El festival Selva Adentro va para su sexta versión y sigue con un mismo propósito: fortalecer el tejido social en un territorio donde la guerra casi lo acabó
Violeta Violeta, una de las creadoras y organizadoras del festival, es una convencida del poder del arte para generar transformación social: “No debería ser un aderezo, el arte debería tener otro lugar en nuestra sociedad” dice, insistiendo en que esta provee la posibilidad de acercarnos, encontrarnos y entendernos.
Pensando en ello, desde la Red de Colectivos de Estudio en Pensamiento Latinoamérica, de la que es parte hace aproximadamente 12 años, Violeta acompañó un recorrido por el río Atrato en el que, junto con Mata Candelas, una compañía de teatro de Medellín, presentaron en La Loma, un corregimiento de Bojayá; Murindó y Riosucio, municipios del Chocó, una versión teatral de ‘La Casa Grande’, el relato novelado que escribió Álvaro Cepeda Samudio acerca de la Masacre de las Bananeras.
A esas funciones llegaron entonces combatientes del frente 57 de las Farc, quienes para ese momento se encontraban en proceso de preagrupamiento antes de entrar a las Zonas Veredales de Transición y Normalización (ZVTN), donde adelantaron su proceso de desmovilización, desarme y comienzo de reincorporación.
Con ellos generaron espacios de diálogo entorno al fortalecimiento de la paz a través del arte, “de lenguajes que fueran más cercanos a la población”. De allí, entonces, surgió la idea de llevar de nuevo la obra, ahora a la ya consolidada ZVTN.
Y aunque les pareció una buena idea, quisieron no solamente llevar esa, sino otras obras y muestras artísticas para comenzar a dar la discusión de la construcción de paz, de memoria y de reconciliación a través del arte.
Así, en medio del proceso de construcción de las viviendas de la ZVTN, los excombatientes construyeron también un teatro, que terminaron un día antes de la primera versión del festival y cuya estructura, de guadua, es hoy hogar de Selva Adentro, un festival que surge con el objetivo fundamental de aportar a la reconstrucción del tejido social en la región.
Reencontrarse y reconocerse a través del arte
El festival se realiza en el hoy Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación ‘Silver Vidal Mora’, en Belén de Bajirá, un corregimiento del municipio de Riosucio, Chocó.
Y aunque en un primer momento ese fue un lugar donde únicamente habitaron excombatientes, Violeta explica que hoy varios han salido, otros han llegado con sus parientes y la comunidad local también ha hecho hogar allí.
Eso ha significado la confluencia de una gran variedad de experiencias, vivencias y lugares de enunciación, que aunque comparten el hilo conductor de la guerra que vivieron, no dejan de ser una multiplicidad muy variada de historias de vida, antes separadas por la violencia y ahora reunidas por las posibilidades que brinda el arte y la cultura.
“Eso ha permitido a la comunidad reconocer vivencias, reconocer sentires, reconocer su propia historia”, cuenta Violeta.
Eso, agrega, tanto a través de representaciones teatrales como la de La Casa Grande y otras que han llevado, así como, y especialmente, a través de las reflexiones que propician esas muestras artísticas y culturales, además de generar discusiones alrededor de temas poco explorados previamente, como el feminismo y los cuerpos como primer territorio.
No siempre es fácil generar esas reflexiones una vez terminadas las obras, sin embargo, Violeta comenta que después suelen escuchar “ese corrillo, esos comentarios de la gente de ‘ah tal parte de la obra, o lo que decía esta muchacha o esta canción’”.
Y es a partir de esos diálogos y de ese compartir de experiencias, por más pequeños que sean, que se revitaliza el tejido social, muy afectado por un conflicto que sistemáticamente buscó despojar a la población civil de su poderosa capacidad asociativa.
Además, al festival no solo asisten personas habitantes del ETCR, sino de comunidades aledañas, como de las Zonas Humanitarias de Camelias y Caracolí; estudiantes de escuelas rurales y comunidades indígenas, quienes con su participación enriquecen las reflexiones que surgen del festival, al tiempo que nutren el proceso de reconstrucción de tejido social.
“El festival causa una movilización del territorio en general que permite una juntanza de personas que durante la guerra era muy difícil”.
La sexta edición de Selva Adentro
Este año el festival se realizará entre el 9 y el 12 de noviembre, en el ETCR ‘Silver Vidal Mora’, y contará con una amplia oferta artística.
Entre otras cosas, volverá la compañía ‘Mata Candelas’ a presentar su adaptación de ‘La Casa Grande’ y habrá presentaciones también de colectivos locales, así como de grupos artísticos como Los Pantolocos, Grupo de Teatro Tespis, Fantasmágora Teatro, todos de Medellín.
Además, estarán bandas como El duende, Alejo García y Paula Neder y El trinar de la montaña.
De la misma manera, continuarán con su apuesta de las ‘Escuelas de Arte y Paz’, que realizan en cada versión del festival y en el que los artistas que se presentan, así como otros voluntarios que asisten al festival, dictan talleres de diversos temas que van desde las artes escénicas y la música a la agroecología y la sostenibilidad.
Esa es una apuesta particularmente valiosa por varios motivos. Por un lado, por el hecho de que lleva una oferta cultural que poco se ve en la ruralidad y en las regiones, y, por otro lado, porque ha motivado a la población a crear sus propios proyectos, despertando y explotando pasiones que, de otra manera, probablemente, no habrían explorado.
Así, por ejemplo, a una de las ediciones pasadas del festival asistió Diego Calderón, biólogo y ornitólogo que fue secuestrado durante 88 días en 2004 por las Farc, para realizar un recorrido de avistamiento de aves.
Violeta cuenta que uno de los niños locales que asistió al recorrido, tocayo del biólogo, quedó fascinado con el tema, por lo que Diego le regaló un par de binoculares y una guía de aves para que siguiera alimentando su curiosidad al respecto. Luego viajó a un festival de avistamiento en Cali, donde obtuvo formación adicional y se convirtió en guía de los recorridos que se realizan en el marco del festival.
De la misma manera, Yuri Sara, una de las excombatientes involucradas en el festival y quien “siempre ha sido enamorada de las plantas”, hoy encabeza un proyecto productivo dedicado a la producción de aceites esenciales a partir de las plantas de su región, luego de formarse, entre otras, en una de las Escuelas de Arte y Paz del festival dedicada a la agroecología.
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Así, dice Violeta, el festival también contribuye a que las comunidades imaginen futuros posibles desligados de un contexto violento en el que tuvieron que vivir por mucho tiempo: “Ayuda a que los niños crezcan con imaginarios distintos, pensando en otras cosas más allá de lo que su contexto inmediato tiene para ofrecerles”.
Una conversación que debemos tener como país
Por otra parte, Violeta sostiene que el festival también ha sido una plataforma para propiciar “una conversación que tenemos pendiente como país acerca de lo que ha ocurrido y lo que hemos ocultado y silenciado”.
En ese sentido, asegura que las personas de las ciudades que asisten al festival tienen la oportunidad de conocer lo que sucedió en la guerra, de la voz de las personas que la padecieron, así como conocer cómo en medio de un contexto plagado de muerte, las personas se aferraron a la vida y hoy construyen otros mundos posibles con el amor como su principal premisa.
“Las personas se van conmovidas, también pensando en qué pueden hacer para ayudar”.
Y es que aunque el festival ha logrado realizar ya cinco ediciones, su financiación no deja de ser compleja. Por ello, en este momento están reuniendo fondos a través de una Vaki que usted puede apoyar a través de este enlace con aportes de cualquier cantidad.