A través de 'Taller para Pescadores', La Piragua, un colectivo dedicado a la preservación de la la tradición oral en el Caribe, busca motivar a los niños cesarenses a buscar historias que los conecten con su territorio.
La historia, dice Sara Hernández, licenciada en ciencias sociales con estudios en antropología y líder de talleres de La Piragua, ha sido contada siempre por solo una de las partes involucradas: “Normalmente por las personas que tuvieron el privilegio de estudiar y formarse”.
Sin embargo, detrás de esa historia ‘oficial’ o ‘letrada’ hay muchas más que hablan desde la diversidad de las gentes que las vivieron y que fueron, también, sus protagonistas. Por eso, para ella, así como para todo el equipo de La Piragua, es fundamental rescatar esas historias alternas, ocultas y que han permanecido resguardadas entre voces que resuenan en mecedoras, canoas y cocinas.
“Necesitamos que nuestras historias sean contadas por sus mismos protagonistas”, asegura, y hace especial énfasis en un contexto como el colombiano, atravesado por un conflicto armado que ha permeado hasta el último rincón de la cotidianidad en muchas regiones y que, en ese sentido, ha dejado muchas historias sin escribir.
Con esa intención nació La Piragua, así como su Taller para Pescadores, un proyecto que busca “incentivar la recuperación y la activación de las historias orales y los saberes tradicionales del Caribe. Se trata, precisamente, de darle valor a aquellas historias que escapan muchas veces de los medios oficiales y los libros, que han sobrevivido gracias a la tradición oral y a la presencia de líderes, cantadoras, matronas y sabedoras en nuestras comunidades” comenta Sorany Marín, su directora.
El Taller trabajó con 165 docentes y 275 estudiantes de 5 a 9 grado de 11 instituciones educativas del Cesar en seis municipios: Valledupar, Pueblo Bello, Aguachica, La Paz, Curumaní y Gamarra, y cinco corregimientos: Badillo, Aguas Blancas, Cuatro Vientos, Saloa y Rincón Hondo.
Con ellos realizaron múltiples talleres de alfabetización digital, encuentros intergeneracionales y de fortalecimiento de capacidades comunicativas, investigativas y tecnológicas, siempre con el objetivo de brindar capacidades para ‘pescar’ las historias de sus territorios y de esa manera recuperar la memoria del departamento y desde allí contribuir al fortalecimiento del tejido social en el territorio.
Decidieron trabajar con esa población en específico, cuenta Sara, porque “nadie nunca escucha a la juventud. Desde nuestro adultocentrismo creemos que son cantaros vacíos sin nada que decir, pero hay que escucharlos”.
Historias para restaurar el tejido social
No solo hubo, entonces, un interés por recuperar la memoria y la tradición oral del Cesar, sino también por encontrar historias capaces de generar arraigo y apropiación de la juventud hacia su territorio y su tradición y, a partir de allí, fortalecer vínculos comunitarios profundamente afectados durante el conflicto que vivieron con intensidad todos los lugares donde se realizaron los talleres.
En ese sentido, ahora que se terminó el proyecto, Sara dice con seguridad que ambos objetivos se cumplieron. Evidencia de ello son, entre otras cosas, las historias que los niños recopilaron.
Hubo, por un lado, gran fascinación de los participantes por los mitos y leyendas tradicionales: la Llorona, la Pata Sola y el Silborcito, entre otras; historias que siempre están presentes en espacios populares en el Caribe.
Sin embargo, más allá de esas, que no son difíciles de encontrar pero que de todas formas dan cuenta de cómo los niños entienden su territorio, surgieron también historias de oficios, músicas y artefactos tradicionales, entre otras cosas.
Así, por ejemplo, en Pueblo Bello, un municipio ubicado en la Sierra Nevada de Santa Marta, una niña arhuaca contó la historia del huso, un objeto que se usa para hilar fibras vegetales y animales, que luego se emplean para el tejido.
En su narración, la niña contaba y rescataba la tradición que había en esa herramienta, que ella había heredado de su madre y ella, a su vez, de la suya.
De la misma manera, en Badillo surgió la historia del perrero, una especie de ‘juete’ que al azotarlo suena como un tiro y que usaban los campesinos en los campos de arroz para espantar a los pájaros; en La Paz contaron la historia de cómo se hacen las tradicionales almojábanas y en Gamarra hablaron de la tradición musical del chandé.
Hubo también historias inspiradas en problemáticas de las comunidades como la escasez de agua en Aguachica y la condena que le impone la Ruta del Sol a Cuatro Vientos, un pueblo sobre la vieja carretera que vive del comercio que va y viene en buses, camiones y carros que pasan, pero que han dejado de hacerlo por el trazado de la nueva vía, que no pasa por el pueblo.
Y, claro, hubo también algunas marcadas por la violencia, no nombrada explícitamente con la categoría de conflicto armado, pero sí a través de narraciones que dan cuenta de cómo lo percibieron los niños desde su perspectiva.
En Aguas Blancas, por ejemplo, uno de los corregimientos de Valledupar, una niña narró la historia de cómo su pueblo de a poco se fue quedando vacío y cómo ella lo percibía a través de las puertas abiertas que dejaban las personas al salir, corriendo, de sus hogares, imponiéndose así una soledad abrumadora de la que las puertas abiertas eran contante recordatorio.
La memoria del pasado y la expectativa por el futuro
Todo eso se recopiló en la Apptarraya, una aplicación móvil que diseñaron para que los niños reunieran y montaran sus historias durante los cuatro días de trabajo que duró el taller en cada uno de los lugares que visitaron.
El primer día comenzó en cada municipio y corregimiento con el relato de un cuento inventado por el equipo: la historia de Tomás y Carol, dos niños nativos de la Ciénaga de la Zapatosa, que cayeron en un sueño profundo del que el olvido no los dejaba despertar, por lo que decidieron tomar la piragua, la atarraya y la brújula de su abuelo y emprender camino por la ciénaga para pescar historias de su región y así poder, por fin, despertar.
A esa jornada la bautizaron como ‘Los viajes de la piragua’ y su propósito fue trabajar alrededor de la identidad, tanto de los niños como del territorio que habitan: “Planteamos preguntas alrededor del quiénes son los niños, cuál es el territorio que habitan, qué conocen acerca de él, dónde está ubicado y demás” cuenta Sara.
Durante el segundo día, que llamaron ‘Soy pescador, soy pescadora’, comenzaron los talleres de alfabetización digital y transmedia, precisamente para desarrollar y cultivar las habilidades investigativas, comunicativas y tecnológicas que les permitieron buscar y reunir las historias para revitalizar la memoria oral de su región y comenzar a empaparse de ella.
“Aprendimos sobre el lenguaje audiovisual: qué es un plano general, un plano medio, acerca de la luz, el sonido, la fotografía, todas cosas muy nuevas para ellos”.
Asimismo, capacitaron a los niños y docentes en el uso de diversas tecnologías como tablets, cámaras y micrófonos y, a partir de allí, realizaron ejercicios de entrevista y formulación de preguntas, en los que los niños realizaban pequeños cuestionarios que luego se hacían entre ellos.
Al día siguiente tuvo lugar una jornada de diálogo intergeneracional en el que los niños se encontraban con músicos, pescadores, pajareros, médicos tradicionales, líderes comunitarios y docentes para charlar acerca del pasado y de cómo este vive todavía en el presente: cómo era el pueblo antes, los platos que aprendieron de sus madres y abuelas, cómo hacer una canoa para salir a la ciénaga a pescar, cómo tejer una atarraya, la importancia de un lugar como la Sierra Nevada de Santa Marta y de un sinfín de tradiciones, leyendas, oficios y costumbres que fascinaron a los niños.
Desde ese momento, y a través de la Apptarraya, comenzaron el proceso de escritura de las historias, así como de recopilación del material audiovisual que los niños recolectaron durante el segundo y el tercer día de taller.
Ya en la última jornada, que llamaron ‘Horizonte de Piragua’, se terminaron las historias y se realizó una ‘premier’ en la que se proyectaron los videos de los niños, no solo del territorio en el que estaban sino de otros lugares también, con el objetivo de generar un intercambio de experiencias y, con él, una cercanía entre los jóvenes pobladores del Cesar.
Toda esa metodología, comenta Sara generó espacios que, además de formarlos en investigación, comunicación y tecnología, sirvieron para que se sintieran importantes, reconocidos y sobre todo como actores relevantes de su comunidad, con una voz que es válida y es útil.
Y eso, en últimas, lo que hizo fue generar expectativa, emoción y esperanza alrededor de su vida en general.
«Lo que hicimos fue tocar los corazones de los niños, sembramos un poco de esperanza y de amor; amor por su territorio, por la cultura, por la diversidad; amor y respeto por la diversidad y diferencia” concluye Sara.
Si quiere consultar las historias que recopilaron los niños, puede descargar la aplicación Apptarraya en su celular de manera gratuita. Además puede obtener más información de este y otros proyectos de La Piragua en su página de instagram.