, comenta Libardo.
La contaminación del agua en los Montes de María
Durante los años 60, el gobierno colombiano, financiado por el estadounidense, compró grandes extensiones de tierra en esa región, que luego parceló para entregar a los campesinos.
Estos, a su vez, comenzaron a cultivar maíz, yuca, ñame y, sobre todo, arroz.
Para 1966 fue construido en el municipio un distrito de riego con el objetivo de surtir de agua a los cultivos de arroz y con ello garantizar la seguridad alimentaria y la supervivencia de las comunidades campesinas de la región.
Así, por alrededor de tres décadas, María La Baja y en general los Montes de María fueron una región considerada como una de las despensas agrícolas de Colombia.
Sin embargo, durante la década de 1990, a causa la aparición de grupos paramilitares en la zona y de la violencia sistemática que estos ejercieron sobre la población, esta se vio obligada a desplazarse y abandonar sus tierras.
“Llega el desplazamiento y llega la compra de tierras masivas en la región. La gente vendía a muy bajo precio: una hectárea de tierra en 500 [mil], o menos, porque tenían que irse” cuenta Libardo.
Con eso, explica, comenzó una enorme colonización de la tierra por parte de la industria de palma africana, que se convirtió en el monocultivo predominante en la región y que ha generado afectaciones para las comunidades.
Una de ellas es la contaminación, a causa de agroquímicos y pesticidas usados en los cultivos, de los recursos hídricos a los que la población acude para acceder al agua que consumen en su cotidianidad.
En una acción popular interpuesta en el 2011 por el Instituto Latinoamericano para una Sociedad y un Derecho Alternativo y citado por Rutas del Conflicto, se resalta que: “de los informes técnicos realizados a las aguas que consume la población se concluye que las características físicas, químicas y microbiológicas del agua estudiada son alarmantes para la salud de la comunidad”.
Tanto así que, cuenta, Libardo, “en el 2016 vimos más de 50 – 60 toneladas de pescado perdido a causa de la contaminación de la Ciénaga”.
A raíz de esta y otras problemáticas, que también incluyen el acceso a los jagüeyes y espejos de agua que la comunidad usa en su cotidianidad, fue que surgió la Mesa por el Agua.
Otras conquistas de la Mesa
Además de las siembras, la Mesa logró consolidar también un acuerdo de voluntades entre las comunidades campesinas y el sector arroceros.
Allí, ambos frentes se comprometen a generar acciones y buenas prácticas para “proteger los ecosistemas de la región, crear mecanismos para mejorar el control de uso racional del agua y garantizar el acceso y uso al agua de las comunidades rurales”.
Y aunque la pandemia de la covid-19 hizo que las actividades de la Mesa se detuvieran y dispersó la red de comunidades que en el 2018 habían logrado consolidar, Libardo espera que este año se retomen las discusiones y se comiencen a generar más acciones por la protección de las fuentes hídricas, así como por el acceso de las comunidades al agua.
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