Desde hace más de dos años, en medio de la pandemia, Mike Glennon y las hermanas Mariela y Amalfi Andrade comenzaron una olla comunitaria en Siloé con el deseo de ofrecer atención urgente a los habitantes de este sector de Cali.
Mike Glennon, director del proyecto de la olla comunitaria en Siloé, conoció a las hermanas Andrade a principios del 2020, cuando la pandemia tenía encerrados a los colombianos en sus casas y conseguir dinero por medio del trabajo informal se había convertido en un imposible.
Dada la cantidad de hambre que estaban pasando innumerables familias en Cali, algunos vecinos de Glennon le preguntaron si podían colaborar para comprar mercados a los habitantes de unos barrios que no estaban recibiendo ayuda del estado.
“Yo siempre he sido muy cauto con estos temas, porque siento que al final la plata se pierde, no se emplea en lo que se prometió, pero como eran vecinos quienes estaban pidiendo estas ayudas y consideraba que era algo serio, colaboraré con el tema varias semanas”, cuenta él.
Pero un día se enteró que, aunque los mercados estaban llegando, estos no se estaban repartiendo de manera justa entre los habitantes del sector.
Pero el destino o Dios, como suele decir él, quería que Glennon pudiera ayudar a las personas que más lo necesitaban en el momento y, por algún motivo, en esos días en que había descubierto lo de los mercados, alguien lo había incluido en un grupo en Facebook de empresarios locales.
Ahí habían montado una historia de dos hermanas en Siloé, Mariela y Amalfi Andrade, que estaban buscando ayuda para organizar una olla comunitaria en Siloé, porque las personas estaban pasando hambre.
Sin pensarlo dos veces Glennon tomó las llaves de su carro, salió a las solitarias calles de la ciudad y fue hasta Siloé para buscar y encontrar a estas hermanas que cambiarían su vida para siempre.
Mariela y Amalfi nacieron y se criaron en Siloé. Su madre tenía un puesto de venta de hiervas en la galería Santa Elena.
Desde antes de empezar con la olla ya realizaban actividades en su comuna. En Halloween entregaban dulces a los niños, les llevaban disfraces y hacían una ‘pasarela’, y en Navidad entregaban regalos y hacían novenas con natilla y buñuelos.
“Mariela ha tenido mucha injerencia en su barrio, es como una lideresa en estos temas. Me senté a hablar con ellas sobre la situación en la que estaba la gente de Siloé en medio de la pandemia y la gran mayoría no estaba devengando de ninguna forma a causa de las circunstancias. No tenían nada para comer”, cuenta él.
Gracias a las donaciones que reciben, las hermanas Andrade pueden ofrecer cada día un menú diferente: desde fríjoles hasta arroz con pollo. / FOTO: Susana Serrano A.
Glennon decidió entonces ayudarlas con la olla comunitaria y así empezaron a hacer frijoladas con maduro, arroz y agua de panela, entregando almuerzos a 80 personas durante unas tres semanas.
“Comencé a preguntar a quienes pudiesen ayudarnos con fondos o suministros. De esa forma el proyecto fue tomando vuelo y de 80 pasamos a 100, luego a 150 y después de dos meses ya entregábamos 200 almuerzos diarios de lunes a sábado durante casi los dos años de la pandemia”, recuerda.
Se hacía un menú semanal, se compraban los ingredientes en la galería y todo se preparaba en la calle, en una olla gigante que ubicaban sobre ladrillos, con leña abajo para calentar todo, hasta que alguien les regaló una estufa a gas para que continuaran con su labor.
“Esta olla les ha traído un cambio a muchos adultos mayores de la comunidad, porque ahora tienen algo que comer. Hay muchos abuelos afuera con hambre. Desde las 11 de la mañana llegan a hacer filas para recibir su almuerzo a las 12”, dice Mariela.
Hay adultos mayores que se han desmayado mientras esperan, porque no habían comido nada en todo el día y, según cuentan las hermanas, lo más normal es que las personas dividan el almuerzo que les entregan, para que les rinda más. Por ejemplo, si les dan sancocho se tomen la sopa como un almuerzo y el seco lo dejan para la comida.
Cada persona lleva y marca sus cocas para recibir la comida. Hay quienes van por hasta cuatro almuerzos para su familia. / FOTO: Susana Serrano A.
Pero los integrantes de este proyecto no solo entregan almuerzos gratuitos a quienes llegan, también se ponen en la tarea de conocer a quienes van a la olla, saber dónde viven y si necesitan o no la comida.
“Así hemos podido descubrir que, aunque ya se haya terminado la pandemia, en Cali se sufre de mucha hambre. El incremento de los costos de vida y la tasa de desempleo hace que el problema aún no tenga solución”, comenta Glennon.
No obstante, pese a la labor que realizan, conseguir fondos es díficil y el director del proyecto dice que a veces “la olla tiene sus días contados”. Sin embargo, cuando ya no encuentran más salida, siempre aparece alguien dispuesto a ayudar, pero la olla sobrevive gracias a las donaciones del público las cuales se pueden hacer comunicándose con Glennon al 315 5504857.
“Nadie ha recibido plata por la labor, todo lo que recibimos se gasta en la compra del mercado para hacer los almuerzos”, explica Glennon.
Casi el 70% de las personas que van a la olla son adultos mayores. / FOTO: Susana Serrano A.
Cuando pasó el paro nacional y la pandemia, mucha gente que iba a la olla empezó a conseguir trabajo y dejó de necesitar la comida. Sin embargo, el proyecto sigue entregando almuerzos a 100 adultos mayores y a unas siete familias, de lunes a viernes, con la esperanza de que puedan recibir ayuda económica de más personas cada día.
Desde el primero de mayo de 2020 hasta la actualidad la olla ha entregado 82.809 almuerzos. Esta cifra, aplicada a una familia de cuatro, personas equivaldría a 61 años de almuerzos.