Convirtiendo "la frustración en acción", Ana María Otero-Cleves, Catalina Muñoz Rojas y Constanza Castro Benavides, profesoras del Departamento de Historia y Geografía de la Universidad de los Andes, le apostaron a democratizar la academia.
Era 2016, el Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las Farc acababa de firmarse, y la sociedad colombiana se debatía sobre el cómo votar el 2 de octubre: si decirle que Sí a ese acuerdo, o decirle que No.
Fue en medio de ese contexto que Ana María Otero-Cleves, Constanza Castro Benavides y Catalina Muñoz Rojas, doctoras en Historia y docentes del Departamento de Historia y Geografía de la Universidad de los Andes se preguntaban sobre lo que le esperaba a Colombia después del 2 de octubre.
Las tres sabían que querían aportar de alguna forma, y decidieron comenzar creando contenido pedagógico sobre los Acuerdos de Paz.
Y, aunque todas las encuestas apuntaban a que ganaría el Sí, muchos se sorprendieron al escuchar el resultado contrario aquel domingo. “Recuerdo que nos mirábamos y nos decíamos ‘¿y ahora qué?’. Nos preguntamos por lo que habíamos hecho hasta el momento y aquello que habíamos dejado de hacer. Sentíamos que no podíamos dejar pasar el tiempo y decidimos hacer algo a partir de nuestra frustración”, señala Constanza Castro.
Pasaron los días, y el país vivía la presencia de campamentos y marchas en las calles, entre muchas otras manifestaciones a favor de la paz, organizadas por la ciudadanía.
Ana Otero-Cleves cuenta que “sentía que no tenía cómo responderles a mis estudiantes sobre lo que acababa de pasar: me sentí inútil. Sin embargo, también sentí mucha ilusión e inspiración por mis alumnos. Yo crecí en una generación que no tuvo la posibilidad de salir a manifestarse en el espacio público, y lo que vi esos días fue a una muy distinta, que sentía la urgencia del problema, un compromiso con el país y tenía la posibilidad que quizás nosotros no tuvimos”.
“Desde antes del resultado del plebiscito, pero sobre todo después, nos rondaba en la cabeza hablar de ‘lo que viene’ para el nombre de nuestro proyecto. Además, todas queríamos hacer de la Historia una disciplina útil que contribuyera a la paz en Colombia. Con eso en mente, decidimos comenzar Historias para lo que viene”, cuenta Catalina Muñoz Rojas.
Desde entonces, las tres han trabajado incansablemente en este proyecto, que hoy se divide en varias ramas: Desde entonces, las tres han trabajado incansablemente en este proyecto, que hoy se divide en varias ramas: Clase a la Calle, que lleva los saberes de académicos a las calles; Historia entre todos, que busca, a través de talleres con públicos amplios, incentivar el pensamiento histórico como pedagogía para la paz, e Historias al aire, que busca sacar la historia a medios de comunicación comunitarios para difundir el conocimiento histórico.
Una Historia de cara al país
Preocupadas por el ‘aislamiento’ de la academia del resto de la sociedad, lo primero que las tres historiadoras pusieron en marcha fue Clase a la Calle. Invitaron a estudiantes y profesores de distintas disciplinas y universidades a hacer parte del proyecto y comenzaron a organizar clases abiertas en las calles de la capital colombiana.
“No se trata de salir como académicas a enseñar lo que sabemos, porque la academia es solo uno de los muchos lugares donde se genera conocimiento. Por fuera de las universidades hay un mundo de saberes con los que tenemos que dialogar”, señala Ana Otero-Cleves.
Y lo que comenzó como una respuesta motivada por la frustración del plebiscito, ha trascendido a un proyecto constante en el tiempo, incluso durante la pandemia por el covid-19, cuando las clases que anteriormente tenían lugar en el espacio público, se trasladaron a escenarios virtuales.
Los talleres de Historia entre todos vivieron algo muy similar. En un principio, lo que se pensaba como una apuesta para hacer pedagogía para la paz ahora tiene una oferta temática muy amplia que busca que los participantes puedan entender problemas contemporáneos desde el pensamiento histórico.
“La historia es una construcción horizontal. Lo que hacemos en estos talleres es incentivar diálogos entre todos para analizar cómo pensamos el pasado, pero sobre todo, cómo nos entendemos como actores históricos en el presente. Cuando uno discute con los participantes, por ejemplo, acerca del rechazo de algunos Congresistas en los años cincuenta al acceso de las mujeres a la educación superior, la reacción siempre es crítica. De allí, pasamos al presente, y, por ejemplo, les invitamos a pensar si su reacción sería distinta hoy frente a los derechos de la comunidad LGBTI. La perspectiva comparativa y temporal permite a los participantes ver críticamente sus posiciones hoy y entonces, verse como actores históricos, en el presente”, señala Castro.
Y su más reciente apuesta por llegar a nuevos públicos, a través de los medios de comunicación es Historias al aire, en este momento liderado por la doctora Muñoz Rojas. Con este proyecto buscan crear material pedagógico que será difundido en emisoras comunitarias y en noviembre estrenarán un podcast sobre historias de resiliencia en Riosucio, Chocó.
¿Y la Historia para qué?
Aunque la idea más común sobre esta disciplina es que se trata de “un montón de datos muertos que nos tenemos que aprender de memoria”, como señala Muñoz Rojas, “de eso no se trata la Historia. Nosotras tenemos la posición de que el conocimiento histórico está vivo y es fundamental para pensarnos en el presente y construir futuros deseables”.
La doctora continúa señalando que “la Historia nos permite evitar el ‘presentismo’. Nuestros problemas más urgentes de hoy tienen raíces profundas, y si los queremos solucionar, tenemos que comprender de dónde vienen. Ahí es donde el pensamiento histórico se vuelve útil, pues nos ayuda a pensar en larga duración los retos que tenemos en el presente: desde las desigualdades sociales, étnicas o de género, hasta el cambio climático”, explica.
Además de ello, Otero-Cleves añade que otro de las grandes utilidades que tiene la historia es que nos permite salirnos de estereotipos. “Cuando miramos la Historia de Colombia, por ejemplo, nos damos cuenta que no siempre hemos sido violentos como usualmente creemos. En esencia, nos permite cuestionar el presente mirando hacia el pasado, analizar qué problemas tenían las sociedades de antaño y pensar cómo podemos solucionar nuestros problemas viendo hacia el futuro”, señala.
Por otro lado, Castro señala que “la importancia de la Historia no está en la erudición o en recopilar datos del pasado, está en hacer conexiones y entender los cambios en el tiempo. La Historia nos muestra que las ideas cambian y que las cosas que pensamos que son naturales, como la familia, los roles de género, las ideas de belleza, o el capitalismo son históricos y por lo tanto son cuestionables. Quien piensa históricamente cuestiona lo que se considera dado o inmutable, y eso permite que actúe políticamente, es decir, que actúe porque sabe que hay posibilidad de cambio”.
Ser mujer en la academia
Aunque el trabajo de estas tres mujeres ha dado frutos a lo largo de los años, desarrollar esta iniciativa ha implicado muchos retos. “Esta iniciativa ha implicado para nosotras cuestionarnos nuestro rol profesional, dentro y fuera de la academia. Romper lo que era, lo que se esperaba, lo que se estimulaba. Queremos que sea disruptivo y transformador. Eso implica también transformarnos a nosotras y abrir un espacio que no necesariamente existe en donde estamos.”, señala Muñoz Rojas.
En la academia, específicamente en las universidades, actualmente lo que más se valora es que un docente investigue y publique en revistas indexadas, ojalá internacionales. En ese sentido, para poder ascender laboralmente un investigador debe enfocar la mayor parte de su tiempo en escribir artículos y publicarlos.
“Las mujeres tienden a ascender más despacio que los hombres en escenarios académicos y una, entre varias razones, tiene que ver con que realizamos más tareas de servicio que ellos. El tipo de trabajo que hacemos en Historias para lo que viene no esta orientado a engrosar la hoja de vida para subir el sueldo cuanto antes; responde a un compromiso social y público que busca contribuir desde la academia a nuestro entorno. Tiene mucho de servicio y eso implica una carga muy desigual, porque no tiene el mismo reconocimiento y muchas veces es visto como un trabajo de tercera categoría”, continúa Muñoz Rojas.
Además de ello, la situación es generalizada. Según las investigadoras, está estadísticamente comprobado que es más difícil para las mujeres ascender en la academia. “Durante el estallido social del 2021, estudiantes y académicos de otros países, entre otros, nos invitaban a conversatorios porque querían saber qué ocurría. Y lo que vimos fue que quienes participaban en estos ejercicios de opinión, que, aunque son valiosísimos, implican una gran dedicación de tiempo, fuimos mayoritariamente mujeres”, señala Castro.
Por su parte, Muñoz Rojas señala que “las formas en que somos criados tienen incidencia en esto. Los hombres tienden a recibir una crianza que les permite centrarse más en ellos mismos mientras que a las mujeres nos crian dentro de roles de servicio y cuidado se los demás. Dentro de ese patriarcalismo se crea una diferencia entre pensar la carrera profesional de una manera más individualista, o pensarla como parte de un colectivo, desde la solidaridad y desde el aporte, sin decir que a las mujeres no nos importen los éxitos individuales”.
Y aunque el género ha jugado un papel importante en imponerles retos a las historiadoras, también ha sido fundamental en la construcción de lazos de solidaridad. Otero-Cleves cuenta que ella ve lo colaborativo como una fortaleza: “La ventaja de entender que tienes pares con los que tienes que competir, sino con las que tienes que crecer junto a ellas, es enorme. Eso ha sido algo lindísimo no solo del proyecto, sino de nuestra carrera como académicas”.