Con motivo del lanzamiento de su más reciente libro, ‘Boca de Maguaré’, desde Colombia Visible hablamos con Fernando acerca de sus expediciones a la Amazonía, sus estrechos contactos con las comunidades que la habitan y todo lo que podemos aprender de ellas.
Fernando Urbina ha recorrido como pocos la Amazonía colombiana, no solo por la cantidad de veces que ha estado ‘enmaniguado’, internado en el verde interminable de la selva, sino porque lo ha hecho con privilegiada compañía. Como guía de sus pasos ha tenido a viejos sabedores de comunidades como los cofanes, los muinanes y los uitotos. Abuelos maloqueros que en sus recorridos le han transmitido la sabiduría que habita en el lugar que por milenios han llamado hogar, un incomparable tesoro que han jurado proteger.
Esa tarea, sin embargo, se ha tornado cada vez más difícil. A pasos agigantados los jóvenes indígenas pierden interés en los relatos que los abuelos solían contar todas las noches, sin falta, a multitudinarias audiencias que sobre el suelo terroso de la maloca se postraban para escuchar.
Fernando lo recuerda con dolor sincero al narrar una noche de visita en una de las comunidades que tanto frecuentó y en la que vio, por primera vez, abuelos sentados solos, sin nadie que los escuchara: “yo soy de lagrima fácil, pero eso sí me revolvió el estómago como pocas cosas”, cuenta.
Consciente del problema, así como de la pérdida gigantesca que representa la muerte de una tradición o un relato, Fernando ha dedicado buena parte de su vida a escuchar e investigar acerca de los mitos amazónicos que componen las cosmogonías de quienes habitan el bosque. Lo hizo como profesor e investigador de la Universidad Nacional, donde dictó cátedra de filosofía desde 1963, mismo año en que egresó como filosofo, y por 41 años consecutivos.
Es especialista en prehistoria e historia de América, mitología griega y amerindia, filosofía de la historia y filosofía antropológica, además de ‘jalarle’, como dice él, a la poesía, otro de sus grandes amores. Ha escrito 95 artículos y ocho libros, el último de los cuales lo presentó el pasado viernes 28 de octubre en la librería Casa Tomada.
‘Boca de Maguaré’ se llama y es otro más que se suma a la lista de esfuerzos que Fernando ha realizado en esa complicada tarea de preservar la memoria de los pueblos amazónicos. Esta, sin embargo, es una apuesta particular y novedosa, pues se trata de un libro ilustrado que apunta a todo tipo de públicos.
Es un relato que le escuchó a José García, uno de los más grandes sabedores que tuvo el pueblo muinane. A grandes rasgos trata de Kïma Baijï, un viejo que se adentra en el bosque para llevar un encargo a su comunidad y durante la travesía se encuentra con Tizi, un poderoso espíritu que lo cura de una enfermedad y, a cambio de mambe y ambil, le revela el secreto para una buena cacería. Le advierte, sin embargo, que no puede matar más de lo necesario o podría incurrir en un grave desequilibrio natural que le traería desgracias.
Desde Colombia Visible charlamos con Fernando acerca de su libro, pero también del pensamiento indígena, la Amazonía y los mitos.
¿Cómo llega usted en un primer momento a la mitología amazónica?
Eso tiene una historia larga. Mi papá fue quien me enseñó a leer y a escribir, y tuvo la maravillosa idea de hacerlo con libros de mitología griega. A los niños deberían leerles buenos cuentos desde el primer momento en que se va a enseñar la lectoescritura, porque eso marca definitivamente.
Y que lo marque a uno el mito es marcarlo con lo que permitió que de ahí saliera todo, porque del mito sale la filosofía, el arte, la religión, un montón de vainas utilísimas que son las que nos constituyen como seres humanos. Por eso comenzar por ahí es muy bueno, te abre la imaginación y te pone en ruta de cosas muy interesantes.
En el bachillerato leí mucha mitología griega y luego también en la universidad estudiando filosofía, y al ver la necesidad de encontrar el origen de la filosofía griega, exploro los contactos de los griegos con las culturas orientales.
Todo eso me lleva a estudiar la arqueología y las tradiciones semánticas y filosóficas de oriente, que a su vez me lleva a la antropología filosófica, que se ocupa más del símbolo. De ahí entro también a la antropología cultural y en ese momento termino filosofía. Ese año, en el 63, entré de docente a la Universidad Nacional y queriendo estudiar antropología, pero sin tener donde porque no existía la carrera, le digo a un colega, Manuel Lucena, que si me deja entrar a una de sus clases, que tenía que ver con el tema.
Esa clase tenía como requisito hacer una salida de campo a una comunidad indígena, entonces fuimos a donde los cofanes en el río Guamuéz. Esa fue mi primera visita a una comunidad indígena y ahí comenzó el contacto mío con la Amazonía.
¿Qué es un mito?
El mito termina siendo una vía para averiguar cosas del ayer, obviamente haciendo la exégesis del mito, o sea tratando de encontrar el significado de esos símbolos, porque todo eso se vuelven procesos simbólicos que hay que interpretar.
Cada mito trata de responder a una cuestión o consignar algo que fue fundamental para la cultura dentro de la cual ese mito está, entonces si para una cultura el caballo fue importante, con toda seguridad hay un mito sobre el caballo. Mitos sobre la tierra, el cielo, el agua, las montañas, en fin. Hay siempre mitos para explicar las cosas o para explorar contactos culturales.
Y los mitos terminan encantándote porque son un mundo maravilloso lleno de sorpresas, lleno de asombro, es una delicia, y como son la infancia de la humanidad y la infancia mía, pues yo no quiero salir de ahí. Además, se complementa con mi otro quehacer que es la poesía, yo le jalo a eso, y van muy de la mano, porque los dos se centran de una manera muy especial en la imaginación y en la capacidad simbólica, o sea de hacerle decir a las cosas más de lo que dicen. Exploran a fondo el símbolo.
En la introducción de ‘Boca de Maguaré’ usted menciona que este relato lo tiene desde los 70. ¿Hay alguna razón en particular de publicarlo en este momento?
Ese relato lo he publicado varias veces, pero en versión antropológica, más estricta, en revistas académicas y demás.
Nunca lo había publicado en versión para niños, entonces ahora me pareció un momento oportuno para hacerlo: estamos en plena crisis climática, plena crisis de la Amazonía, deforestación, acaparamiento de tierras, ganadería, minería, la irresponsabilidad de la gente que quiere hacer las fincas más grandes. Los propios indígenas dueños de la tierra que comienzan a talar más de lo que necesitan, adecuándose a la mala norma nacional de «tumbe selva» para justificar que se toma posesión.
A mí me interesa mucho que la gente interiorice eso que hablo acá de la Ecosofía, que es la sabiduría acerca de la casa, del entorno, de la casa común. Es la recopilación del saber milenario de una comunidad, de una cultura o de la civilización acerca del manejo de un territorio, el manejo inteligente y racional del territorio.
Y es un término muy apropiado sobre todo para referirse a esa cantidad de conocimiento que tienen los indígenas de su entorno natural y que tiene una utilidad enorme para los científicos de mayor avanzada. Los científicos de verdad, un Schultes, por ejemplo, quedan con la boca abierta. ¡Es que los indígenas conocen una cantidad de variedades y subvariedades de plantas y sus usos que nosotros no tenemos ni idea!
¿Usted cree que el pensamiento indígena y el pensamiento occidental pueden conciliarse? ¿Puede haber una verdadera integración de ambos?
Sí, claro, se puede. Pero se puede siempre y cuando uno sea capaz de relativizar un poco lo propio, porque si no lo haces, no puedes abrirte a un diálogo. Un diálogo solo es fecundo cuando uno se abre a la posibilidad de que el otro le enseñe y viceversa. Es de allí que surge un conocimiento más sólido y mucho más interesante porque permite ver facetas que uno no ve, eso es de una utilidad enorme.
Algo anda mal entre nosotros una vez que hemos llevado al mundo al borde de la catástrofe definitiva. Eso requiere una reflexión, autorreflexión y autocrítica a fondo de los fundamentos de nuestra cultura y nuestros comportamientos.
Ahí tenemos un elemento de contraste que son los indígenas cuando no los intervenimos echándole a pique su cultura. Cuando están ellos centrados en su mundo, pues ellos tienen mucho que aportar.
Pero ¿cómo hacer para llevar esas contribuciones a escenarios de impacto real? Políticas públicas, planes concretos etc.
Ya el pueblo colombiano ha ido tomando conciencia de la importancia del mundo indígena teniéndolo en cuenta. Hoy está más esa aproximación, por ejemplo, con la noticia del ministro de educación, que son cosas supremamente favorables para que crezca esa posibilidad de dialogo con los indígenas.
Hay que incentivar ese dialogo y una de las maneras es a través de la educación primaria y secundaria, estas cosas deben incidir en los colegios, de ahí la importancia que yo vi en la publicación de este libro. Esto se puede convertir en una herramienta para los profesores que tengan imaginación.
Yo por ejemplo llegué a proponer en la Universidad Nacional que toda disciplina que se dictara debería tener un profesor o un grupo de profesores que se comprometiera a hacer el rastreo de qué elementos hay en las culturas indígenas que se puedan equiparar a los de sus disciplinas. Y eso se puede, yo lo hacía.
Además de filosofía, yo dicté muchas clases de humanidades, cursos que se dictaban en carreras distintas de las ciencias sociales. Entonces por ejemplo cuando le dictaba clase a los de agronomía, hablábamos de alimentos amazónicos; en farmacia igual, ahí dicté un curso que se llamaba mito y farmacopedia indígena, y tenía que dictar uno y dos porque un semestre no me alcanzaba.
Se puede hacer, pero hay que insistir: mirémonos en nuestros ancestros, volvamos a lo nuestro que hay elementos que son muy útiles. Hay que dejar la pereza y tener imaginación.
¿Hay algo en particular que lo sedujo de la mitología amazónica?
Lo que más me ha interesado y a lo que más le he seguido la pista son a los relatos y las mitologías relacionadas con la serpiente ancestral. Es un asunto absolutamente apasionante porque, si parafraseamos a Levi Strauss, él decía que había animales buenos para pensar; animales cuya figura o cuyo comportamiento desencadenan ideas o sirven para vehicular pensamientos y la serpiente es una maravilla en eso.
Ella es una línea y con una línea puedes construir el mundo, lo que quieras, todo son líneas en último término. Es también una línea hueca, porque es un organismo, entonces eso hace más interesantes las cosas. Fuera de eso la serpiente ondula, es una línea que puede ondular, por lo que puede simbolizar ríos, de ahí la relación río-serpiente presente en muchas mitologías.
Además, es espiral y como espiral sirve para pensar un montón de cosas. Por ejemplo, los griegos vieron en el cielo estrellado la vía láctea, un camino de leche, y se inventaron un relato en el que mientras Era amamantaba a Hércules, este chupó tan duro que se salió un reguero de leche y así de estrellas, que al final componen la vía láctea, una línea de estrellas.
Pero los amazónicos dijeron ‘eso que ustedes llaman vía láctea, es en realidad una serpiente en espiral’, porque vieron que en el sector de la galaxia que se ve desde la Amazonía, aparecía cierta curvatura que se enrosca, igual a una serpiente.
Le ganaron a todos los cosmólogos occidentales que hasta hace relativamente poco descubrieron que la vía láctea era una espiral.
Quería también preguntarle de su relación con José García, a quien usted llama ‘su segundo padre’.
Sí, lo fue. Él comenzó a transmitirme las cosas y me encargó divulgar eso a como dé lugar: «Cuéntalo a todo el que puedas», me dijo. Por eso el compromiso mío es divulgar lo que él me enseñó en esa relación que duró 16 años.
Con él hice mi ‘gran viaje’, ese viaje que todos tenemos en el que se rompen todas las categorías y que le abre a uno el mundo de una manera especial. En ese viaje, al río Caquetá, fuimos con su hijo José Octavio y fue una maravilla, nos pasaron cosas interesantísimas y fue en él que descubrimos unos grabados que grafican el mito de la serpiente ancestral que él me había contado.
De ese viaje escribí un artículo que se llama ‘Viajes y mitos’, porque al cabo de un tiempo, cuando el viejo contaba en el mambeadero ese viaje, lo iba volviendo un relato con un montón de aditamentos, explicaciones y sentidos que le iba encontrando a cada cosa que nos pasó en el viaje.
¿Qué estaba sucediendo? Estaba construyendo un mito. Es así que nacen los mitos. Los personajes se olvidan, José se olvida, Urbina sí que es cierto, pero eso se le aplica a un héroe cultural, a un personaje mítico tradicional y queda en cabeza de ellos. Uno queda eclipsado en el resplandor del arquetipo, pero su historia queda ahí y adquiere un sentido. Y uno, a su vez, adquiere también una sensación de que algo en su vida tuvo sentido.
Es que andar con un viejo como José, que era una enciclopedia abierta, por la selva en ese plan de hablar de todo lo que se presentaba, eso era una maravilla.
¿Qué otras cosas cree que podamos aprender de José y del pensamiento indígena en general?
Ellos tienen muy presente el tema del buen vivir, que es lo mismo de nuestra Francia Márquez, ‘vivir sabroso’. Es vivir en armonía, fundamentalmente con el entorno y los entes sociales que lo habitan, tratando de solucionar los conflictos que surgen siempre, pero de manera dialogada.
Eso es lo que más enseña el mundo indígena: una armonía, empezando por el entorno. Y que lo digan estos pueblos, que son cazadores, pescadores, que talan selva para sembrar, pero que lo hacen con equilibrio y que le permiten a la naturaleza recuperarse, esa es una de las enseñanzas más fundamentales.
Pero hay otro montón de cosas que se derivan de esa aproximación al mundo indígena y para aprovecharlas de manera cabal tenemos que coger eso y no dejarlo como un dato fósil, como una pieza de museo. Hay que tomarlo y recrearlo, cumplir lo que el mito siempre hace y es que nunca se presenta en versión definitiva, sino que es una versión que debe dar origen a otras. Esa es la forma en la que el mito procede, es todo lo contrario al dogma, que es un mito que se vuelve fósil y dice: esto es así y no puede haber otra cosa. Pajarilla.
Al otro día de que se establece un dogma, comienzan a aparecer las variantes, que se llaman herejías, porque el mito no se aguanta camisas de fuerza, porque en el fondo fondo, el mito es imaginación y esa sí que no aguanta limites o camisas de fuerza.