En 2015, Luis Echavarría creó La Chimenea como un taller para personas interesadas en las historietas. Hoy, es un colectivo que ya ha publicado tres antologías.
Es un edificio. En ese edificio hay 17 apartamentos. Y cada apartamento tiene su estilo, sus habitaciones según quienes viven en él, sus cuadros colgados en las paredes, sus ventanales hacia una ciudad que no aparece…
Su propia vida en un espacio de cuatro páginas. Porque no es una construcción física, sino una publicación de historietas.
Se trata de la tercera, y más reciente publicación de La Chimenea. Un colectivo que empezó como un taller para historietistas, creado en 2015 en Medellín por Luis Echavarría.
“Yo empecé La Chimenea como un producto académico para compartir lo que yo sabía sobre las historietas, sobre el lenguaje, sobre cómo funcionaba como medio. Para mí siempre fue una frustración que quería hacer historietas, pero no sabía cómo acercarme a ellas. Cuando logré estudiar por fuera dije ‘cuando vuelva a Colombia, quiero crear un espacio dónde compartir este conocimiento’”, recuerda.
No hubo, sin embargo, una buena acogida en un comienzo. Al primer taller que buscó dar solo fue una persona, por lo que vio la necesidad de replantear el proceso. En 2015, cuando lo intentó de nuevo, asistieron cinco personas. Y en la más reciente convocatoria para La Chimenea, a comienzos de este año, se sumaron 15 artistas.
Un oficio solitario en compañía
Los talleres los diseñó así: módulos por ciclos que duraban un mes cada uno, con una sesión a la semana. Al final, cada estudiante realizaría una autopublicación: «Una historieta de mínimo 12 páginas”, explica.
No obstante, en 2018, Luis sintió la necesidad de, una vez más, replantear el trabajo que realizaban. En 2020, entonces, convocó a varios de los que habían sido sus estudiantes para trabajar no como profesor y alumnos, sino de manera conjunta, “más bien como colegas”.
Con este estilo de trabajo, La Chimenea ha autopublicado tres antologías. Y ha permitido que quienes participan se salgan del trabajo individual. “El oficio del dibujante es muy solitario”, dice Luis, “y ahí tenemos algo en común para reunirnos a trabajar”.
La primera antología fue un ‘cadáver exquisito’, una técnica de creación colectiva en el que cada persona hace su aporte sin saber qué es lo que han contado los demás. La segunda consistió en que cada persona tenía 4 a 8 página para contar una historia sobre lo oculto, dejando a la interpretación propia el tema. Y la tercera fue el edificio.
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“Ese fue un trabajo colectivo mucho más juicioso. La publicación contiene una historia por cada participante y todo gira en torno a un edificio y sus apartamentos. La premisa era que las personas que vivían en esos apartamentos sufrirían un cambio dramático”, explica. Aunque cada persona trabajaba su historia, “hacíamos sesiones de crítica en la que se ponían en común esos trabajos. Fue un proceso muy bonito donde el colectivo estuvo puliendo el trabajo”.
Las historietas como un medio
Eliana Correal, una ilustradora graduada de artes plásticas de la Fundación Universitaria Bellas Artes (Medellín) y quien desde 2018 ha participado en La Chimenea, tiene una opinión similar sobre el valor de crear en colectivo:
“Cuando uno trabaja en solitario, ve las cosas desde una perspectiva propia. Uno ve su historia y dice ‘no, yo la entiendo’, pero llega a donde otras personas que hacen lo mismo, pero que tienen su propia narrativa, y le dicen ‘ve, no entiendo tal parte’».
Pero el valor de las historietas no es solo en el proceso de quienes las hacen, sino de quienes la consumen. En ese sentido, Eliana hace una reflexión desde su formación en artes plásticas, al asegurar que “si bien me parece muy bacano, no me gusta que ese método de hacer arte, hay que decirlo, es elitista. En cambio, la historieta es muy directa y no importa quién la lea, la entenderá”.
Eliana lo explica con una anécdota. Cuenta que cuando terminó Azul, uno de los trabajos que realizó cuando La Chimenea era aún un taller, “mi papá, que no lee mucho, al ver lo que yo le mostraba de estas historias ilustradas, me decía ‘ah, así sí me gusta leer’. Porque no importa quién coja Azul, lo podrá leer y tal vez no le guste, pero lo comprenderá”.
Luis lo explica desde el hecho de que la historieta es un medio. “Cuando uno habla de historietas es como decir cine, que contempla cualquier género posible. Lo limitante que hay es el acceso a las lecturas”, señala.
La accesibilidad a las historietas ha aumentado con el pasar de los años, según Luis, que asegura que “cuando estaba pequeño, yo no tenía con quién conversar o interactuar sobre las historietas. Pero ya está mucho más democratizada, en las librerías hay más material, las personas que tienen algún tipo de injerencia sobre cultura están más inquietas a qué son, quién las hace”.
Sobre La Chimenea dice, para concluir, que se ha convertido en una comunidad. Algo que, a su juicio: «Le hacía mucha falta al oficio en Colombia: generar un espacio en el que haya retribución y mejoría. La Chimenea es un ‘caldo de cultivo’ en la que todo el mundo está dispuesto a mejorar lo que se hace en historietas”.