En esta población del Pacífico, los jóvenes bailan para visibilizar las problemáticas que los aquejan y fortalecer el sentido de comunidad.
Pacific Dance es una escuela artística que nació hace diez años y que se dedica a la danza urbana, al teatro y a la música. Trabaja con niños y jóvenes víctimas del conflicto armado en Tumaco, Nariño, y se enfoca en la creación de ‘espacios protectores’ para esa población a través del arte.
Además, busca articular diálogos entre sus estudiantes y la comunidad alrededor de cómo enfrentar y tramitar las situaciones a las que deben enfrentarse a diario las personas en el municipio.
La escuela está conformada por varios grupos: un semillero, a donde ingresan niños principiantes con poca o nula experiencia; un grupo sub base, compuesto de jóvenes que llevan uno o dos años acercándose a la danza urbana, y el grupo base, que son jóvenes con cinco o más años de trayectoria.
Además, hay cuatro coreógrafos, una junta directiva y la directora y fundadora de la escuela, Diana Cortés. Ella cuenta que fue gracias al hogar lleno de amor en el que creció, que logró crear un espacio como Pacific Dance que “también está repleto de amor”.
“Es una familia, hemos encontrado una forma de protegernos, de guardarnos, de convertirnos en referentes positivos en la sociedad. Nosotros somos otra cara de la que normalmente se muestra del territorio, un grupo de jóvenes artistas que han dado un lado positivo”, explica Diana.
Y es que, según ella, el arte y la danza permiten ver e interpretar la realidad, incluso la más adversa, como una serie de posibilidades.
Hablar de los problemas desde el arte
La danza, el teatro y la música, cuenta Diana, son actividades atractivas para los jóvenes y los motivan a converger en un mismo espacio. En últimas, funcionan como excusas para reunirse, encontrarse y hablar de otros temas.
En cada uno de sus trabajos, actividades y ensayos hablan de las problemáticas que aquejan a la sociedad y en especial a los y las jóvenes tumaqueños: el conflicto armado, la criminalidad y las violencias basadas en género, entre otros. Siempre desde la perspectiva y la experiencia de esos jóvenes. Eso es lo que después llevan al escenario.
Así, por ejemplo, el segundo domingo de enero estrenaron una obra llamada ‘No son mitos’, en la que realizaron una contraposición de la tradición oral del Pacífico con las realidades de los jóvenes frente al conflicto armado.
En ella hablaron de cada uno de los ‘espantos’ que están presentes en mitos y leyendas tradicionales de la región y el país como La Tunda, El Diablo, La Mula y La Llorona, y los relacionaron con las dinámicas de violencia que se dan en el territorio.
El mito de La Tunda, por ejemplo, habla de una señora que raptaba a los niños y se los llevaba para el monte de donde era casi imposible sacarlos. Eso lo relacionaron con el problema del reclutamiento forzado que está muy presente en el puerto.
“Entonces creamos una conexión entre cada espanto y cada cosa que ha ocurrido en el conflicto armado, por eso la obra se llama ‘No son mitos’, porque las situaciones que tienen que afrontar los jóvenes del Pacífico son realidades que es necesario contar para que la gente entienda”, aclara Diana.
Una coraza
Pacific Dance también es un espacio que protege a los jóvenes de las problemáticas que se viven en el municipio.
Con eso, explica Diana, se refieren a que la danza aleja a los jóvenes de las violencias al ofrecerles espacios alternativos para pasar su tiempo libre, así como para construir un proyecto vida y evitar que se involucren en actividades delictivas.
“Eso a este espacio no llega, acá todo es corporalidad, danza, conocimiento. Entre todos hemos creado un tipo de coraza que al entrar a este lugar nos protege de las cosas que ocurren en el medio».
Pero ese proceso no se da únicamente a partir del arte. Pacific Dance también a crea y fomenta nuevos liderazgos juveniles que se enfoquen en la consecución de oportunidades educativas y sociales.
De esa manera, han consolidado alianzas con organizaciones como la Fundación Manos Visibles, a partir de la cual han conseguido becas de música en la Universidad Icesi y para otros programas en la Universidad del Chocó. Asimismo, el año pasado le otorgaron una beca a Diana para estudiar una maestría en Producción y Gestión Cultural y Audiovisual en la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
Además, algunos estudiantes también son hoy concejales municipales de juventud, desde donde han gestionado y liderado otros espacios para permitir mayor acceso de los jóvenes tumaqueños a la educación superior.
Restaurar el tejido social, otro objetivo mayor
Después de cada presentación, Pacific Dance abre un espacio de dialogo con la comunidad que asiste a los eventos. Allí se discute y se reflexiona acerca de la obra y lo que hay detrás de ella, de las problemáticas de las que hablan y de cómo articularse para enfrentarlas.
Su trabajo, aunque es hecho específicamente desde la perspectiva y la experiencia de los jóvenes, también tiene en cuenta todas las relaciones que tienen estos con la comunidad, la familia y el hogar.
“Todo lo que hemos hecho ha sido trabajado en conjunto con la comunidad y en ese juego entre comunidad y arte nos hemos dado cuenta de que nuestras obras e historias están ayudando a reconstruir el tejido social roto por la violencia», dice Diana.
A través de sus obras, se recuperan la tradición oral, la música y la danza. La sacralidad atraviesa esos elementos que son tan importantes dentro de la cultura pacífica y que se han ido perdiendo, en gran parte, por las situaciones de conflicto que se viven en el territorio.
Para este año esperan seguir presentando y circulando su más reciente producción, ‘No son mitos’. También quieren atraer más jóvenes de la región: tienen sus inscripciones abiertas hasta marzo.