Johana Figueroa ha normalizado la diversidad en el departamento ocupando espacios donde antes no era bienvenida por su orientación sexual. Ahora motiva a los jóvenes a profundizar su presencia. Sexta entrega del especial de liderazgos diversos en las regiones de Colombia
Johana nació en Támesis, Antioquia, pero desde muy niña se mudó con sus padres a Puerto Inírida, la capital del departamento amazónico de Guainía. Se crio y creció allá, rodeada de selva, en lo que ella denomina como su pueblo.
Allá llegaron sus padres dentro de las primeras generaciones que colonizaron el departamento. Un hermano de su mamá montó un supermercado y los persuadió a ir a probar suerte cuando Inírida no era más que un caserío.
“Se instalaron bien, se amañaron y decidieron quedarse por la tranquilidad que había, por la paz: uno podía dejar la puerta de la casa abierta y no pasaba nada. Era una vida muy distinta, no había luz las 24 horas sino como cuatro o cinco, no había agua entonces tocaba lavar en los ríos. Era mucha paz y mucha tranquilidad”.
Johana es madre de tres hijos y cabeza de hogar, técnico en gestión de recursos naturales y en contaduría pública y mujer bisexual. Desde octubre del año pasado es el enlace LGBTIQ + en la Gobernación de Guainía.
Como enlace en la Gobernación ha buscado vincular a la población LGBTIQ + de la capital y el departamento, todavía muy poco visible, a los escenarios de participación y en general motivarlas a expresar su identidad libremente.
“Tener esa voz y voto institucional para ayudar a mi población, es genial” cuenta. Pero su liderazgo comenzó hace tiempo ya y va mucho más allá del puesto que ocupa en este momento.
Ha sido una larga y difícil lucha, dice, “pero ahí vamos avanzando, evolucionando”.
Una población dispersa y señalada
En Inírida, las organizaciones LGBTIQ + son todavía muy pocas. De hecho, fue hasta hace muy poco, en el 2018, que se creó formalmente la primera: Guainía Diversa.
Desde ahí, cuenta Gilber Rodríguez, su actual director y fundador, se han reunido y trabajado con la administración pública en procesos como la consecución de unidades productivas para la población, entre otras cosas.
Johana trabaja en estrecha articulación con ellos desde la Gobernación, pero es difícil, cuenta, porque “acá en Guainía somos muy poquitos los que nos identificamos como población LGBTIQ +”.
Y agrega: “entre esos poquitos tratamos de hacer lo que se puede, y hemos alcanzado grandes cosas: hicimos una ficha de caracterización para poder saber cuántas personas diversas hay acá, aprobamos una estrategia para su implementación, hicimos un enlace con el Ministerio del Interior a partir del cual hemos gestionado apoyos y visitas técnicas, entre otras cosas”.
Sin embargo, continúa siendo un reto, precisamente porque la mayor parte de la población LGBT, no se autorreconoce como tal por temor a los señalamientos, la discriminación y la violencia.
Según cuenta, Inírida y el departamento en general, permanecieron hasta hace muy poco en una especie de aislamiento del mundo más allá de sus fronteras. Es un lugar de difícil acceso, rodeado de resguardos indígenas que “en su mayoría son cristianos”, y las personas que han llegado de afuera son muy pocas, por lo que el intercambio de experiencias y en muchos casos de actualización de prácticas y aceptación de nuevas identidades, ha sido muy limitada.
“Las posibilidades de acceder a muchas cosas acá han sido muy remotas, nosotros hasta ahorita es que estamos como yendo a la vanguardia con otras ciudades. Hasta hace poco no teníamos acceso a internet, a celulares y el tema religioso ha estado muy involucrado también”.
En ese sentido, reconocerse con una identidad diversa es todavía una cosa muy extraña, fuera de lo común, por lo que el estigma para las personas que deciden hacerlo es, por lo general, muy intenso.
Johana cuenta, incluso, que las primeras personas que hubo en el municipio que se reconocían abiertamente como LGBTIQ +, eran personas de otros departamentos, “y qué pasaba, pues señalados y agredidos”.
Recuerda que su mamá le contó del caso de un par de enfermeros que llegaron ‘del interior’ y que al darse cuenta la comunidad de que eran pareja, mataron a uno.
Johana fue testigo de esa violencia. Tenía 14 años y estaba en el colegio “con mi curiosidad una cosa impresionante, pero no me animaba a hacer o decir nada porque sabía lo que eso podía significar”.
Recuerda cómo llegaban personas con sus identidades muy bien definidas y la manera en que los discriminaban y perseguían.
Incluso dice que todavía hoy no se conocen otros espectros diversos más allá de la homosexualidad, “acá conocen el gay y la lesbiana, las mujeres son lesbianas y los hombres gais, maricas y cacorros”.
Eso, entonces, ha derivado en que las personas oriundas del municipio se lo piensen mucho a la hora de expresar abiertamente quienes son. Tanto así que las pocas personas que se han atrevido, esperan a cumplir la mayoría de edad para hacerlo.
“Esperan a graduarse del colegio y los papás que tienen cómo, los mandan a universidades en otras ciudades, en Bogotá, Medellín, Manizales y allá se liberan. Ya cuando vienen de vacaciones no les importa, ya se soltaron, porque se encontraron con otro tipo de sociedad donde no son señalados, donde ya hay espacios”
Y es que ese, precisamente, es otro problema. En Inírida no hay espacios: “no hay un parque, no hay una discoteca LGBT, no hay cine, no hay un centro comercial”.
Ocupar espacios para normalizar la diversidad
Johana recuerda que para ella también fue difícil expresar su identidad de manera abierta: “a la gente le costó mucho acostumbrarse a que yo estuviera con otras chicas y aceptarme así”.
Sin embargo, dice, eventualmente tuvo aceptación y se fue encontrando con más personas que habían decidido dar el paso, generando así una pequeña comunidad en donde se apoyaban mutuamente.
De a poco comenzaron a reunirse con frecuencia hasta que decidieron andar en el espacio público sin temor, pero eso también fue difícil.
Recuerda salir a la única discoteca que había y las miradas e insultos de la gente cuando bailaba con su pareja o con alguna amiga.
“Entonces decidimos crear nuestro propio espacio. Hablamos con el dueño para que nos dejara ir un día entre semana, los miércoles o los jueves, a bailar nosotros. Él accedió y comenzamos a ocupar así nuestro propio lugar”.
Con el tiempo, las personas de la comunidad se dieron cuenta de que la discoteca estaba abriendo entre semana y que quienes iban eran Johana y su grupo, “y la gente comenzó a ir normal y nos comenzaron a aceptar, entonces brincamos y dijimos, bueno vamos a hacer esto con otros lugares”.
De esa manera fueron normalizando la presencia de personas diversas en el municipio y desescalando la violencia hacia ellas: “ya hay un respeto, sobre todo hacia las mujeres, hacia los chicos no tanto, pero todavía les da mucho susto a reconocerse como LGBT”.
Motivar y empoderar para liberar
Johana dice que es “de la vieja guardia”, por lo que su interés en este momento es empezar a vincular a las personas más jóvenes al trabajo por la comunidad LGBTIQ +, y de esa manera motivarlos a que se lancen a dar el paso de ser abiertamente quienes son.
“Yo me siento tan libre, por eso cada vez que encuentro a un joven o a alguien que está tratando de ‘salir del closet’, le digo que cuando uno de verdad es quien es, se siente tan libre. Caminar por la calle, conversar con los amigos, presentar a la pareja, que no importe lo que la sociedad diga es una frescura indescriptible, es lo máximo”.
Y precisamente por esa libertad con la que ella anda hoy por las calles de Inírida, la misma con que andan las personas que conformaron la organización Guanía Diversa, ella, Gilber y su grupo, se han convertido en referentes para los más jóvenes.
“Nos ven y dicen: ‘vea que ellos son profesionales, ellos trabajan en la Gobernación, en el SENA, en el sector salud etc. y son de la población, entonces sí podemos, ser diverso no es una enfermedad’”.
Es ese, entonces, el objetivo fundamental que tiene Johana: hacer que los jóvenes se empoderen y continúen el proceso que comenzó ella y otras personas “de la vieja guardia” y contribuir así a cambiar las realidades de su comunidad en el municipio pues, cuenta, todavía se ven muchos abusos.
Uno muy particular es el trato que le dan los pueblos indígenas aledaños a las personas LGBTIQ +: “los destierran, los sacan, ‘usted es así, desterrado’”. Por ello, han llegado decenas de indígenas al pueblo sin saber qué hacer, en muchos casos sin siquiera hablar español “y entre todos miramos qué hacemos para darle una oportunidad de estudio o de trabajo, pero no es fácil”.
En ese sentido, dice que también desde los gobiernos y la institucionalidad se deben generar más apoyos y espacios reales para la comunidad. Y aunque reconoce que en la actual administración se han dado procesos que “no se habían visto nunca”, dice que hay que seguir profundizándolos y haciéndolos más amplios y efectivos.
Particularmente en lo que tiene que ver con educación, pues todavía hoy se vive una intensa discriminación en las instituciones educativas, “no de parte de los estudiantes, sino de los docentes”. También a nivel de capacitación familiar, porque “imagínate sentir esa cosa a los 10 años y esperarse a los 18 para poderse identificar”.
Lo que quiere Johana, en últimas, es que la comunidad sea reconocida, aceptada y respetada, nada más. Se trata de “seguir apoyándonos entre todos y que los jóvenes vean que sí se puede”.