Galería: ocho artesanos que hilan la tradición de Cundinamarca en sus talleres

Cestas, ruanas, bolsos, esculturas… las historias detrás de ocho artesanos, y sus oficios, congregados en Expocundinamarca.

Tejidos en Chía

Artesanías de Cundinamarca
Las mujeres de este grupo de tejedoras emplean técnicas de croché, macramé y dos agujas. / FOTO: Daniel Álvarez

Pilar Reyes Garzón —65 años— lidera, desde 2015 a un grupo de 18 mujeres pertenecientes al Resguardo Indígena de la comunidad Muisca en Chía. Juntas crearon Artesanías Muysca como una manera de promover la tradición de los productos tejidos en fique, hilo y lana.

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El grupo de artesanas está conformado principalmente por mujeres de la tercera edad. La mayor tiene 76 años. / FOTO: Daniel Álvarez

Cuenta Pilar que comenzó a aprender las técnicas «desde los tres años con agujas de palitos que mi papá nos hacía», la iniciativa es una forma de generar trabajo y recursos para las mujeres mayores de la comunidad. Hacen bolsos, individuales, alpargatas tapetes y sombreros por precios de entre $40.000 y $120.000

Talla de sal en Zipaquirá

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Ronni Martínez aprendió a trabajar la talla en sal en 2013 tras tomar un taller en el centro cultural de Zipaquirá. / FOTO: Daniel Álvarez

De acuerdo con Ronni Martínez, la talla en halita, sal gema o sal vigua (virgen), como la llamaban muiscas es un oficio que sólo se ve en Zipaquirá, donde este mineral es producto insignia; y en Polonia. Tiene que ver tanto con la disponibilidad del material, como con la dificultad para trabajarlo.

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A través de Artensal, su emprendimiento, Ronni vende piezas que pueden tardar entre cinco días y dos semanas en hacerse. / FOTO: Daniel Álvarez

Según le contó a Colombia Visible, su materia prima es 85 % sal. El resto es arcilla, pirita y magnesio. «No es una roca compacta, sino que es bastante suave que se rompe fácilmente». De ahí que trabaje con martillos de madera o de goma y punteros con los que talla figuras religiosas, humanas, algunos animales y objetos como bowls, morteros, lámparas y souvenirs.

Cestería en Tocaima

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La caña de Castilla es una planta típica de Tocaima. Los habitantes del municipio van a orillas del río Bogotá a recogerla para elaborar artesanías. / FOTO: Daniel Álvarez

Para Luz Marina Ramos, la cestería en caña de Castilla y palmiche es un oficio tan natural como la vida misma. Tal como su mamá antes de ella, lo ha hecho desde su infancia y seguirá haciéndolo hasta su vejez. Es, dice, tanto una forma de subsistir como de preservar sus raíces.

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El proceso de las cestas pasa por la limpieza de la corteza de la caña a filo de machete. Luego se raja para sacar las fibras naturales y separar las varillas de la colilla. Las primeras se usan para la estructura, las segundas para el tejido. / FOTO: Daniel Álvarez

Esa preservación, cuenta la artesana, ha venido tomando un aire más formal en los últimos tres de meses, luego de 15 tocaimunos, entre adultos mayores, cuidadores y jóvenes se juntaran para crear la Cooperativa Multiactiva Brisas del Rio, que busca llevar a mas personas productos como canastas, vasijas, bolsos y ornamentos por precios de entre $30.000 y $50.000.

Talla de Carbón en Lenguazaque

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Fabián puede tardarse entre dos horas y una semana en tallar una pieza, dependiendo de su tamaño. Ha vendido esculturas por hasta $3.000.000. / FOTO: Daniel Álvarez

Por obra de su geografía, Lenguazaque se ha destacado históricamente como un municipio minero de Cundinamarca. Sin embargo, el pueblo viene buscando otros usos para el carbón desde hace unas dos décadas. Fue de esa manera que Fabián Guevara terminó en los cursos de escultura cuando tenía 13 años.

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Fabián puede tardarse entre dos horas y una semana en tallar una pieza, dependiendo de su tamaño. Ha vendido esculturas por hasta $3.000.000. / FOTO: Daniel Álvarez

Aunque ese programa solo duró dos años, Fabián siguió puliendo la habilidad durante sus años de colegio e intermitentemente durante la adultez, hasta hace seis años que lo convirtió en su oficio, llegando incluso a dar clases. «Pienso que ya es identidad del pueblo, otra cara de la minería alejada de la contaminación«, dice.

Bancas y cestas en Mosquera

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Las fibras usadas para las cestas y butacas de Primavera taller son de origen reciclado. Cada producto requiere entre una y cuatro horas de tejido. / FOTO: Daniel Álvarez

Primavera Taller surgió hace cinco años de la mente de Liz Andrea Niño, una educadora que, dada su crianza —sus abuelos maternos eran de Guacamayas, Boyacá, donde la cestería es muy fuerte—, siempre quiso ser artesana. No obstante, quería que sus productos se diferenciaran de lo tradicional, por lo que optó por fibras en PVC y Suncho.

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Las artesanías de Liz Andrea se pueden encontrar en la tienda Kuna Mya, que da sus vitrinas a productos de emprendedores del departamento. / FOTO: Daniel Álvarez

Con estos, y gracias a un curso que tomó en línea, comenzó a hacer butacos pequeños, de esos que se encuentran tradicionalmente en las casas, pero con diseños mucho más coloridos y, claro, amigables con el ambiente. Esa misma técnica de entrelazado la tradujo luego a otros elementos como paneras y canastas.

Esculturas en Pacho

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Eduar y Stiven pueden demorarse hasta mediodía trabajando en una sola águila de chatarra. / FOTO: Daniel Álvarez

«En la ornamentación hay mucho recorte y desperdicio de material mecánico que en un momento llegó a hacerme estorbo. Por eso busqué que hacer con eso», cuenta Eduar Silva, quien lleva 20 años dedicado al primer oficio y cinco a la escultura con su emprendimiento Arte y Recicla. El gusto por las artesanías, dice, es de toda la vida.

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Si bien la mayoría de la materia prima sale de talleres y ornamentadores, toda la familia recoge las piezas útiles que se encuentran mientras van por la calle. / FOTO: Daniel Álvarez

Mientras él y su hijo Steven sueldan y pulen las piezas, en su mayoría búhos y águilas hechos con tanques de moto; y mesas de jardín moldeadas con todo tipo de piezas metálicas; Su esposa Nidia y su hija Mónica se encargan de la pintura y los acabados. «Con esto aportamos un granito de arena al medio ambiente, recogiendo chatarra, hierro y bujías, para darles un nuevo uso».

Ruanas en Carmen de Carupa

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La clave para una buena ruana, dice Inés, radica en que los hilanderos separen correctamente la lana de mejor calidad. / FOTO: Daniel Álvarez

Lideradas por Inés Arévalo, 30 tejedoras de este municipio se unieron para crear la Vitrina Artesanal de Carmen de Carupa, un espacio en el que muestran las ruanas, sacos, gabanes, guantes y bufandas que tejen como parte de su quehacer diario.

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Antes de la Vitrina Artesanal, las artesanas de Carmen de Carupa estaban organizadas en una asociación llamada Asomarca. / FOTO: Daniel Álvarez

«Mi madre me enseñó a hilar y me ponía a tejer. Mi tía me enseñaba puntadas. Nos enseñábamos con mis amigas y así fue surgiendo mi pasión», relata Inés, que lleva 40 años dedicada a esto. Hoy, diferencia sus ruanas con diseños propios que hace gracias a lanas teñidas con tintes naturales, sacados de productos como cebolla, remolacha, zanahoria, sauco o ruda.

Materas en Beltrán

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Para sus materas, Lorenzo recibe material de todo aquel que quiera llevárselo. Incluso el alcalde de Beltrán le ayuda a conseguir llantas. / FOTO: Daniel Álvarez

Lorenzo Camargo tiene 60 años y ha dedicado su vida a múltiples oficios, sin embargo, desde hace un año pasó a convertirse en artesano. Usa sus manos para moldear llantas recicladas en la forma de animales, marcos y recipientes que, al juntarse, se convierten en materas.

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Una matera pequeña puede requerir hasta cinco horas de trabajo y costar $10.000. Las grandes toman todo el día y llegan a valer $80.000. / FOTO: Daniel Álvarez

«Es un material que comencé a trabajar por reciclar, eliminar la contaminación y el medio ambiente. También reciclo botellas, plásticos, tapas«, cuenta, asegurando que es capaz de hacer desde búhos hasta caballo con esta técnica que aprendió en línea.

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