Pacamama: la revolución ciudadana que transforma residuos en conciencia ambiental en Bogotá

Los habitantes de Ciudad Jardín crearon una comunidad autogestionada que promueve el compostaje de residuos orgánicos, la soberanía alimentaria y la educación ambiental como herramientas de transformación social.

En el parque Ciudad Jardín Sur, en la localidad de Antonio Nariño en Bogotá, cada sábado se reúne una comunidad que ha hecho de la basura orgánica un motor de cambio. Se trata de la Fundación Pacamama, nacida en plena pandemia, hoy símbolo de resistencia ambiental, pedagogía ciudadana y construcción de tejido comunitario.

«Todo comenzó cuando la basura no cabía en los depósitos durante la pandemia. El Icopor, los plásticos, todo se triplicó. Y nos preguntamos: ¿qué estamos haciendo por el planeta?«, recuerda Claudia Páez, lideresa comunitaria y una de las fundadoras del proyecto. Desde entonces, cada semana sin falta, vecinos y vecinas llegan al parque con baldes llenos de residuos orgánicos para transformarlos en compost, utilizando una técnica llamada Paca Digestora Silva.

Las pacas, instaladas en el espacio público, explica Sebastián Caucali, diseñador gráfico y gestor cultural, «son estructuras hechas en comunidad, en las que se alternan capas de hojarasca y residuos orgánicos. No se pudren, fermentan, y vuelven a la tierra sin contaminar ni generar vectores». En estas, Pacamama encuentra un motivo poderoso para educar. “La gente llega, pregunta, ve el proceso y aprende que los residuos orgánicos son más del 60% de la basura que producimos y que, mal manejados, generan gas metano, un contaminante altamente peligroso», agrega.

A través de talleres abiertos y gratuitos, la comunidad también enseña todos los sábados sobre agricultura urbana, soberanía alimentaria y consumo consciente. «No se trata solo de qué comemos, sino de lo que consumimos a través de todos los sentidos: lo que vemos, lo que oímos, lo que sentimos. Hablamos de volver a las plazas, apoyar al campesino, sembrar nuestras aromáticas», explica Páez.

Gracias al apoyo del Jardín Botánico y otras entidades, han podido llevar estos saberes a instituciones educativas, juntas de acción comunal y espacios públicos.

Con su labor, los integrantes de Pacamama promueven la conciencia sobre el impacto de los desechos orgánicos en el cambio climático. | Foto: Cortesía Pacamama

La pedagogía ambiental no se queda en la tierra: también llega a los muros. Con materiales reciclados como botellas PET y tapas, la comunidad crea murales que combinan arte y activismo. «Es una forma linda de hablar del consumismo, de hacer reflexionar desde lo visual», dice Caucali.

Además de compostar, en Pacamama se avistan aves, se identifican árboles nativos, se celebran cosechas colectivas y se tejen saberes. La clave está en que todos los saberes suman. «Muchos llegan a compostar, pero otros llegan con conocimientos sobre fauna, flora o abejas nativas, y eso nos ha permitido ampliar el alcance», añade Claudia. La comunidad, de unas 20 a 30 personas activas, crece semana a semana con quienes buscan otra forma de relacionarse con su entorno.

Las actividades no tienen costo y se sostienen gracias a la autogestión y a convocatorias públicas. «Nunca cobramos por los talleres, siempre buscamos que el conocimiento sea accesible. Si tenemos refrigerios o materiales es porque alguien los gestionó con cariño y compromiso», dice Sebastián.

Pacamama es, como sus integrantes la definen, una revolución desde lo cotidiano. Un movimiento que invita a separar en la fuente, a informarse, a sembrar, a transformar. Y sobre todo, a hacer comunidad.

Es posible encontrarlos en el parque Ciudad Jardín Sur, localidad Antonio Nariño en Bogotá todos los sábados, en la mañana o contactarles directamente a través de @paca.mama para talleres y procesos comunitarios.

«Es un espacio de diversión, conexión y sentido. Porque sí, compostar puede ser revolucionario», concluyen.

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