El geólogo colombiano Javier Luque, quien actualmente es investigador postdoctoral en la Universidad de Harvard, está a cargo del estudio de un cangrejo fosilizado en ámbar que vivió hace 100 millones de años.
Como un encuentro fortuito, un accidente más que una búsqueda consciente. De esa manera describe el doctor Javier Luque su trabajo como geólogo egresado de la Universidad Nacional (Bogotá) y de otros estudios, incluyendo un doctorado en la Universidad de Alberta (Canadá). Y así también explica un descubrimiento que califica como una forma de mirar hacia el pasado.
Se trata de un cangrejo que, hace unos 100 millones de años, quedó fosilizado en resina de árboles. Esta, con el tiempo, se convirtió en ámbar. Pero con tres particularidades que lo convierten en un hallazgo único.
Primero, que el animal está completamente conservado, algo poco común en los fósiles, pues muchas veces se encuentran solo partes de los animales en el ámbar. Segundo, se trata de un animal de ecosistema marítimo, encontrado en una zona que alguna vez fue boscosa. Además, se trata del cangrejo con aspecto “moderno” más antiguo que se conoce.
“El ámbar es una de las formas más excepcionales y espectaculares de fosilizar”, dice el científico con un tono de emoción en su voz. “Una vez un animalito queda atrapado en esta resina de árbol y queda enterrado en el suelo, después de millones y millones de años esa resina se solidifica, se consolida y se vuelve ámbar. Y es gracias a depósitos en el mundo que son ricos en ámbar, que podemos tener un vistazo al pasado, que de otra forma no tendríamos”.
Un cangrejo atrapado en el tiempo
«¿Cómo llega un cangrejo, que es un tipo acuático principalmente, al ámbar?”, se pregunta Luque como la gran duda que generó el descubrimiento. Y aunque aún no la responde, la resume al asegurar que “es como encontrar una aguja en un pajar del tamaño de un continente”.
Antes del descubrimiento de esta especie de cangrejo, se tenía registro de fósiles (incompletos) de cangrejos que mostraban que ellos habrían llegado a la tierra y al agua dulce hace entre 70 y 75 millones de años.
Que este cangrejo, de apenas 5 milímetros, en ámbar date de hace unos 100 millones de años aproximadamente, señala Luque (que actualmente es investigador postdoctoral en el Departamento de Biología Organísmica y Evolutiva de la Universidad de Harvard), da luces sobre un espacio de tiempo del que no se tenía certezas.
Para poner en perspectiva lo anterior, Luque señala que hasta el momento el registro fósil de cangrejos de agua dulce más viejo databa de entre 50 y 70 millones de años. Y que hay estimaciones que señalan una divergencia molecular del momento de la separación de los cangrejos no marinos y de los marinos de entre 125 y 130 millones de años. Es decir, había un espacio de alrededor de 60 millones de años en los que no se tenía certeza de qué había ocurrido.
“El registro en ámbar nos llena ese hiato de una forma espectacular. Primero, porque tiene una edad mucha más antigua y cercana a la edad de separación molecular, pero también porque está completo. Es un cangrejo anfibio, semiterrestre, que quedó literalmente atrapado en el tiempo. Ya no tenemos que armar historias fantásticas con pedacitos, sino que tenemos todo el organismo”, explica el investigador.
Y decir que se trata de todo el organismo no es una exageración. El investigador colombiano señala que es a tal nivel de la conservación, que es posible ver “los bigotitos de la boca”. Esto permite compararlo con fidelidad con parientes tanto extintos como vivientes. Y, a la larga, ayuda a entender el árbol de la vida de los crustáceos.
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Las preguntas de Javier Luque
El hallazgo de ese crustáceo fue en Burma, el actual Myanmar, que, señala Luque, “tiene uno de los depósitos de ámbar más espectaculares del mundo” y es un material sumamente apetecido para hacer joyas. Sin embargo, antes de que esta pieza de ámbar resultara en un collar o en unos aretes, llegaron a manos de investigadores chinos.
Dichos investigadores contactaron a un docente de la Universidad de Alberta quien, a su vez, acudió a Luque con una clara intención: responder qué importancia podría tener ese crustáceo. Y no fue menor.
“Una de las cosas que hacemos en la Ciencia no es solamente estudiar un organismo porque sí, sino porque permite responder preguntas más amplias: ¿cuál es el papel del desarrollo de un organismo en la formación de nuevas formas de vida? ¿Cómo se relacionan los organismos a través del tiempo? ¿Cuál es el papel del trópico en la evolución de un grupo de organismos?”, explica.
Y los crustáceos en particular son útiles para responder muchas de esas dudas, gracias a que, entre otras cosas, “tienen un registro fósil espectacular, desde hace 500 millones de años hasta ahora, o sea, la mayoría del tiempo geológico con registro de vida macroscópica”.
Una certeza a la que llegó Luque cuando estaba en su último año de Geología en la Universidad Nacional de Colombia, varios antes de la maestría en la Universidad de Montreal y del doctorado en la Universidad de Alberta, ambas en Canadá.
“Durante el último año de mi carrera como geólogo en Colombia duré un mes haciendo trabajo de campo en Boyacá. Un día, en este trabajo, me encontré un nivel de roca que estaba repleto de fósiles de crustáceos: camarones, langostas, langostinos, otros organismos y cangrejos, muchos cangrejos, eran miles y completos”, recuerda.
Ese descubrimiento lo llevó a querer a averiguar “quiénes eran. Y se volvió mi carrera”, una carrera que hoy le permite estar al frente de la investigación sobre el cangrejo en ámbar más antiguo del que se tiene registro en todo el mundo.