Desde hace 20 años, esta finca familiar se dedica a proteger a los colibríes de Colombia

A las afueras de Bogotá, vía La Calera, la finca La Muchareja se convirtió en un santuario para estas aves amenazadas por la pérdida de hábitat y el cambio climático, pero esenciales para el equilibrio de los bosques andinos por su labor como polinizadores naturales.

Colombia, reconocida como uno de los países con mayor diversidad de aves en el mundo con mas de 1.900 especies registradassegún el Instituto Humboldt, alberga también, la mayor cantidad de especies de colibríes del planeta. Creaturas que destacan por su belleza y singularidad pero que se encuentran en peligro. 

Son cerca de 165 especies documentadas, según Hummingbird Spot, una plataforma especializada en aviturismo. Sin embargo, de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), al menos 50 tipos de colibríes están clasificados con algún grado de amenaza, principalmente debido a la pérdida de hábitat, el uso de pesticidas y el cambio climático.

Frente a este panorama, han surgido iniciativas que buscan proteger y valorar a estas aves, como finca La Muchareja, nacida del amor y respeto por la naturaleza. Lo que comenzó como un proyecto privado familiar, sin imaginarlo, se transformó en un lugar de encuentro, aprendizaje y conservación, al que hoy cientos de personas llegan para conocer y observar a estas joyas voladoras.

La iniciativa surgió en 2005 de manos de Victoria Lizarralde, abogada de 62 años, quien ha encaminado su vida al arte, la naturaleza, la sanación y los colibríes. Junto a su familia, transformó la finca en un refugio para estos, plantando flores y colocando bebederos artificiales para atraerles.

“Me formé en arteterapia y aquí tengo mi taller de arte, donde combino la creación con procesos de sanación a través de la conexión con la naturaleza. Desde pequeña he sentido una afinidad muy profunda con el mundo natural. Tuve la suerte de crecer entre la ciudad y la naturaleza, y dormir con sapos, ranas y culebras”, comenta Victoria. 

Su conexión con los colibríes, relata, nace de una experiencia espiritual: para ella, estas aves simbolizan la resurrección. Esta asociación tomó un significado aún más profundo cuando su hija menor, a los doce años, sufrió un grave accidente

“Estando en cirugía, tuvo que ser reanimada; literalmente la resucitaron. Afortunadamente hoy está completamente bien, pero desde entonces, el colibrí se convirtió en un símbolo muy poderoso para mí y mi familia”, cuenta Lizarralde.

El colibrí picoespada (Ensifera ensifera) tiene el pico más largo en proporción a su cuerpo, lo que le permite alimentarse de flores profundas, inaccesibles para otras especies. | Foto: Cortesía de Observatorio de Colibríes

Diez años después, avistadores de aves y agencias de aviturismo como Bogotá BirdingManakin Nature ToursNature Colombia, entre otras, comenzaron a notar la presencia constante de estas aves en el lugar, lo que despertó su interés y generó un creciente flujo de visitantes. 

Fue gracias a ese descubrimiento que la finca evolucionó hasta convertirse en el Observatorio de Colibríes, ubicado a 8,4 kilómetros de Bogotá, pasando el peaje de Patios, en la vía a La Calera. Allí, los colibríes no están en cautiverio, sino que llegan y se van en libertad, lo que hace difícil determinar cuántos hay exactamente, aunque quienes frecuentan el lugar afirman que su presencia se ha multiplicado notablemente con los años.

En su única hectárea, el Observatorio recibe la visita de al menos 14 especies, entre las que se encuentran el colibrí pico de espada (Ensifera ensifera), que tiene el pico más largo en proporción al tamaño de su cuerpo de todas las aves del mundo; el rumbito (Chaetocercus mulsanti), también conocido como rumbito diminuto, una de las variedades más pequeñas de Colombia; y el Lesbia victoriae, conocido como colilargo mayor o cometa colinegro, que tiene una de las colas más largas del mundo en proporción a su cuerpo.

Esta diversidad es posible gracias a la siembra continua de alrededor de 300 árboles y arbustos florales nativos —como el abutilon, el mermelada, el carbonero y la mano de oso—, todos ellos elegidos por su capacidad de atraer aves que se alimentan directamente del néctar natural. “No hay estudios científicos, no hay una data que uno pueda tener. 

Desde mi observación, lo que sí noto es que los colibríes se han triplicado en número, en su actividad”, afirma la fundadora del observatorio.

Desde su apertura al turismo, el lugar ha recibido visitantes de aproximadamente 89 países, lo que lo ha convertido en un referente nacional en avistamiento de aves y educación ambiental. Además de los recorridos guiados, Lizarralde atiende visitas de colegios para promover la conservación; y colabora en investigaciones hechas por universidades.

Los colibríes no solo embellecen el paisaje, señala Lizarralde, también son agentes fundamentales en la polinización de muchas especies de plantas, por lo que su disminución tendría consecuencias graves en los ecosistemas andinos.

Un estudio de 2015 de Abrahamczyk y Renner destacó, por ejemplo, que son responsables de la polinización de unas 7.000 especies de plantas en América del Norte y del Sur templada. Esto subraya su importancia para la biodiversidad en diversas regiones, incluidos los Andes. Sin embargo, enfrentan amenazas significativas.

«El problema que yo veo son los pesticidas. Lo menciono porque lo observo: no hay una educación al respecto. Si tienes plagas en tu jardín, muchas veces simplemente aplican pesticidas, lo cual representa una amenaza para los colibríes, ya que puede generar una intoxicación directa, destruir su fuente de alimento y contaminar su hábitat».

El Lesbia victoriae es una de las especies de colibríes con la cola más larga, característica que destaca especialmente en los machos y que utilizan en exhibiciones de cortejo. | Foto: Cortesía de Observatorio de Colibríes

Por eso, uno de los elementos clave en el cuidado de los colibríes es su alimentación. El Observatorio utiliza una mezcla de azúcar blanca con agua para alimentarlos, intentando imitar el néctar natural. Esta fórmula, aunque común, no reemplaza completamente los nutrientes que obtienen en la naturaleza. 

El Colorado College indica que tienen un metabolismo tan alto que necesitan alimentarse aproximadamente cada 10 a 15 minutos para mantener sus niveles de energía. Según esa institución, «consumen hasta dos veces su peso en néctar al día para sostener el rápido batido de sus alas, que puede llegar hasta las 80 veces por segundo».

Sin embargo, el uso de comederos también puede representar un riesgo si no se manejan correctamente. La Sociedad Protectora de Animales de Columbia Británica (SPCA) advierte que el agua azucarada mal higienizada puede convertirse en foco de hongos y bacterias, lo que genera enfermedades que afectan la salud y longevidad de los colibríes. 

Además, el uso excesivo de néctar artificial puede interferir con su rol natural como polinizadores, ya que reduce su interacción con las flores nativas. «Aunque los colibríes disfrutan del néctar de los comederos, es crucial no hacerlos dependientes, y siempre mantener los recipientes limpios para evitar daños a largo plazo», afirma la SPCA.

Lizarralde es consciente de estos riesgos y ha implementado rutinas estrictas para evitar afectar a las aves. “Cambiamos los comederos constantemente para asegurar que el alimento esté fresco, evitando que se vuelva un caldo de hongos y bacterias”, explica. Eso y, como se mencionó previamente, la siembra constante de vegetación nativa, permite que los colibríes sigan cumpliendo su papel ecológico en libertad.

El colibrí Heliangelus amethysticollis llegó para quedarse en el Observatorio de Colibríes, con el rostro cubierto de polen tras visitar flores andinas. | Foto: Cortesía de Observatorio de Colibríes

Este espacio promueve una experiencia respetuosa con la naturaleza y la vida silvestre. «No se permite el consumo de ningún tipo de bebida y comida para evitar contaminación en la zona», según indican en su sitio web (observatoriodecolibries.com). 

Además, el horario de visitas está diseñado para equilibrar la observación con el descanso necesario para las aves. «Abrimos de martes a sábado porque los colibríes también necesitan descansar de las personas, y el recorrido tiene una duración aproximada de 3 horas». agrega Lizarralde. Para preservar la calma del entorno, también se requiere reserva previa, lo que ayuda a controlar el flujo de personas. 

«Nosotros no manejamos grupos de más de 20 personas«, concluye Lizarralde, destacando la importancia de mantener un ambiente regulado y respetuoso.

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