Desde el poemario Bramidos de agua dulce, publicado en 2020, Flor Bárcenas Ferias, quien nació en Montería (Córdoba), cuenta cómo es su relación, pero también la de los monterianos con un río que, dice, ha reflejado el progreso, pero también el conflicto.
El río era un sueño. Mientras dormía, lo veía. Y cuando estaba despierto, lo escribía. Contaba los rostros cotidianos que habitaban el río. La vitalidad alrededor de él en barrios como Mocarí, en la periferia de Montería, donde las casas tienen por patios las aguas del Sinú. Pero también escribía sobre los cuerpos que ese, y otros ríos en Colombia, han llevado en su cauce frutos de una violencia sembrada por décadas.
Como parte del taller literario Manuel Zapata Olivella y durante cerca de cuatro años, Flor Bárcenas Ferias, quien nació en 1997 en Montería y se graduó de la licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad de Córdoba, escribió Bramidos de agua dulce.
El poemario cuenta cómo su ciudad se ha relacionado con el río Sinú, pero también explora otros temas como la relación con su padre y el ser una persona diversa (Flor es una persona no binaria) en el Caribe colombiano.
“Cuando me propuse escribir el poemario”, dice Flor desde el Parque Lineal de Montería, construido alrededor del Sinú, “todo lo que quería era retratar estos rostros cotidianos que trabajan el río. Uno de mis propósitos fue estar pendiente de esa cotidianidad en la orilla del río, pero también esa atracción inexplicable que siento hacia él».
Habitar el río
“Brama el agua del río/en la burbuja ceñida a su orilla/en los cuerpos rotos/los árboles rotos/la carne fresca/la carne podrida/en la raíz de todas las aguas/La poesía se sostiene del agua/¿Quién reconoce un rostro en su fisura?/La poesía dialoga con el río/que es la raíz del hombre/y bebe”.
A pesar de esa ambición, Flor insiste en que habla desde su experiencia. Sin embargo, se aventura a contar cómo Montería se construyó como una ciudad que le daba la espalda al río que fue su origen. “Lo que yo siento es que, de alguna manera, los monterianos, también por la manera como se construyó la ciudad expandiéndose hacia el sur, tuvieron una relación de lejanía, de espalda al río. Y lo que yo trato de reivindicar es que es necesario volver a mirar al Sinú”.
Pero narrar el río desde la poesía también es una experiencia personal, de la forma en la que Flor , como persona no binaria, ha habitado la ciudad. “Con mi grupo de amigues venimos a parchar aquí”, señala refiriéndose al parque lineal de la Avenida Primera, “a habitar este lugar. Venimos a ver el atardecer al río”.
Una experiencia personal que también es política como persona diversa: “Los ríos de Colombia, en especial este río en el sur de Córdoba, son nuestra primera fosa común, donde son arrojados todos los cuerpos asesinados y eliminados. También desde una mirada histórica, para los cuerpos diversos estaba prohibido”.
A pesar de eso, el río se convirtió en un lugar seguro para Flor y sus personas cercanas: “Siempre llegábamos al río a conversar de nuestras experiencias, de lo que somos. Porque Montería y Córdoba es un paisaje súper violento con la diversidad. Yo soy una marica visible aquí en mi ciudad y eso, cotidianamente, trae miradas opresoras, discriminación en muchos ámbitos, una violencia epistémica. Fue el río el lugar seguro que encontramos”.
"Yo, metáfora del agua"
“Pescar del agua del sueño una puerta abierta/que te lleve al patio de tu infancia/para decirle a tu padre que no sacrifique animales frente a ti/que no haga pactos con tu dolor/para honrar su apellido/ni que use el patio para festines con tiros al aire/mientras tu fragilidad es descubierta sola/delante de tu garganta/solo escuchada por el río”.
“Cuando escribía este libro”, recuerda Flor al hablar de Bramidos de agua dulce, publicado en 2020 por la Editorial Escarabajo, “soñaba con el río. Soñaba que habría una gran inundación y borraría a la ciudad. Soñaba con mi papá y con el río. Yo creo que el agua está en mi psiquis de una manera poderosa y, aunque no me propusiera escribir del agua, de la lluvia y del río, esta terminaba filtrándose”.
Se filtró, por ejemplo, en el poema Muerte al hijo, en el que Flor habla de la relación con un padre ausente, un tema recurrente en el poemario:
“Sueño que ardo en la boca de dos perros enviados por mi padre
todos los perros han sido enviados al mundo por mi carne
reconozco en sus miradas el deseo de arrojarse a mí.
Sueño que mi padre me persigue
porque mi vida le pertenece.
Despierto y mi hermana dice con insistencia
que vivo en la boca de mi padre
que pregunta por mis quehaceres
que le interesa mi rutina.
Yo me pregunto entonces:
¿En qué parte del poema empiezo a separar mi sueño de su boca?
¿En qué vida mi padre me disparó en la boca para ocultarse de mí?”.
Al reflexionar ahora sobre ese y otros poemas, en los que su padre es la presencia que quizá no fue en su vida, dice que sirvieron para sanar heridas que estaban a la espera de cicatrizar. Una sanación que surge desde su capacidad de poner su conciencia creativa en “el agua y su fluir, pero también en el agua turbia de lo que me atormenta o no. Es una manera de relacionarlo con mi experiencia, al ser yo metáfora del agua del río”.
Para Flor , además, la poesía es un vehículo en el que se puede contar la historia de Colombia desde los silencios, desde los “espacios vacíos que no se cuentan en escenarios ‘más formales’”. Es una forma de poner en tensión a la razón, la emocionalidad y la experiencia del sujeto que escribe.
En la actualidad, Flor sigue utilizando la poesía como ese vehículo, mientras dicta talleres de escritura creativa. También sumó parte de su trabajo para la antología Como la flor: voces de la poesía cuir colombiana contemporánea, publicada por la Editorial Planeta en 2021. Y, mientras tanto, sigue siendo “un sujeto con una conciencia creativa que entiende que el agua puede ser un poema