A través de huertas comunitarias, la Asociación de Mujeres Quibeñas Emprendedoras busca generar apropiación del territorio, sostenibilidad y salud en zona rural de Ciudad Bolívar.
Mary Luz Quiroga dice que la mayor riqueza que tienen en su territorio es el campo: la tierra y la posibilidad de cultivarla. Es lo que diferencia su comunidad y quienes la habitan de otras en su localidad: “Nosotras cultivamos los alimentos y los productos que se consumen en la ciudad, tenemos los animales. Somos mujeres campesinas” dice.
Y sí, cultivar la tierra no es lo primero que piensan las personas al escuchar las palabras ‘Ciudad Bolívar’, menos sabiendo que es una de las 22 localidades de Bogotá, la capital, la ciudad más grande y más densamente poblada del país, así como la quinta de América Latina.
Lo cierto, sin embargo, es que incluso en esta ciudad, que muchas veces es sinónimo de concreto, grandes edificios, interminables trancones, afán y contaminación, todavía se respira aire puro y se disfruta de la tranquilidad que destila la ruralidad.
Y es que, si bien la Bogotá urbana parecería interminable, lo cierto es que la Bogotá rural es mucho más grande, no en términos poblacionales, claro, pero sí en extensión territorial.
Son nueve las localidades de la ciudad donde resiste y persiste la vida rural, y Ciudad Bolívar es una de ellas.
Fue allá, y más específicamente en la vereda Quiba Bajo, que Mary Luz junto con Milena Cangrejo, fundaron la Asociación de Mujeres Quibeñas Emprendedoras, que hoy reúne a 14 mujeres de la vereda en un proyecto que busca generar soberanía alimentaria, alternativas económicas para sus integrantes y empoderamiento femenino en el territorio.
Huertas orgánicas para la soberanía económica y alimentaria
Con la pandemia, a Quiba llegaron, así como a el mundo en general, el desempleo, el encierro y la necesidad. Muchas de las mujeres de la vereda se quedaron sin trabajo, sin ingreso y sin qué hacer. Incluso, y también a causa de las restricciones en las tiendas y en la movilidad en general, comenzaron a escasear los alimentos en los hogares.
“En pandemia no podíamos obtener muchos alimentos, casi no nos dejaban entrar a los almacenes, esa era la necesidad”, cuenta Mary Luz.
Fue así que ella y Milena reunieron a 14 mujeres de la vereda y propusieron la idea de crear una serie de huertas comunitarias para producir sus propios alimentos y generar algún ingreso a partir de su venta.
Juntas consiguieron los terrenos donde hoy tienen tres huertas que bautizaron así: ‘Los Martínez’, en honor al hombre que les prestó el terreno; ‘Las Gemelas’, aludiendo a las hijas gemelas que tiene una de las mujeres de la asociación que puso ese terreno y ‘La 116’, en referencia a la dirección del tercer predio, también aportado por otra de las mujeres.
Ya con los terrenos, comenzó el cultivo. Todas pusieron para las semillas y todas se rotaron en turnos para arreglar la tierra, sembrar, abonar, regar y sacar. Comenzaron sembrando lechuga y con esa primera cosecha pudieron dar algunos ingresos a todas las mujeres de la asociación.
Ahora, además de lechuga, que sigue siendo uno de sus fuertes, siembran acelgas, espinaca, cebolla, cilantro, aromáticas, habas, papa criolla, zanahoria, y hace poco comenzaron con uchuva y mora, que venden sobre todo a los funcionarios de Cable Móvil, la empresa que opera el Transmicable de Ciudad Bolívar, así como a los docentes de las escuelas y la comunidad en general.
Además de ello, producen sus propios fertilizantes y abonos, totalmente libres de químicos, por lo que sus productos son completamente orgánicos: “Llevan melaza, cenizas, cascaras de huevo, sauco, cal y estiércol del ganado”. Eso, por su parte, lo aprendieron de las varias capacitaciones e intercambios de experiencias que han logrado gestionar ellas mismas con diversas instituciones.
Así, por ejemplo, el abono y los fertilizantes se los enseñó a hacer un técnico que consiguieron a través de la Secretaría de Ambiente; han recibido diversas capacitaciones de empresarios privados que han logrado contactar a través de la alcaldía local para aprender sobre cómo formular proyectos, informes contables, bases y registros de datos de sus cosechas. Incluso hicieron un curso de mercadeo y finanzas con la Universidad del Bosque.
“Nos estamos capacitando, estamos adquiriendo conocimientos nuevos que ayudan a nivel personal y en la organización, y eso es muy bueno” dice Milena.
Verduras contra el machismo y la chatarra
Con todo eso han logrado ser lo suficientemente sostenibles para garantizar un ingreso a las mujeres, así como para tener un pequeño fondo para financiar, en la medida de lo posible, pequeñas cosas que necesite la organización.
Además, cuenta Mary Luz, con la Secretaría de la Mujer han realizado también talleres acerca del autocuidado y la autoconfianza, fundamentales en un contexto rural donde todavía está profundamente arraigado el machismo.
“Hay muchas mujeres que no las dejan salir de la casa, otras que están ocupadas con el hogar, pero las huertas y la organización han sido herramientas para acabar con eso” comenta Mary Luz.
Por otra parte, detrás de su interés por sembrar hortalizas y otras verduras de manera orgánica, está también la intención de promover una alimentación más sana entre los habitantes de la vereda pues, cuenta Milena, en el campo el plato suele estar lleno es de arroz, papa, plátano y poca verdura.
“Estamos enviando un mensaje de que las hortalizas y las verduras, aparte de ser orgánicas, son nutritivas y buenas para la salud y nuestro organismo. Debemos darle una porción de verdura diaria a nuestros niños para su buen desarrollo. Ya no más golosina, papa, gaseosa: hay que consumir alimentos saludables para nuestro cuerpo” comenta Milena.
Las huertas, entonces, se han convertido en espacios multifacéticos: alternativa económica, proyecto asociativo, espacio para el empoderamiento de las mujeres y campaña para una alimentación más sana.
Todo eso ha sido posible porque la vereda es, todavía, rural. Y esa es otra lucha que están dando las mujeres, también a través de sus huertas.
La vida campesina en Bogotá, una larga tradición por la que luchar
Tanto Mary Luz como Milena nacieron y crecieron en Quiba bajo marcadas tradiciones campesinas. Mary Luz recuerda llegar del colegio a la finca de su padre a ayudar a recoger el ‘riche’, que son las papas que menos crecen una vez la cosecha está lista: “está la gruesa, la pareja y el riche” explica Mary Luz.
Después se iba a hacer tareas o a ayudarle a su madre a cocinar para el resto de los obreros, de los cuales muchas veces sus hermanos y hermanas mayores también hicieron parte. “A ellos les tocaba más duro”, dice Mary Luz, quien por ser la menor de los seis, quedaba exenta de vez en cuando del jornal.
Milena, por su parte, cuenta que si bien nació y se crio en la vereda, poco tuvo que ver con el campo en su niñez. Cuando nació, su madre trabajaba en casa de familia, ella era hija única y se dedicó más que nada al colegio.
Aun así, recuerda que sus abuelos le contaban que cuando ellos habían llegado a la vereda de la mano de sus padres, “todavía estaban aquí los indios que trabajaban y trigaban la cebada, lavaban en el río y esto era puro caserío. Ellos inauguraron la luz y tiempo después vino el acueducto veredal” donde ella hoy trabaja como secretaria.
“Quiba es un lugar muy hermoso porque es campo, y hay que conservarlo de esa manera. Sin campo no hay campesino. No se puede comer papa o cebolla. ¿De dónde va a salir la leche? ¿De dónde van a salir los alimentos?” sentencia Milena.
Por ello, aunque algunas mujeres tenían la posibilidad de vender el terreno donde hoy están algunas de las huertas de la organización, prefirieron ponerlo al uso de esta que, sin embargo, no solo beneficia a las mujeres que la conforman, sino a hogares y familias enteras.
Al final, agrega Milena, lo que quieren es preservar su territorio, evitar que desaparezca el campo y “dejar a los hijos un legado de amor hacia el territorio”.
“Una cosa comunitaria, para todos”
Con el proyecto cada vez más consolidado y estable, generando, aunque pequeños todavía, algunos recursos para sus integrantes, las mujeres piensan en seguir creciendo y expandiéndose.
Por un lado, quieren que cada una de las mujeres quibeñas emprendedoras tengan su propia huerta familiar en su casa, para garantizar al menos una parte de su soberanía alimentaria, así como tener un centro de acopio y almacenamiento de sus productos para poder robustecer su producción y sus ventas y así llegar a plazas de mercado y tiendas de cadena.
Para ello, sin embargo, es indispensable que puedan continuar recibiendo apoyos de la institucionalidad y de la empresa privada, por lo que buscan también registrarse ante la Cámara de Comercio de Bogotá con el objetivo de acceder a más proyectos y convocatorias.
Pero, además de eso, con su proceso y su trabajo esperan seguir promoviendo en Quiba Bajo y en Ciudad Bolívar uno de sus principios más fundamentales como organización y como mujeres campesinas: la asociatividad y el trabajo conjunto.
“Nosotras sacamos una lechuga y no me la como solo yo, sino mi mamá, mi abuelita y mis dos hijas; la otra es de ella, el suegro, los hijos y el esposo y así todas las mujeres. Estamos fortaleciendo y beneficiando a familias y a la comunidad, por eso decidimos hacer una cosa comunitaria, para todos”.
En este momento, la asociación está buscando recursos para cercar sus huertas y así prevenir que entren animales a comerse lo que cultivan. De la misma manera, necesitan asadores, palas, una guadaña, chaquetas, cachuchas y varios otros elementos para facilitar y agilizar el trabajo de las mujeres.
Si usted quiere donar o contribuir con algo, puede ponerse en contacto con Mary Luz al 318 8899083 o con Milena al 300 5300705.