Luz Amorocho nació el 22 de abril de 1922 y se convirtió, en 1945, en la primera arquitecta graduada en Colombia. Un recorrido por la historia de un referente de la arquitectura nacional.
En 1945, entre los egresados de la aún recién creada carrera de arquitectura en la Universidad Nacional (fue lanzada en 1936) se encontraba Luz Amorocho, quien se convirtió en la primera mujer graduada como arquitecta en toda Colombia.
El viernes 22 de abril, se cumplieron 100 años del natalicio de la arquitecta que, a los 19 se presentó y pasó a la Universidad Nacional. No fue la primera. En 1940, un grupo de estudiantes del Gimnasio Femenino ingresó a la misma institución, pero todas se retiraron antes de culminar sus estudios.
Quizá fue la terquedad mezclada con un profundo deseo de libertad, inculcado por sus padres, el que llevó a Amorocho a terminar su formación como arquitecta. Y también a buscar un mejor destino profesional en Francia cuando se dio cuenta de que la cultura colombiana de entonces cercenaba esa búsqueda.
Pionera de las arquitectas
En 1998, Amorocho reflexionaba, en un artículo publicado en el libro ‘Crónicas y Entrevistas, Luz Amorocho: pionera de las arquitectas colombianas’, que “las decisiones son condicionadas por las circunstancias de la vida. En mi casa hubo poca plata, pero muchos libros. Hubo mucha apertura de pensamiento; había que estudiar y punto”, dijo.
Y no existía una división, continuaba, entre las tareas hechas por hombres y por mujeres. En una empresa administrada por sus padres, era su madre quien se encargaba de darle instrucciones a los obreros. Además, siempre se promovía un ambiente de discusión: “El intercambio intelectual se hacía en las discusiones alrededor de la mesa, las cuales eran permanentes e interesantes. Allí había total libertad”.
En el prólogo del trabajo ‘Planta física de la Universidad Nacional de Colombia, 1936-1980′, Amorocho recordaba que, en sus años de adolescencia, cuando aún estaba en el bachillerato, visitó con su padre los terrenos donde eventualmente se construiría la sede de la Nacional en Bogotá. Y él, con la certeza de que no había otro camino posible, le aseguró “aquí estudiarás tu carrera”.
Pero esa apertura fue sui generis. En la misma entrevista, Amorocho contaba que “en la universidad tenía que hacer esfuerzo por esconder en lo posible lo que me pudiera distanciar de los compañeros. No podía mostrar que tenía ideas propias ni ideas que, en ese tiempo, se suponía que las mujeres pudiesen expresar. Total, no podía expresar mi pensamiento a pesar de que no he sido una persona callada, ni silenciosa».
Aun así, teniendo que disimular esas ideas propias, Amorocho se graduó de arquitecta en 1945 y comenzó una carrera que la llevaría hasta Francia y de regreso, y que terminaría en su alma mater en 1982, cuando se jubiló.
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La huella de Amorocho
Cuando se graduó, Amorocho fue designada como directora de la carrera de Delineante de Arquitectura en el recién fundado Colegio Mayor de Cultura Femenina de Cundinamarca (hoy Colegio Mayor de Cundinamarca).
También, había publicado varios trabajos en la revista Proa, una de las publicaciones de arquitectura más importantes en el país de la época. Y, en 1947, después del incendio que destruyó a Tumaco (Nariño), llegó al Ministerio de Obras Públicas como parte del equipo de arquitectos encargados del plan de renovación de la ciudad, que, sin embargo, nunca se convirtió en realidad.
Ese recorrido la llevó, en 1950, a Cuéllar Serrano Gómez (CSG), que para entonces era uno de los estudios de arquitectura más importante de Colombia y estuvo a cargo de la construcción de edificios como el Hotel Tequendama, en Bogotá. Pero allí también se encontró con el desafío de no ser tenida en cuenta por ser mujer.
“Las dinámicas de trabajo en CSG eran considerablemente verticales y atadas a una concepción muy católica de la existencia, con la que Luz Amorocho, literalmente, no comulgaba. Es posible imaginar la desilusión que significó para ella que la nueva arquitectura no significara el contenedor de una nueva sociedad. Además, también es posible que, por su condición de mujer, su trabajo no fuese lo suficientemente reconocido”, explicó Diego Ramírez Sánchez en su artículo ‘Luz Amorocho en tránsito: experiencias del Movimiento Moderno en Bogotá y París’.
Esa ambición la llevó, en 1960, a migrar a Francia, donde empezó a trabajar en París, en el estudio de Nicole Solonet, el primero fundado por una arquitecta en el país europeo. Durante seis años, Amorocho aportó en el diseño de distintas obras, aunque no pudo firmar planos, pues no tenía cómo convalidar su formación como arquitecta en Colombia.
“Aunque Amorocho no podía firmar planos, pues no era reconocida como arquitecta por el Estado francés, es posible inferir la gran influencia [que tuvo] en lo construido por Sonolet: en ese momento ya tenía una trayectoria profesional importante y, según las cartas que se escribieron durante años, trabajó junto a Sonolet tanto en la toma de importantes decisiones proyectuales como en el trabajo más mecánico”, escribió Ramírez.
En 1966, Amorocho regresó a Bogotá, donde trabajaría en su alma mater, primero como empleada de la Oficina de Planta Física de la Universidad Nacional y, posteriormente, como directora de esa misma oficina. Un trabajo en el que, entre otras, permitió que otras arquitectas (Elsa Mahecha, Ligia de Erasso y Eugenia Mantilla de Cardozo) participaran en el diseño de varios edificios de la institución. Allí estuvo hasta el final de su carrera. Una posición que cerraba un trabajo necesario para entender la arquitectura de Colombia.
“Me hice cargo de un trabajo que me puso en contacto directo con el cuerpo mismo de la Ciudad Universitaria. (…) Qué más natural entonces, para mí, sino querer meterme por dentro de su historia, mirar de cerca y contarle a la gente un poco de lo que ha sido el habitáculo de esta Universidad, ya encarnada en mi propia historia”, escribió Amorocho en el prólogo de ‘Planta física de la Universidad Nacional de Colombia, 1936-1980′, quien falleció en 2019.